En el fluir de los extraños acontecimientos que azotan a esta parte del mundo, pasan Espert y Milei diciendo que son víctimas de una operación kirchnerista, pasan gerdarmes apaleando a los viejos, pasan pequeños narcos por pasos fronterizos donde no hay un solo gendarme. Pequeños pero nacidos y criados en narcoestados donde el policía y el juez se llevan su parte, y donde en sus profundidades la violencia contra los desarmados y los pobres no cuenta: cuando Colombia tuvo su estallido -el que le abrió paso al gobierno de Petro-, las protestas callejeras las encabezaron los pibes que sabían que si no morían en la primera línea, morirían igual, acribillados por narcos o policías o paraestatales. Esas protestas dejaron sin un ojo a decenas de manifestante. Tiren a los ojos, fue la orden. Para que no vean.

Pero también pasa la Sumud Flotilla, interceptada y atacada, como era previsible porque lo humanitario no cuaja ni con Netanyahu ni para Trump, y el coraje no cuaja con los gobiernos europeos. Lo que no era previsible es la reacción de enormes sectores de la población europea, esa misma noche, saliendo hasta en la bucólica Suiza, a aullarles a sus gobiernos por no haber cortado el respaldo a Netanyahu. Por esa inclinación de súbditos de EE.UU., la UE es cómplice del genocidio de Gaza, pero sus pueblos no.

En ese fluir entre onírico y pesadillesco que vivimos, pasa después Greta Thumberg, en un video nocturno grabado con flash, poniéndose su gorro verde con un soldadol israelí custodiándola sobre el barco Alma, antes de ser evacuada junto a todos los integrantes de los barcos atacados.

Trump, que se siente tan autorizado como un honoris causa universal, dijo hace poco que las vacunas del covid tenían relación con el autismo. En la Argentina, Milei protagonizó uno de sus más soeces reacciones discriminatorias contra Ian Moche, un menor de edad activista por los derechos de los chicos con autismo.

Greta Thumberg tiene Asperger. Todavía tengo fresca la fascinación que me provocó, hace unos cuantos años, la historia de Greta adolescente, 15 años, haciendo una huelga sola en su escuela, negándose a entrar, después de leer entero el informe sobre cambio climático de la ONU, y de haber profundizado más en eso que anunciaba la posibilidad certera del fin de la especie.

Esa niña con Asperger, a la que le costaba vincularse con otros, decidió que no era posible no hacer nada si se avecinaba algo tan grave, tan límite. Leía literalmente lo que era literal. La ONU no. Le resultaba inconcebible. Después se sumaron sus compañeros de escuela, y los de otras escuelas de Suecia, y en pocos meses se generaba un movimiento global adolescente en defensa del planeta (la defensa del planeta, a diferencia del primer ecologismo un poco hippie, demanda un cambio en las condiciones de producción). La cantidad de especies que estaban en peligro de extinción eran miles, y todos los procesos de aceleraban.

Rápidamente fue estigmatizada como una ñoqui de Soros. Esas simplificaciones. Esas frases hechas. Esa necedad y esa miopía para ver los matices que hacen diferencias sustanciales.

Cuando Greta habló por primera vez en la ONU, todavía con sus trenzas rubias, hice contacto con la furia que yace bajo una convicción inquebrantable. Greta hablaba tensamente, como una extraña en un lugar extraño que no actuaba en consecuencia con lo que decían sus propios informes. Le costaba pronunciar su inglés fluido porque todo el tiempo parecía haber una pregunta debajo de sus palabras. Una pregunta que terminó haciendo en algún momento: ¿Cómo permiten esto? ¿Cómo se atreven?, mordiendo las palabras, con un dejo de desprecio a su audiencia. Tenía dieciséis.

¿Cómo permiten esto? ¿Cómo se atreven? Esas son preguntas que hoy en el mundo nos hacemos millones de personas que no podemos soportar el martirio de un pueblo entero, por parte de un Estado supremacista. Los millones de personas que no solo no creemos en ningún supremacismo, sino que creemos que hay que controlarlos y descartarlos de las democracias reales, los millones de personas, la mayoría de la humanidad, que ama a los niños, a los suyos y a todos los niños, porque están indefensos, porque nuestro adn nos inclina a protegerlos, no podemos ni podremos nunca olvidar lo que hemos presenciado casi en directo, las atrocidades que han hecho con los niños palestinos, y la Argentina no puede tolerar más castigo más desprecio, más odio de gente que no es respetable. Olemos un presagio infernal, sabemos que hay que detener al odio y la locura megalómana, o todo lo que amamos perecerá.

 

Aquí, esta semana, volvimos a tener representantes. En este momento el Poder Legislativo es decisivo para contener la caída de Milei en el chiquero del narco, de las coimas, de los negocios contra todo el patrimonio público. Milei está por chocar de frente contra la realidad. Este país necesita ese impacto.