Un viejo dolor de la infancia regresa sin pedir permiso. Aunque Lorena Salazar Masso nació en Medellín, vivió entre los 8 y los 17 años en Quibdó, una ciudad del Pacífico Colombiano habitada por una mayoría de afrodescendientes. Era una niña cuando en noviembre de 1999 los paramilitares asesinaron a su tío materno, Jorge Luis Masso, un sacerdote muy respetado por la comunidad. A él le dedicó la primera novela que escribió, Esta herida llena de peces (publicada en la Argentina por Concreto), una historia que despliega el viaje de una madre adoptiva blanca y su hijo negro por el río Atrato, “un tigre que en cualquier momento puede tragarme entera”, dice esta mujer que tiene un propósito: encontrarse con la madre biológica del niño. La travesía estará marcada por la guerra entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) y los paramilitares.

Hay una escena, hacia el final de la novela, en la que un cura le pide a todos que se tiren al suelo, convencido de que “en la casa de dios” estarán protegidos de la violencia. “Afuera: balas en vez de pájaros, gritos en vez del canto de las ranas y el sol, el mismo que calienta un paseo y calienta la guerra, que se cuela por las ventanillas altas de la iglesia, se une al pánico y nos cocina adentro con el terror”, describe la narradora lo que sucedió en 2002, una alusión a la masacre de Bojayá, un ataque de las FARC a la iglesia de esa localidad en la que murieron más de cien personas. La primera novela de Salazar Masso, invitada al 17° Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba), va por su cuarta reimpresión, un modesto suceso de la edición independiente argentina. Su segunda novela, Maldeniña, también editada por Concreto, se puede leer en espejo: si en la primera el énfasis está puesto en la maternidad y en el cuidado, en la segunda la protagonista es una niña que vive en un pueblo sin nombre, con un padre cada vez más ausente. En las dos novelas, niñas y niños son víctimas de la violencia y el abandono.

No era todavía madre cuando escribió Esta herida llena de peces, pero reflexionó mucho sobre su madre y cómo fue crecer junto a ella en Quibdó. Hoy tiene una niña, Alicia, de 2 años, y confiesa que no se atrevería a escribir ahora sobre la maternidad porque podría caer en la cursilería y dejarse llevar por la emoción. “He tenido la voluntad de pensar en el cuidado y las madres justamente son las que cuidan”, plantea Salazar Masso (Medellín, 1991), publicista y Magíster en Narrativa por la Escuela de Escritores de Madrid.

-El niño le dice a su madre adoptiva: “Ma, tengo risas en las manos”. Ella le responde: “¿Otra vez con eso? Las manos no se ríen”. ¿Por qué los adultos buscan cercenar la capacidad de imaginación y el aspecto lúdico?

-Como adultos estamos muy ocupados trabajando, produciendo, con una idea de lo que debe ser que no da tiempo para lo otro. Por eso los niños están muy solos... Pienso en un padre que tiene que irse a trabajar todo el día, por ejemplo, y casi nunca ve al niño y no tiene posibilidad de comunicarse con él. Por otro lado, a los niños no se les explica qué pasa. Si en el país hay una guerra, no se les cuenta por qué están explotando bombas. “No es nada; ya va a pasar”, le dicen a los niños y lo único que consiguen es aislarlos del mundo.

-En la novela, el niño es negro, la madre adoptiva es blanca. ¿Querías tratar el tema del racismo para poner el foco en cómo es vista una madre blanca con un niño negro y viceversa: cómo es visto un niño negro con madre blanca?

-No hay racismo de parte de la comunidad negra hacia una persona blanca o blanca mestiza; puede existir un prejuicio completamente justificado por años de opresión; pero sí quería hablar de un racismo más estructural porque Quibdó es una región con pocas oportunidades y un abandono sistemático. Me interesaba abordar el racismo para pensar por qué pasaron muchas cosas, pero lo trato desde un personaje blanco-mestizo, que es la narradora. En mi caso, en ese momento no me sentía con la valentía para escribir desde una mujer negra porque también quería hablar un poco de la experiencia de las personas que llegan desde otras partes como mi mamá, que es del Chocó y una mujer blanco-mestiza; cómo es llegar a un lugar y aprender la cultura, pero también escuchar lo que decían las personas que estaban allí, la comunidad afro que ve a las personas que llegan de otras partes del país para trabajar, toman todo y se van. Aunque mi familia se quedó en Quibdó y mis padres siguen viviendo allí, hay un recelo justificado porque había una especie de colonialismo en el hecho de tomar todo y luego irse.

-Mirás a la madre biológica y la madre adoptiva sin juzgarlas. Muchas veces se suele hablar de “malas” madres, pero salvo casos muy excepcionales de asesinatos o maltratos, la mayoría de las madres y los padres, como el padre de “Maldeniña”, hacen lo que pueden.

-Qué interesante que lo pongas así porque justo era algo que pensaba, salvando las situaciones donde sí hay una mala madre, que puede pasar. A las madres no se les tiene permitido ser mujeres; tienes que dejar de ser mujer para ser madre. El hombre es hombre y es seguro de sí toda la vida, pero las mujeres no. En Maldeniña el padre está ausente, pero la madre no está, y es una pregunta que me interesaba dejar abierta porque no sabemos si la madre murió o la abandonó. Obviamente, hay una tradición de padres abandonadores en América latina, pero qué bueno sería pensar también en las madres que abandonan o que se van.

-Sin espoilear lo que sucede al final de la novela, ¿las mujeres y los niños son las principales víctimas de una guerra?

-Todos son víctimas, solo que en diferentes medidas. Las mujeres se quedan más solas porque sufren abusos, y los hombres tienen que ir a la guerra y hasta cargar con el peso de la protección, que es sumamente difícil. En la parte final de la novela, que transcurre en 2002, el hecho al que se refiere, sin mencionarla, es la masacre de Bojayá, el ataque de las FARC a la iglesia de esa localidad. La población quedó en el medio de la disputa entre la guerrilla y los paramilitares, con un abandono total del ejército, que sabía lo que estaba pasando y no hacía nada.

-¿De qué modo esa guerra y la violencia marcó tu escritura? 

-La violencia me marcó mucho. De muy pequeñita iba a las marchas por la paz que hacían en Quibdó. Mi familia también se vio muy golpeada por la guerra. La novela (Esta herida llena de peces) está dedicada a Jorge Luis (Masso), un hermano menor de mi madre que era párroco de Boyajá y ayudaba a las comunidades, y lo mataron los paramilitares años antes de la masacre.

-¿El sacerdote que aparece hacia el final en la novela, cuando se van todos a refugiar a la iglesia, está inspirado en tu tío?

-No, no es él. El sacerdote que estuvo en la masacre de Bojayá está vivo, se llama Antún Ramos. De hecho, su libro de memorias salió este año. La violencia es una parte emocional de la escritura de la que no hablo mucho porque es más personal. De pequeñita observaba y guardaba todo ese dolor para mí y ahora salió en forma de libro.

*Lorena Salazar Masso participará de "Bitácoras del Filba", el domingo 28 a las 18 en la terraza de Arthaus (Bartolomé Mitre 434)