Si hay una lectura profunda y aguda sobre el fenómeno de época global es la que realiza el psicoanalista y columnista de Página/12 Jorge Alemán: su nuevo libro se titula Ultraderechas, en plural. ¿Tiene que ver con la forma de denominarla en España --donde reside, tras su exilio en 1976 durante la dictadura argentina--, o cree que hay más de un tipo de ultraderecha? "Es la construcción de una nueva metodología política que tiene distintas modalidades, según los lugares del mundo", explica el autor de la flamante publicación de NED Ediciones. "Es decir, por un lado, se ancla en realidades históricas anteriores y, a la vez, se introducen elementos nuevos. Por lo tanto, es un plural porque no es un mismo modelo que se reproduce en todas partes, sino que es una matriz, una agenda, que se instala de diversas maneras", completa uno de los intelectuales más respetados a nivel internacional, tanto del campo psi como de la esfera política. Su libro explora, desde múltiples puntos de vista, toda la complejidad del principal fenómeno político del momento y, en ese sentido, Alemán da cuenta de que el orden del mundo está cambiando: aquellos que hace una década se reducían a pequeños grupos aislados hoy han alcanzado el poder. Figuras como Trump, Milei o los "tecnoligarcas" son "nuestro presente y probablemente sean nuestro futuro. Pero ¿cómo nos explicamos su ascenso meteórico?". Ese es uno de los interrogantes que busca desentrañar en su nuevo libro.
--¿Qué aspectos de los cambios que hubo en el mundo tienen que ver con la consolidación de la ultraderecha a nivel global?
--En primer lugar, el agujero por el cual entró la locura en la política fue la pandemia. A veces, se tiene la sensación de que los que quemaban mascarillas, negaban los efectos beneficiosos de la vacuna y la participación del Estado en todo ello han triunfado. Es decir, hay una especie de negacionismo general que nutrió bastante el campo ideológico de las ultraderechas. Después, en otro orden de cosas más filosófico, el nihilismo: el triunfo de algo pronosticado por pensadores tanto del siglo XIX como del siglo XX de que no hay ya manera de establecer la verdad, que ninguna verdad es operativa, que no hay ningún tipo de sentido que tenga consecuencias éticas, que no hay proyecto político que transforme las cosas. Esto ha generado esta idea de despolitización, deshistorización para un montón de personas a las cuales las argumentaciones referidas a lo anterior o a la historia de los legados no le dicen absolutamente nada. Esta ha sido otra de las condiciones. Además, el capital, si vamos al lado material, hace tiempo que está instalando la idea de que su excedente no sea más repartido para las ayudas sociales o los subsidios sociales. Y ha iniciado una batalla cultural muy seria para eso, y la ultraderecha es el instrumento de esto. Pero aquí me quiero referir a la ultraderecha, no al partido de ultraderecha, sino a algo que interviene directamente también en las derechas clásicas e históricas.
--Usted dijo "la batalla cultural". ¿Cree que la ultraderecha está ganando la batalla cultural de la utilización de la tecnología comunicacional?
--En ese aspecto tiene una ventaja porque la tecnología, las grandes corporaciones tecnológicas con sus proyectos de prolongar la vida al infinito, con su idea omnipotente de ir a otros planetas, con sus literaturas de ciencia ficción consumidas por los grandes capitalistas se conecta bastante con el espíritu de la ultraderecha. No solo de la ultraderecha, porque usted habrá reparado en la conversación que tuvieron Putin y Xi Jinping el otro día acerca de que se podría llegar a vivir tal vez 150 años. Es una visión tecnobiopolítica muy presente en este nuevo espíritu de época y que la ultraderecha también promueve: la idea de no gastar más dinero para los pobres, no ayudar más a los vulnerables y crear un mundo donde haya seres humanos tecnológicamente enriquecidos.
--¿En qué aspectos la ultraderecha en la Argentina forma parte de un fenómeno mundial? ¿Y en cuáles tiene su marca local?
--El fenómeno mundial es que la matriz neofascista contemporánea la comparte: odio a los débiles, odio a los discapacitados, odio, burla y crueldad con todo aquello que se presente como vulnerable. Eso estuvo en el ideario histórico de los nazis y de los fascistas y ahora se recrea de nuevo en las ultraderechas mundiales. Ahora, en la particularidad argentina estamos a través de personajes sumamente peculiares, habitados por certezas que no mantienen ningún tipo de relación dialéctica con la realidad y que están absolutamente bloqueados. Entonces, ahí se ha dado un fenómeno curioso. Cuando apareció el presidente de Argentina, toda la ultraderecha mundial se interesó en el personaje porque les parecía que, a diferencia de los ultraderechistas de otras partes del mundo que todavía tenían una estética rancia parecida a los fascismos anteriores, el presidente argentino aportaba un cierto estilo de contemporaneidad, una estética contemporánea. Ahora está sucediendo el fenómeno inverso. Toda la izquierda internacional y europea se interrogan por Kicillof: cómo es que fue posible porque en ningún país se imaginan que haya verdaderamente posibilidades de construir una subjetividad política capaz de frenar a la ultraderecha. Por lo tanto, esto que ha pasado en Argentina ahora ha tomado una relevancia mundial y ha vuelto a poner en la escena el misterio del peronismo, de cómo el peronismo se resignifica de distintas maneras. Y en este caso ha puesto un límite, a diferencia de otros países. En España hay una encuesta que dice que los jóvenes de entre 18 y 24 años en su mayoría van a votar a la ultraderecha.
