El vulture gryphus, popularmente conocido como cóndor, es considerada el ave más grande del mundo. Su tamaño, justamente, con sus alas desplegadas de tres metros de largo, despertó desde un principio la imaginación de los humanos que habitan en la base de las montañas.
Su filiación, fuera de los círculos tribales amerindios, llegó a tomar raíz en la militaría vernácula. Nuestra sospecha es que su fama no se debe tanto a las cosmogonías mapuches, quechuas y demás, como al imaginario amplificado que la herencia occidental nos ofrece desde la simbología del águila. Hay algo del orden de la jerarquía idealizada que nos lleva a pensar que si el águila fue el emblema de grandeza reflejada en tantos imperios europeos, el cóndor, con su proporción extra-large, puede por carácter transitivo prometer una gloria más importante a sus cultores sudamericanos.
El ave ocupa las cumbres de Venezuela, Colombia, Brasil, Bolivia, Perú, Chile y Argentina. El quepí carnoso que le cuelga de la cabeza de algún modo lo estetizó si es que lo comparamos con su pariente, el cóndor californiano, cuya calva, más calva que la de un águila calva, y sus tres cuartos de cogote rosado lo acercan demasiado en similitud al buitre, rama familiar a la que después de todo pertenece.
Pero, en su versión sudamericana, con los atributos de su barba en el cuello y una gran cresta o carúncula de color rojo oscuro en la coronilla, lo convirtió en patrimonio de la poética andina y de las naciones surgidas en el Siglo XIX, con cantos al capital heroico, devociones castrenses, movimientos ultranacionalistas y emblema de represores durante la Guerra Fría.
Sin duda, el cóndor es una especie clave del paisaje y no tiene responsabilidad alguna en la mochila simbólica que le adosan los grupos socio–culturales asociados no tanto a la cordillera sino a la épica fascista.
Igual, es algo bastante peregrino el reparto de significantes y su prestigio: nadie tiene mucho aprecio por su primo el buitre. El carancho, aún cuando está vinculado con las águilas, es sinónimo de ventajero y despreciable. El chimango, asociado al halcón, sobrelleva la reputación de ser un pájaro de poco valor, quizá porque su carne no es sabrosa. “No gastar pólvora en chimangos” campea la campaña argentina, cuando a nadie se le ocurriría comer, caranchos, cóndores, halcones o águilas.
En octubre de 1975, el coronel Manuel Contreras, director de la temida policía secreta de Chile, convocó a sus homólogos del resto de países del Cono Sur a la Primera Reunión Interamericana de Inteligencia Nacional, un encuentro con todos los gastos pagos que, según la carta de invitación, tendría carácter de “Estrictamente Secreta”. En los fundamentos el memorándum expresa: La necesidad de una reunión ya que los países están “combatiendo solos o cuando más con entendimientos bilaterales o simples acuerdos de caballeros". “Para enfrentar esta Guerra Psicopolítica”, continúa el texto, “debemos contar […] con una coordinación eficaz que permita un intercambio oportuno de informaciones y experiencias con los Jefes responsables de la Seguridad. Por las dudas el documento aclara que al programa “pueden ingresar todos los países que quieran, siempre y cuando, no representen a países marxistas”.
Este primer encuentro con vistas a levantar una multinacional del crimen sentó las bases para las detenciones ilegales, secuestros, torturas, desplazamientos forzosos, asesinatos y desaparición de miles de personas.
Pocos meses después de la reunión en Chile, el columnista del New Yorker Jack Anderson obtuvo una copia del informe secreto sobre la existencia del Plan Cóndor: “una organización que recaba información para seguir la pista a los exiliados de izquierda y otros opositores a las juntas militares.” A su vez confirma “la existencia de escuadrones de la muerte que actúan no solo en los países miembros del Plan sino también en el exterior”.
Anderson agrega “que los represores reciben apoyo de antiguos oficiales de la Gestapo y las SS que les enseñan técnicas de tortura y que incluso participan como miembros activos en la aplicación de esa torturas.”
Es en la impresionante edición de Cóndor, de Joao Pina, donde encontramos buena parte de esta información. Su prologuista, Jon Lee Anderson, refiere a que “ya para los 80, cuando empezaron a disminuir los asesinatos del Plan Cóndor, la operación se había cobrado unas 60 mil vidas.”
Como se ve Cóndor encontró su nido en el contexto de varios países limítrofes con gobiernos militares. En Brasil el ejército ejercía el poder desde 1964, en Uruguay y Chile desde 1973, Argentina desde 1976 pero con fuerte influencia desde la muerte de Perón sobre el bamboleante gobierno de Isabelita. Bolivia desde 1971, Paraguay, con el omnímodo Stroessner, desde 1954.
