Causa espanto de solo pensarlo. Mendoza, departamento de la Paz. En el mismo momento en que comenzábamos a redactar estas líneas una adolescente de catorce años --una niña-- permanecía atrincherada en un aula de su escuela con un arma en su poder después de haber amenazado a dos compañeros y efectuar tres disparos al aire. Luego de muy tensos y largos minutos la púber --operativo mediante-- entregó el revolver. El arma era de su padre, que es policía. No es la primera vez. La masacre de Carmen de Patagones del año 2004 fue protagonizada por un alumno con el arma de su padre policía. Por lo demás, si bien no fue en el ambiente escolar, imposible no recordar que Nahir Galarza --la adolescente condenada por matar a su novio-- también empleó el arma de su padre policía. Según refiere la crónica, la púber en cuestión es una persona muy callada, con muy pocas amigas, que en los últimos días lucía un semblante de llanto y angustia. Desde ya, por ahora es en vano realizar conjeturas sobre el exacto móvil que la llevó a perpetrar semejante acción. Eso forma parte de su intimidad y, si todo se encauza como es debido, esperemos que la niña pueda hablar en los ámbitos reservados dispuestos para brindarle ayuda. Lo que sí está a nuestro alcance --con el fin de esbozar algunas reflexiones-- es la modalidad que esta niña adoptó para hacer algo con la angustia desbordante que la inundaba. Esto es: tomar un arma. Propiedad del Padre. Acceder de esta forma a servirse de un inmediato Poder en sus manos. Amenazar a compañeros. Disparar al aire. Cuesta no concluir que esta niña, al menos, quiso llamar la atención. Hasta aquí se trata de lo que en psicoanálisis se denomina acting out. Esto es: la maniobra a la que acude un sujeto desesperado para llamar al Otro, sea para reclamarle, a modo de reproche o, para sencillamente sentirse escuchada. Lo cual, desde ya, no significa que un acting no pueda terminar de la peor manera. Parece que en esta oportunidad se logró evitar toda derivación trágica.
La pubertad y la adolescencia es el intervalo etario más traumático de la existencia. Cuerpos inundados por la irrupción de la sexualidad se encuentran sin los recursos anímicos suficientes como para domeñar las demandas que el mundo les impone. Los datos de la actualidad respecto a esto que llamamos “mundo” explican actuaciones como las que hoy hemos visto en esta escuela de Mendoza: ser lindo/a; exitoso; popular; admirado. Desde ya, todo multiplicado hasta el infinito por el entorno digital que hoy somete los cuerpos al encierro donde el juego se reduce a un ir y venir de respuestas espasmódicas; intercambios que no generan diálogo ni vínculos a no ser con las propias exigencias; allí donde --cual espejo-- la propia imagen se transforma en una suerte de imperativo de excelencia alimentado por el régimen de compensaciones que marca el algoritmo. En resumen, todo un sistema de premios y castigos que convierte a una persona en un influencer --modelo del éxito en la actual subjetividad-- o en una escoria humana.
Demás está decir que el papel de los adultos en este temible desaguisado está lejos de ser el deseable. No solo por su adicción a los medios digitales, sino también por el discurso que la autoridad política eleva a lo largo y ancho del país y que buena parte de la sociedad adoptó como propio. Insultos; groserías; venganza (que ahora se llama vuelto), maltrato, exclusión, crueldad, etc. De esta forma la denigración del Otro se ha hecho moneda corriente en el sentido común: desde mandril hasta eunucos, pasando por parásitos mentales y soretes, los insultos se vociferan desde los más altos estratos gubernamentales como ejemplo del trato que se le otorga al semejante. Sin olvidar el “boludo” que el presidente le destinó a un niño autista y la burla que esgrimió ante dos púberes que --envueltos en la bandera argentina-- se habían desmayado durante el discurso que el mandatario brindó en el que fuera su propio colegio secundario. Todo esto sin olvidar que el gobierno alienta la libre portación de armas, medida cuyo inequívoco mensaje se traduce en términos de que cada uno se las arregle como pueda. Dicho sea de paso, iniciativa llevada a cabo por la misma ministra que hace unos años, en el gobierno cambiemita, muy suelta de cuerpo, dijo: “el que quiera andar armado, que ande armado”.
Hoy en Mendoza una niña eligió para canalizar su angustia tomar el arma del padre y llevarla a su escuela para amenazar a sus compañeros. Una púber desesperada que se encuentra --por razones que no conocemos-- en el límite al que la pubertad suele llevar a personas de su edad: Todo o Nada. Un absoluto que sin embargo hoy recorre buena parte del sentido común que construimos todos los días. Desde ya, esta sociedad enloquecida no la ha ayudado. Ahora que la urgencia parece haber terminado, es esperable que la niña sea atendida de la mejor manera y que este triste episodio nos sirva para reflexionar.
*Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.