--Y ya que trae el tema, ¿Milei tuvo tanta aceptación por parte de la juventud porque los adolescentes no habían vivido un gobierno de derecha?
--Yo creo que hay varios fenómenos de época que se conjugan ahí: la desconfianza del Estado en la pandemia, el desinterés por las lecturas, la cuestión de que se puso de moda ser imbécil, la cuestión de que, además, se puede ostentar ser racista, la cuestión de que, además, desinhibidamente se puede verdaderamente transgredir todas las normas de la cortesía e insultar a cualquiera. Todo eso se volvió en un momento dado muy atractivo. Claro, después están los problemas de la gobernabilidad y de los asuntos acerca de cómo una sociedad puede arreglárselas para vivir. Y esto es lo que me parece que se manifestó el otro día en la elección. Pero sí, en los jóvenes hubo un gusto por esas supuestas irreverencias que, a la vez, escondían una gran sumisión al poder.
--¿Por qué si el neoliberalismo no ofrece signos de felicidad, sino como usted señala, "una administración de la miseria", goza de una aceptación por parte de sectores populares?
--Porque el sujeto contemporáneo vive entre dos instancias. Por un lado, se imagina que el que tiene que ser el único responsable de sus posibilidades de felicidad, de riqueza y de realización es él mismo, y eso no depende de ningún colectivo, él tiene que ser su propio empresario del yo. Y, a la vez, el reverso de eso es que él se siente culpable de su propia desgracia, siente de nuevo individualmente que es el culpable. Y hay algo que bascula entre estas dos posiciones que describen bastante a la subjetividad contemporánea.
--¿Por eso que usted dice es que tal vez sujetos que se vieron perjudicados por gobiernos de derecha han visto igual en la ultraderecha una opción válida?
--Sí, sí, la promesa de que no se va a gastar más dinero en los supuestamente inútiles ha seducido de una manera mundial, ha tenido una pregnancia increíble. Después, viene el otro efecto que es que, en realidad, no se va a gastar dinero en nadie. Es un momento de resentimiento nihilista que se expandió de una manera muy pregnante.
--¿Cree que la llegada al poder de la ultraderecha en la Argentina es que supo capitalizar el descontento popular o, en realidad, es experta en fabricar malestar y exacerbarlo?
--Yo me inclino por lo segundo que usted dice. Es experta todo el tiempo en aprovecharse del desasosiego que empezó con la pandemia de una manera mucho más intensa, y luego fomentarlo y después culpabilizar a los que verdaderamente no se anotan en ese baile.
--Y en relación con lo que venía diciendo, pero profundizando un poco, la pregunta es: ¿Por qué alguien es capaz de votar una idea política que lo desfavorece?
--Porque hay que cambiar urgentemente el concepto de interés. Lo desfavorece desde el punto de vista de sus intereses vitales, pero los seres humanos no se manejan por intereses vitales. Ahí hay que volver a repensar a Freud y a Lacan. La pulsión de muerte nos indica que hay intereses más opacos que buscan realizarse y que no dependen de intereses vitales. Por ejemplo, en España hace poco hubo un montón de incendios. Muchos de esos incendios fueron hechos no por pirómanos, sino por personas de la sociedad que quisieron quemar al del campo de al lado y se les terminó quemando el propio campo. Esto ilustra muy bien una escena contemporánea, que es tratar de destruir al otro y terminar destruyéndose.
--¿Por eso se explica que gocen de aceptación popular medidas tan inhumanas?
--Bueno, hasta ahora fue así. Vamos a ver si Argentina cambia el rumbo de la historia contemporánea. Pero sí, hasta ahora fue así. Y eso está muy extendido: "se financiaba a los vagos". Ahora, por ejemplo, en España con los inmigrantes que trabajan en su mayoría por su supervivencia resulta que "son vagos que vienen a violar a las mujeres". Eso prende. Eso está en los estadios de fútbol. Y eso se disemina.
--¿Por qué dice que escribir sobre la ultraderecha no es simplemente un ejercicio intelectual, sino una necesidad política? ¿Tiene que ver con su grado de compromiso?