En un informe del subsecretario de Asuntos Interamericanos de Estados Unidos, Harry Shlaudeman, este afirmaba que los militares asociaban su acción a la idea de una inminente Tercera Guerra Mundial y a los países de Sud América como “el último bastión de la civilización cristiana”.
Al principio las operaciones del Cóndor estaban limitadas a Latinoamérica. Cada país miembro permitía la instalación de agencias de inteligencia en los otros países para operar dentro de ellos, capturar exiliados, interrogar y torturar secuestrados y, si sobrevivientes, trasladarlos al país de origen por canales secretos. La operaciones del Cóndor sobre objetivos internacionales no se diferenciaban mucho del modus operandi local. Casi siempre las víctimas eran asesinadas y desaparecidas.
¿A quién se le ocurrió el nombre “Cóndor” para el plan de exterminio coordinado? ¿A Chile? ¿A Bolivia? ¿A Argentina? Países que comparten la presencia del ave. Nop. Lo propuso la delegación militar uruguaya, un país —Uruguay— cuyo pájaro de más envergadura es el chajá y cuya ave nacional es el tero. Aquí el tótem sale a relucir en todo su significante negativo. Los representantes de los servicios de inteligencia, con su amor por los códigos, se adjudicaron cóndores numerales por orden alfabético. Cóndor 1: Argentina, Cóndor 2: Bolivia. Cóndor 3: Brasil, Cóndor 4: Chile. Cóndor 5: Paraguay, y por último, en el sexto puesto, el promotor del nombre, Uruguay. A comienzos de 1978 Ecuador se sumó al programa como Cóndor 7, sin respetar ya el orden alfabético como para no generar confusiones, y luego fue Perú, para marzo de ese año, quien se agregó como Cóndor 8.
No obstante, y como para agregar cierta poética occidental al nombre telúrico, los coautores del Plan decidieron ingresar otro nombre clave a sus operaciones internacionales. Recurrieron a Teseo, aquel héroe de Atenas que reduce al Minotauro.
Cóndor 1, es decir, Argentina, tuvo un lugar destacado en la organización convirtiéndose en la base central de comunicaciones y el país donde más secuestros, torturas y asesinatos tuvieron lugar. A partir del golpe del 76 los disidentes chilenos, uruguayos, brasileros, que habían huido de sus países para buscar refugio en Argentina fueron perseguidos y ejecutados.
Cada uno de los seis países debía “donar” diez mil dólares anuales para gastos a pagar en cuotas de dos mil dólares antes del 30 de cada mes, entre marzo y octubre. Además estaba estipulado un costo de 3500 dólares para los agentes en misiones de asesinato en el exterior más un plus de mil dólares asignados por única vez para la compra de “vestuario”.
Los objetivos a eliminar se proponían por intermedio de los miembros, digamos los seis cóndores, y se sometían a votación. De este modo Teseo/Cóndor tenía la misión de “interceptar el objetivo”, “ejecutar la misión” y “escapar”.
No obstante, Cóndor 3 no veía con buenos ojos las operaciones en territorio europeo y se opuso a ello. Prefería limitar el espectro operativo sobre los países miembros, persiguiendo y ejecutando objetivos en el Cono Sur. La propuesta fue apoyada también por Estados Unidos que temía que los asesinatos en Europa fuesen atribuidos a la CIA.
Cuando los cóndores 1 y 4 quisieron liquidar a Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos, "El Chacal", afamado guerrillero venezolano, y a dos periodistas chilenos que trabajaban en Europa, la propia CIA les advirtió a los cóndores que no era posible actuar en Francia y les dio una lista de naciones donde podían realizar sus actividades con impunidad. La propia Francia se comunicó con los cóndores para avisarles que estaba advertida de sus intenciones y que no hicieran nada en suelo de la república gala.
Como refiere Peter Kornbluh en su libro Pinochet desclasificado: “En consecuencia, se canceló la misión homicida, en la que participaban dos agentes chilenos y dos argentinos, amén del principal asesino a sueldo de que disponía la Dina, Dirección de Inteligencia Nacional de Chile, Michael Townley, y su esposa, Mariana Callejas”.
Al tal Townley, que aun vive bajo el sistema de protección de testigos en Estados Unidos, se lo acusa del asesinato del poeta Pablo Neruda. Todo parece indicar que disfrazado de médico le aplicó un “calmante”. Más allá de esta acusación el agente freelance fue el encargado de asesinar al general chileno Carlos Prats en Buenos Aires en 1974, al ex canciller Orlando Letelier en Washington en 1976, y del intento de asesinato del ex vicepresidente chileno Bernardo Leighton en Roma, cuyo atentado lo dejó discapacitado.


