Aveces la física no se puede explicar. Es imposible que tenga lógica. Cómo puede ser que ese cuerpo, que tiene muchas similitudes al de un jockey y que no llega a 70 kilos, pueda tener semejante corazón. Porque dentro de esos 174 centímetros llenos de talento, y de una ropa de entrenamiento que lo cubre del frío otoñal de Madrid, Ángel Correa es puro corazón. Un corazón que bombea a pesar de todo lo que el destino se empeñó en hacerle vivir. Ni la muerte de su padre a los 10 años, ni la presión de saber que desde chico sus pies y su talento serían los encargados de llevar a su casa el pan para que su mamá y sus hermanos coman. Nada paró al corazón de ese niño por el que se pelearon los entrenadores de su primer club y que terminó en uno de los equipos más grandes del mundo. Solo. Con su corazón y sus gambetas. 

-¿Te acordás de la primera vez que jugaste al fútbol?

-El primer recuerdo que tengo es cuando fui a 6 de Mayo, el club de baby en el que jugué siempre. Me acuerdo que el técnico de la categoría 94 se peleaba con el de la 95 porque mi mamá no llevó el DNI y los dos querían que juegue para ellos. 

-¿Qué queda del Angelito por el que se peleaban esos DT? ¿O se pierde todo cuando uno es profesional?

Tengo la misma sensación que cuando me cambiaba para jugar al baby. Cambió el lugar y los compañeros, pero el sentimiento es el mismo. Yo soy ese Angelito. 

-La pérdida de tu padre siendo tan joven hizo que la única fuente de ingreso en la casa de los Correa sea el ‘sueldo’ que te daba tu representante.  ¿Eras consciente de la responsabilidad que tenías en tus pies?

-Me fui dando cuenta desde el día en que me pagaba mi representante y yo le daba el sueldo entero a mi mamá para que tengamos para comer. Eran mil o mil doscientos pesos. Después siempre tuve a mi padrino que estuvo encima mío. Él era el que me compraba los botines, la ropa, el que me obligaba a que estudie. Por eso siempre le voy a estar agradecido. 

La vida se empeñó en ponerle piedras en el camino. Cuando estaba por firmar con el Atlético de Madrid descubrieron que un quiste en un ventrículo lo obligaba a operarse. El destino quiso que en el mismo momento en que le descubrieron su afección, en Madrid se estaba llevando a cabo un congreso que tenía reunidos a los mejores especialistas del mundo. Angelito dio el permiso para que su caso fuera examinado por los asistentes al congreso y solo dos médicos estadounidenses se atrevían a realizar una operación tan riesgosa. Es que si la extirpación o la extracción del quiste afectaban mínimamente a una de las paredes del corazón, su carrera como deportista de élite estaba finiquitada. El club español se hizo cargo de la operación, a pesar de que su vínculo no estaba sellado y lo mandó a Manhattan. Ahí se encuentra el mejor centro cardiológico del mundo: el hospital Monte Sinaí de NY. La operación fue un éxito. La situación inolvidable. 

-¿Qué te acordás de aquel día en que te dijeron que había que operarte?

-Estaba acá con mi representante para hacerme la revisación médica y ya firmar el contrato con el Atlético, pero los médicos notaron que había algo raro y me dijeron que me tenía que operar del corazón. En lo primero que pensé en ese momento fue que no quería porque quería jugar la semifinal de la Libertadores con San Lorenzo. Es que nos había costado tanto llegar ahí que me hacía mucha ilusión jugarla. Pero después en frío decidimos que lo mejor era operarme, porque era chico y la recuperación iba a ser buena y así fue. Pero me dolió mucho no haber jugado la semi y la final con San Lorenzo. 

-¿Qué pensás cuándo te sacas la remera y ves la cicatriz que te atraviesa el pecho?

-Ya es parte mía. No estoy todo el tiempo diciendo “mirá por lo que pasé”. No me gusta ese rol. Fue algo que viví y por suerte pude superarlo. Nada más que eso. Ya estoy acostumbrado a que esa cicatriz sea parte mía. 

-¿Cuánta satisfacción te genera poder darle a tu familia una vida mejor?

-Darle lo que le estoy dando a mi mamá y a mis hermanos es lo que siempre soñé. Es darle esta vida que lleva ahora. Mi mamá sufrió mucho con todo lo que pasó, lo mismo que nosotros pero elevado porque perdió al marido y a sus hijos. No me quiero imaginar lo que es el dolor de perder a un hijo, pero trato de hacer todos los días lo que sea para verla con una sonrisa porque es lo máximo que tenemos mi mamá. 

-A medida que uno va creciendo la palabra amigo va tomando mayor relevancia. ¿Qué significa para vos esa palabra?

-Yo tengo muy pocos amigos. Mi papá antes de que se fuera me decía que tenga cuidado con quien me juntaba. “Yo no te voy a obligar a juntarte con nadie pero vos tenés que ser vivo en ese sentido”, me decía. Y la verdad es que tengo muchos compañeros muchísimos pero amigos contados con los dedos. A esos pocos amigos los considero familia. 

-Es imposible no preguntarte por la Selección. ¿Te ves en Rusia?

-Estar en la Selección es lo máximo. Estuve mucho tiempo en la Eliminatoria y lo disfruté al máximo. Cada entrenamiento. Llegar ahí y entrenar al lado de esos monstruos y que te traten como uno más es único. A todos los chicos que llegan los tratan como si jugaran en la Selección hace años. La clase de personas que son es muy lindo. Me muero de ganas de estar de nuevo pero tengo que trabajar muchísimo y seguir en el nivel que estoy mostrando ahora. Argentina tiene un montón de jugadores que quieren lo que quiero yo.