Luce como una Barbie ―comentó sobre ella Susie Wiles, estratega republicana de larga trayectoria, y jefa de gabinete de Trump―: “Es rubia y hermosa, y creo que la gente la va a subestimar por su apariencia. Pero tiene nervios de acero, y ha sabido enfrentar situaciones demoledoras con una buena dosis de gracia”. Sobre la relación de Bondi con el expresidente, Wiles fue categórica: “Yo tengo una relación larga. La de ella lo es aún más”.

Las rubias de hierro de Trump

La configuración del círculo femenino en torno a Donald Trump revela una constante que excede la anécdota: el presidente ha cultivado a lo largo de su carrera política y empresarial una preferencia casi fetichista por rubias de pelo largo, rasgos hegemónicos y cuerpos de pasarela, como salidas de su propio concurso de Miss Universo. Pero reducirlas a un decorado sería un error: detrás de la estética glamorosa ostentan personalidades implacables.

Mark Cuban, empresario multimillonario que respaldó la candidatura de Kamala Harris, llegó a afirmar: “Donald Trump nunca se rodea de mujeres fuertes e inteligentes. Jamás. Le intimidan. No le gusta que lo desafíen”. Sin embargo, la historia del trumpismo demuestra lo contrario: figuras como las de Ivanka Trump -niña mimada y mano derecha de su padre- cuyo rol como asesora fue central en su primera administración; Kellyanne Conway, arquitecta de la “posverdad” republicana; Kayleigh McEnany, vocera militante que defendió cada exabrupto presidencial; Karoline Leavitt, heredera de ese estilo en la nueva administración; Ann Coulter, la polemista ultraconservadora; o incluso Megyn Kelly, primero antagonista y luego absorbida al círculo, son ejemplos de un mismo fenómeno. En el universo de Trump, las mujeres fuertes no son temidas, sino domesticadas y recicladas para sostener su narrativa.

Entre estas mujeres de hierro, el nombre de “Pam” Bondi se convirtió en la joya de la colección: aunque no fue la primera opción para el nombramiento, rápidamente se erigió como figura central en el círculo más íntimo de Donald Trump.

De fiscal mediática en Florida a jefa del Departamento de Justicia

Pam Bondi saltó a la escena nacional en 2011, cuando se convirtió en la primera mujer fiscal general de Florida ―un Estado clave en la política estadounidense―. Desde ese cargo (que tuvo por dos períodos consecutivos, hasta 2019) se ganó fama mediática: participaba en programas de televisión (era habitué en Fox News) , intervenía en causas de alto impacto y se mostraba como una funcionaria de “mano dura”, en especial contra el crimen organizado y el narcotráfico. Cuando asumió el cargo, Florida era conocida como la capital de las “fábricas de pastillas” de Estados Unidos. De los 100 principales dispensadores de oxicodona en el país, 98 se encontraban en Florida. En su primera sesión legislativa, la fiscal general Bondi luchó con éxito por una legislación estricta que logró cerrar las operaciones de estos 98 médicos y clínicas. Posteriormente, fue nombrada copresidenta del Comité de Abuso de Sustancias de la Asociación Nacional de Fiscales Generales y formó parte de la Comisión sobre Opioides y Abuso de Drogas del presidente Trump, donde colaboró con otros líderes nacionales en áreas de prevención, interdicción y tratamiento.

Su vínculo con Trump es de larga data: durante la campaña de 2016 fue una de sus defensoras más férreas, incluso en momentos en que otras figuras republicanas preferían guardar silencio. La lealtad tuvo premio: en febrero de 2025, el Senado —con mayoría republicana— aprobó su designación como fiscal general de los Estados Unidos, es decir, la cabeza del Departamento de Justicia. Durante la audiencia de confirmación, Bondi prometió un Departamento “independiente” y “libre de presiones partidarias”. Sin embargo, sus primeras decisiones fueron un recordatorio de lo contrario: desde el día uno impulsó políticas alineadas con los deseos de Trump. En apenas seis meses, Bondi encabezó la que muchos analistas describen como la “transición más convulsiva en la historia del Departamento de Justicia desde la era de Watergate”. Nunca un fiscal general había avanzado tan rápido en desmantelar estructuras internas, revertir políticas y desplazar funcionarios. Pero lo más alarmante es que nunca antes se había visto un nivel tan explícito de subordinación de la Justicia al poder político. Funcionarios cercanos a Trump lo admiten sin rodeos: esta es la “segunda temporada” de su presidencia, donde “se sacaron las esposas” y ya no hay límites para ejecutar lo que el presidente quiere. Bondi, lejos de actuar como contrapeso institucional, se presenta como la ejecutora más leal de esa agenda.

La última señal de su peso político llegó a mediados de agosto de este año, cuando Trump anunció una “acción histórica para rescatar a la capital del crimen”. En ese marco, informó que pondría a la policía del Distrito de Columbia bajo control federal y que enviaría a la Guardia Nacional como refuerzo. ¿Quién estaría al mando de la operación? Pam Bondi. El jueves por la noche, la fiscal general designó al jefe de la DEA como “comisionado policial de emergencia”, aunque debió retroceder al día siguiente, tras una demanda presentada por el fiscal general de D.C.

Bondi, una de las figuras de más peso institucional y político del gobierno estadounidense. 


Un feminismo con sello conservador

La lista de medidas impulsadas por Bondi ilustra el nivel de sintonía con la Casa Blanca. Su Departamento de Justicia defendió con uñas y dientes las políticas más extremas de Trump: desde la deportación de migrantes a cárceles centroamericanas hasta el intento de eliminar la ciudadanía por nacimiento, un principio vigente en la Constitución desde el siglo XIX. La semana pasada, limitó el acceso al asilo para mujeres víctimas de violencia doméstica o de persecución por parte de bandas criminales en América Latina. Bajo su firma, el Departamento de Justicia argumentó que esas situaciones no constituían “persecución política”, recortando así una vía clave de protección humanitaria.

