El cadáver de María Soledad Morales fue tirado a novecientos metros de la casa de su familia sobre la Ruta Nacional 38 luego de haber sido destruido post mortem: “Dejarlo allí tenía como propósito que lo encontraran rápido y que ´el cuerpo hablara´ -como dicen los forenses- y contara una historia capaz de encubrir a los mismos que lo habían dejado allí. Que el cuerpo mintiera”, escribe Liliana Viola en La hermana (Anagrama 2025) una crónica perfil de Martha Pelloni, la monja a la que su congregación envió a Catamarca como rectora de la escuela de Maria Soledad cuatro meses antes de que la asesinaran el 10 de septiembre de 1990. Eran los inicios de la década: meses atrás Pelloni se había salvado de un cáncer y por eso prometió a Dios: “si vos me regalás la vida, voy a luchar por la justicia cada minuto que me des”.

El silencio y el grito pueden ser expresiones del duelo. Liliana Viola encuentra una deriva en ese espacio entre el perfil de la monja sapucai -nadie sabe lo que es un sapucai hasta que lo grita- y las marchas del silencio que comenzaron a los pocos días del crimen de María Soledad Morales, una nena que no había cumplido los 18, que soñaba con su viaje de egresados, que quería ser maestra jardinera y modelo. Aún quedaba tiempo para que el femicidio fuera tipificado en la ley Argentina y para que miles salieran a las calles de este territorio y del mundo con el grito Ni Una Menos.

Liliana Viola, cronista de escritorio y ganadora del premio Anagrama de Crónica, es una laboratorista de documentos, archivos e imaginación, sabe encontrar incongruencias y asociaciones, tiene dificultades para las relaciones sociales, es fóbica, vaga e incapaz de pisar el territorio donde sucedieron los hechos. Para recopilar datos sobre la monja, convence a una amiga que tiene planificadas unas vacaciones en los Esteros del Iberá para que vaya a Corrientes, le entrega una libreta llena de preguntas acerca de Martha Pelloni: "Quiero saber por qué le dicen la monja sapucai".

En 2019, después de verla en televisión hablando sobre tráfico de órganos y robo de bebés, Viola la llama por teléfono, acuerdan una cita y se encuentran a conversar, de esa charla sale la primera pregunta del libro: ¿Y usted no tiene miedo que la maten?, le pregunta la cronista a la monja. La respuesta atraviesa el libro, como si fuera un río alborotado, una monja que se mete donde no la llaman, en el riñón del poder, siempre en peligro y agazapada al llamado a una batalla desigual. ¿Batalla cultural?. Se pregunta Viola.

La hermana llega a treinta y cinco años del crimen de María Soledad : “Hay algo en el corazón de esa historia que nos reclama desde el pasado, una voz atroz que regresa a decirnos que algo no terminamos de escuchar”, dice Viola en uno de los capítulos. El llamado llega con la ultraderecha gobernando, una que prometió en campaña la venta de órganos y la venta de hijos como una expresión del libre mercado. "¿Serán los 90 del caso María Soledad?". Mientras escribe la crónica otro hecho sacude a la sociedad argentina: un niño de cinco años desaparece en la provincia de Corrientes.


La treta de la monja

“Yo no inventé las marchas. Las chicas fueron las que quisieron salir a marchar”, dice Pelloni en el libro. El 14 de septiembre de 1990 estuvo en la dirección de la escuela durante tres horas con el Jefe de Policía Miguel Angel Ferreyra, quien intentaba impedir la marcha que querían hacer las compañeras de María Soledad. Ferreyra le decía a la monja que la responsabilidad iba a ser “toda suya” y a la vez intentaba convencerla de las tres hipótesis que querían que “el cuerpo dijera”: crimen pasional, rito satánico o ajuste de cuentas entre narcos. Pelloni le pide salir un momento: “Salgan ahora, pero salgan en silencio”, les dice a las chicas. Cuando la policía se da cuenta ya era tarde, las marchas del silencio ya habían comenzado.

Son este tipo de anécdotas las que rescata la autora de las dos entrevistas que tuvo con la monja, el humus de su compost: una en 2019 a pocas cuadras de su casa y otra en 2025, en Santos Lugares, donde reside Pelloni actualmente. El libro compila casos difíciles de escribir, por lo dolorosos y violentos. A partir de esa primera marcha y de la trampa al policía -el nombre del hijo de Ferreyra circuló como uno de los sospechosos presentes en la escena del crimen- Pelloni se hizo conocida y los llamados permanentes de personas pidiendo ayuda acarreaban historias de las que ella no podría despegarse: robo de bebés, sacrificios, abusos sexuales, curas pedófilos y trata de personas fueron las coordenadas que guiaron su misión: “Si ella no le solucionaba la vida a cada desamparado que pedía ayuda. ¿entonces quién?”, otra pregunta que hace la cronista a quien lee y con quien se genera un vínculo tan meticuloso como las pistas que sigue.

En 1997, Martha Pelloni sería la testigo número 88 del caso Maria Soledad: “Pidió al juez sacar un papel de su bolsillo. Y entonces, como una maestra que pasa lista a sus alumnos, comenzó a dar los nombres de los implicados en el crimen que había podido recopilar según lo conversado con otros testigos que no se animaban a hablar. Hoy sostiene que el crimen quedó impune”, esta es otra de las derivas de La hermana, la convicción de Pelloni a la hora de seguir luchando contra la resignación y a pesar de que no haya justicia.