Un dato es suficiente para que quede muy gráfico cómo el rugby cerró 2017. Los Pumas no sacaron ni un punto bonus en el torneo más competitivo del mundo. En este deporte, aún perdiendo, se puede sumar. La Selección Argentina fue derrotada en todos los partidos del Rugby Championship y se quedó en cero. Además, sumó diez caídas en 12 test match. Dos contra Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica; tres con Inglaterra y otra con Irlanda. Apenas ganó dos y contra equipos de tercer nivel: Italia y Georgia. Los resultados marcan tendencias y el año que se va profundizó un declive que comenzó después del cuarto puesto en el Mundial 2015. La UAR y Daniel Hourcade, su entrenador principal, tienen que recalcular, definir un desarrollo sustentable y dar señales claras de cómo seguirán hacia el Mundial de Japón.

Ese campo internacional, con los Pumas y el segundo seleccionado (los Jaguares), en competencias muy exigentes, está disociado de lo que sucede a nivel local. La UAR decidió discontinuar en 2017 el torneo Argentino que tiene 72 años de historia. Fue a propuesta de las distintas uniones, incluso de los propios jugadores que perdieron interés en disputarlo, según el presidente de la Unión, Carlos Araujo. Como contrapartida se reforzará el Nacional de Clubes auspiciado por el banco ICBC.

A la Unión Argentina le sobran sponsors – tiene a Visa, Nike, Personal, Medicus, Renault, Gatorade, QBE Seguros, la cerveza Imperial– por lo que el rugby argentino no está condicionado por problemas de efectivo. El suyo es un problema de planificación. De ensayo y error, tanto afuera como adentro de una cancha.

Si los dirigentes ya no se ruborizan como antaño, cuando el profesionalismo les resultaba una mala palabra, no se entienden ciertas cosas. Por ejemplo, por qué los jugadores que compiten en Europa solo pueden ser convocados a los Pumas en los años de Mundiales. Facundo Isa fue el mejor en 2016 y sigue ratificando un nivel superlativo en el Toulon de Francia. Es un caso pero hay más: Juan Figallo, Juan Imhoff, Patricio Fernández - se rompió la rótula en noviembre jugando para el Clermont francés-, son los que se destacan en clubes europeos. Ellos eligieron irse, pero una decisión de la UAR los margina, les quita competencia en Los Pumas porque no pueden ser convocados. La restricción se levantará en 2019, pero ¿será suficiente?.

El agravante es porque Hourcade no tiene una base amplia de posibles convocados. Durante 2017 apenas utilizó 34 jugadores en Los Pumas. La mayoría también integró Jaguares, el seleccionado que disputa el extenso Personal Super Rugby. Un torneo que obliga a hacer demasiados viajes y enfrentar a los mejores clubes de Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica. El año que viene marcará la tercera participación del segundo equipo nacional. Un tercer seleccionado, Argentina XV, va camino a ser lo que Pampas XV entre 2010 y 2015. Lo conduce Felipe Contempomi, está integrado por rugbiers del medio local y apunta a alimentar la plataforma de futuros seleccionables.

De la nada, de una sequía de roce internacional que solo se circunscribía a partidos de Los Pumas en tres ventanas anuales, el rugby nacional pasó a tener una sobreoferta de competencias. Parece que la sufre. Quedó claro que la exigencia lo sobrepasó. Y se reflejó en el declive de su juego. La negativa serie de derrotas en fila (20 sobre 25 partidos del Mundial de Inglaterra 2015 para acá) lo confirma. Los Pumas diluyeron su identidad de un rugby de ataque, con variantes que involucraban a backs y forwards, y además, se derrumbaron en un aspecto que era su marca de fábrica: la fortaleza defensiva. No supieron cerrar ciertos partidos por falta de pericia (como en junio contra Inglaterra en San Juan) y perdieron otros por desconcentraciones en momentos claves.

Los Pumas empezarán 2018 con otro exigente calendario por delante. Incluye amistosos con Gales, Escocia, Irlanda y Francia, más el Rugby Championship donde debutaron hace cinco años. El objetivo deportivo más importante que tienen por delante es el Mundial de Japón 2019. Compartirán grupo con dos potencias europeas, Inglaterra y Francia, más Tonga y Estados Unidos. Pero el desafío mayor no se circunscribe solo a los partidos por venir. El futuro está en manos de sus dirigentes, de su capacidad de adaptación a lo que el mundo del rugby demanda. Y eso no implica arrasar con la estructura local, que se reconoce en el amateurismo, la base de su pirámide. La combinación con el profesionalismo es un experimento en desarrollo. Pero va a necesitar más años para consolidarse y de decisiones más generosas.

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