Para sacarse la bronca nada mejor que el humor. Se trate de esa ensalada de fruta que te dan en lugar de un postre sustancioso o de la política como sonoridad rabiosa que el calor desgrana y se vuelve marea en la noche de los barrios y las plazas que no duermen. La furia no será una falla que habrá que reprimir, en todo caso se parece más a una peste que se contagia, a un estado colectivo que despabila. 

El stand up es para Natalia De los Santos y Tato Broda una performance de autoayuda para compartir todas esas cosas que nos irritan, mezcladas, sin estridencia pero con palabras ásperas que hacen del humor un lugar nada cómodo, con alguna que otra intervención política que a veces trastoca la risa en réplica compartida y otras genera un silencio malsano que dura demasiado poco para redundar en queja. 

Natalia no puede dejar de comparar el mundo de las veinteañeras con sus cuarenta, de describir su adolescencia sin celular para regalarles un remanente del pasado cercano a lxs más jóvenes y tampoco puede evitar que su madre y su abuela surjan como personajes de sus monólogos. Si en el stand up la actuación aparece apaciguada por una confesión que se abre paso sin vergüenza para hacer del comediante algo así como el sustento descarnado de un humor que se podría vivir como drama, en De los Santos el monólogo tiene algo de secreto familiar ofrecido a la saña de la risa, como si el escenario fuera un espacio donde nada se perdona pero, a la vez, se ensaya la mayor indulgencia que la comicidad trae como consuelo.

Es en la posibilidad de hacer del fastidio una escena compartida que el stand up encuentra su éxito. Mostrarse como seres vulnerables y comunes es el gancho de una identificación que suscita el comentario espontáneo, el fervor del público por meterse en esa hoguera de la burla para masacrar los propios pudores. Reconocerse como usuarix de algún supermercado de las clases menos afortunadas, tomar juguitos preparados de bajo precio, son la clave de una cotidianidad de pobres que en la rutina de Broda aspiran a comerse un volcán de chocolate y un buen asado como una reseña de la vida que vale la pena.  

Si Natalia se enfoca en las discusiones de pareja y los trucos para sacarse fotos de perfil, Tato hace de la comida la síntesis de sus referencias que pueden relacionarse con todo aquello que circula en su entorno porque para este comediante comer es algo así como una mirada sobre el mundo. 

Pero la idea es que el público diga su furia en un papelito anónimo que se guarda en una caja para improvisar el final del show. Suerte de descarga de cada descontento que a fin de año puede ser enorme o banal y allí están otra vez lxs comediantes para catalogar esas frases.  Algunxs tienen broncas tan superfluas que llevan a inferir una vida de ensueño, otrxs, la mayoría, hacen del egoísmo una bandera. Alguien se anima a decir que le molesta que hablen de política en el muro de facebook y Tato lo define con el insulto supremo que se le da a los malvados donde siempre hay una madre involucrada. “El país está en llamas, algo tenes que decir” concluye para arengar un poco porque el objetivo es despertar a partir de las debilidades propias, la pobreza de las vidas ajenas. Esas que se conforman con una empanada de verdura o con alfajores de mermelada. Lo que parece inofensivo es, en los monólogos de De los Santos y Broda, una manera nada amable de meter la realidad en ese bar oscuro donde podríamos estar en Nueva York en los sesenta o en Berlín en los años treinta pero estamos en la Argentina del futuro, impertinentes, con cuerpos que van hacia la calle como si nunca los hubieran herido. M  

Furia Stand Up se presenta los viernes a las 21.30 y a las 23 y los sábados a las 21.30 en el Bar Terraza del Paseo La Plaza. Av. Corrientes 1660. CABA.