Además, Bondi ha extendido su conservadurismo a derechos LGBT+ y políticas de género: en abril de 2025, su Departamento emitió memorandos y citaciones a clínicas que ofrecían atención médica afirmativa a menores transgénero, calificando ciertos tratamientos como “mutilación genital” y requiriendo información detallada sobre pacientes y procedimientos. También inició demandas contra los estados de Maine, California y Minnesota por permitir que estudiantes trans participen en deportes según su identidad de género, y apoyó la Ley de Víctimas de Mutilación Química o Quirúrgica, que criminaliza ciertos tratamientos de afirmación de género en menores. Estas medidas provocaron alarma entre organizaciones de derechos humanos y médicos, consolidando su imagen como ejecutora de la agenda conservadora más rígida de Trump.

Bondi también aceptó sin reparos nombramientos insólitos, como el de Alina Habba al frente de la fiscalía federal de Nueva Jersey, pese a su inexperiencia como fiscal y cuyo único antecedente era haber sido abogada personal de Trump. En paralelo, inició campañas contra jueces que se le interpusieron, presentando denuncias de mala conducta para presionarlos a apartarse de casos sensibles.

Su disposición a usar la ley penal como herramienta de venganza política la convirtió en una aliada invaluable: una de sus movidas más controvertidas fue ordenar un nuevo gran jurado para investigar el manejo que la administración Obama hizo de la injerencia rusa en las elecciones de 2016, un asunto que ya había sido analizado en múltiples informes oficiales. Trump celebró la noticia en público, incluso señalándola como quien se “encargaría ” finalmente de Hillary Clinton.

La sombra interminable de Epstein

El caso de Jeffrey Epstein, el financista acusado de organizar una red de abuso sexual de menores que involucraba a empresarios, celebridades y políticos de alto nivel, se convirtió en la prueba de fuego para la fiscal. El tema es sensible no solo por su temática de abuso sexual, trata de personas y encubrimiento sino porque el nombre de Trump aparece constantemente. Los demócratas del congreso publicaron este lunes un libro que su cómplice Ghislaine Maxwell compiló como regalo para el cumpleaños número cincuenta de Epstein y en el que Trump aparece listado como uno de sus amigos. Hace unas semanas el presidente denunció al Wall Street Journal por “no menos de 10 mil millones de dólares” por afirmar que había enviado una carta con un retrato de una mujer desnuda. Tras negar su existencia, el dibujo y la carta con la firma de Trump, salieron a la luz en las páginas del libro.

La fiscal general arrancó su gestión del tema con promesas altisonantes. En febrero apareció en Fox News anticipando que tenía una lista con “muchos nombres y registros de vuelos” sobre su escritorio. Llegó incluso a insinuar que entre esos papeles se encontraba incluso la famosa “lista de clientes” de Epstein. La semana siguiente organizó, junto al director del FBI Kash Patel, un acto en la Casa Blanca para influencers conservadores, donde repartieron carpetas con el título “Epstein Files: Phase 1”. El material, sin embargo, resultó ser en su mayoría información ya publicada.

Aunque Trump quiere que no se hable más del tema, y lo ha denominado “un asunto muerto”, su base está enardecida y no está dispuesta a pasar la página. A los detalles escabrosos del caso se suma además la sospecha sobre la muerte de Epstein. No son pocos quienes no creen en la explicación oficial del suicidio en la cárcel de máxima seguridad. El video de las cámaras de seguridad de aquella noche tiene un minuto faltante y Pam Bondi lo justificó como producto del reseteo diario de la grabación, lo cual volvió locos a quienes teorizan que el financista podría haber sido asesinado en su celda. Este manejo errático del expediente Epstein amenaza con erosionar el apoyo de la coalición trumpista, para quienes el caso es un símbolo de la “podredumbre” del establishment político.

Mano dura, pero selectiva

Más allá de Epstein, la gestión de Bondi se caracteriza por una serie de decisiones que refuerzan el poder presidencial. Ordenó cerrar un grupo de trabajo del FBI dedicado a investigar la influencia extranjera en elecciones estadounidenses, un gesto que generó alarma en sectores de inteligencia. También revivió la “Crossfire Hurricane”, aquella pesquisa de 2016 sobre los contactos de Trump con Rusia, pero en clave de revancha: no para esclarecerla, sino para perseguir a ex funcionarios demócratas.

El relato oficial de Bondi es el de una mujer que no teme desafiar estructuras históricas, que llegó a la cima del aparato judicial por mérito propio y que no le debe nada a nadie. Sus detractores, en cambio, señalan que su carrera está marcada por la fidelidad a Trump y que su aparente independencia no es más que un relato cuidadosamente construido.

Bondi combina un estilo combativo con una agenda profundamente conservadora, una mujer que, en un entorno históricamente masculino, llegó a la cima del aparato judicial federal, utilizando su poder para reforzar un proyecto político que limita derechos y encubre a aliados incómodos. Su figura también resuena en la Argentina, donde no resulta extraña la coexistencia de referentes femeninas en espacios de poder con agendas que recortan derechos: la comparación con ciertas “rubias conservadoras” que reivindican su feminidad para impulsar políticas regresivas es inevitable. No cuesta imaginar a una Lilia Lemoine encajando estéticamente en el gabinete trumpista, aunque conviene subrayar que Bondi, a diferencia de ciertas figuras locales, exhibe una trayectoria institucional y un peso político que la convierten en mucho más que una mera amiga del poder.