--No, no, yo creo que el mundo está como nunca lo ha estado en los últimos años cerca de una catástrofe mundial. Independientemente de nuestra buena noticia argentina, el mundo ha roto límites. No tiene barreras. No tiene regulación. Todos los elementos simbólicos que regulaban a este mundo han perdido su consistencia y su autoridad. Lo de Gaza no es solamente un genocidio que concierne a ese territorio. Es la demostración palpable de que se puede matar a muchísima gente en cualquier lado. Que nada le va a poner límite. Por lo tanto, sí, pienso que estamos en una urgencia de un calibre muy distinto. El otro día, Polonia fue bombardeada con drones por los rusos. Evidentemente, como no hay ni mesas de negociaciones, ni puntos de capitón, ni elementos que permitan establecer un cierto amarre a la realidad, los negociadores no funcionan y estamos en un mundo donde puede haber un reparto de territorios y de zonas que terminen de manera violenta.
--¿La ultraderecha se adueñó del odio y del resentimiento popular o son elementos nocivos intrínsecos a esa ideología?
--Son elementos nocivos e intrínsecos a esa ideología desde el momento en que los otros argumentos, los que tenían que ver con el Estado de bienestar, han fallado en cuestiones estructurales serias. Se trabaja y se es pobre igual, nadie puede acceder a una vivienda, se deteriora la salud pública. Ahora estoy hablando de cuestiones mundiales, no solamente de las nuestras. Entonces, evidentemente, hay un campo de mayores posibilidades para que se genere este contradiscurso de la política de la ultraderecha porque la ultraderecha juega con ser una antipolítica.
--Usted señala que los gobiernos ultraderechistas no son dictaduras clásicas, sino que hay algo así como un sometimiento voluntario por parte de la sociedad. ¿En qué aspectos ve eso?
--Por ejemplo, personalmente respecto de Argentina vengo insistiendo que no se trataba simplemente del antiperonismo y de los gorilas; es decir, que sí se trataba de eso, pero que había un plus: era que se estaban preparando las condiciones de una ultraderecha. La ultraderecha se maneja como si fuera un estado de excepción dentro de la democracia. O sea que es la metodología que se ha preparado en el siglo XXI para separar al capitalismo de la democracia. Y, en ese sentido, en la medida en que sucede bajo una apariencia, un simulacro democrático, parece haber una especie de consentimiento colectivo. La pregunta que se ha hecho todo el mundo en este tiempo es: ¿Por qué no hay todo el tiempo huelgas? ¿Por qué los políticos se prestan a esto? ¿Por qué los periodistas siguen hablando de esto? Bueno, porque el nuevo totalitarismo ingresa dentro del campo democrático. Es decir, intenta, por todos los medios, hacer funcionar un estado de excepción bajo una apariencia democrática.
--¿Por eso en el libro dice que el neoliberalismo es el primer intento totalitario en el interior de las democracias?
--Exacto. Es una de las hipótesis fundamentales del libro. No deja de ser una derivación nueva del neoliberalismo.
--¿Usted comparte la visión que han caracterizado otros analistas de que la ultraderecha es una suerte de neofascismo?
--Sí, hay un debate porque si uno quiere remitirlo a las figuras históricas del fascismo, desde luego no es esto que está sucediendo, pero la palabra "fascismo" se emancipó de los momentos históricos. Por ejemplo, cuando Deleuze hablaba de la vida neofascista, o Foucault también escribía Introducción a la vida no fascista ya no se refería a Mussolini , Hitler o a Franco. Entonces, yo creo que puede ser correcto, si uno tiene a los nombres con cierta distancia, decir "neofascismo". Puede ser correcto, sí.
--¿Cuáles son los factores que le hacen pensar que el neoliberalismo, que dice que tenemos que ser felices y realizar nuestro deseo, ha producido una depresión generalizada?
--Porque se vive en un mundo donde nunca nadie está a la altura de lo que se le demanda. Todo el mundo está siempre en falta y, además, haciéndose responsable, no tiene manera de politizarla. Y si la politiza, la politiza a través de la ultraderecha.
--¿Y por qué dice que a la ultraderecha no le interesa la política, sino la opinión pública?
--Porque no tiene operadores políticos, tiene operadores en las redes, y una suerte de trabajo en las redes de supuestos intelectuales, que toman a los pensadores de izquierda y los tratan de invertir de una manera bastante torpe. Y se difunden así, y cuando el fenómeno de ultraderecha pierda vigencia, esos intelectuales ya no existirán más.
--Usted señala que su libro no es solo un análisis, sino una advertencia. ¿Se está a tiempo de qué?
--De reconsiderar quién es el otro y quién es uno porque al final, para mí, hay que iniciar todo desde el comienzo. Al final, el único límite plausible que tenga credibilidad, que se le puede poner a todo esto es comenzando por uno mismo por la relación con los otros. Es decir, es la propia existencia la que está en juego para poner después un freno político que valga la pena.