Uno de los tantos hombres que caminaron este suelo reclamando por los derechos laborales y la igualdad social, fue Avelino Bazán, un minero nacido el 17 de marzo de 1930.

En 1928 se instaló en Jujuy la Compañía Minera El Aguilar, de capitales norteamericanos, que llegó a ocupar al cuarenta por ciento del total de la población de la Puna y la Quebrada de Humahuaca. La mina está a 4700 metros sobre el nivel del mar en el departamento de Humahuaca.

Desde los ocho años, Bazán había ejercido distintos oficios como el de sodero e imprentero, pero con diecisiete años cumplidos en 1947 ingresó a El Aguilar. Como a todos, el primer día de trabajo le entregaron un saco impermeable color negro, botas de goma, guantes, un casco con lámpara y una batería.

Su experiencia de sobrevivir en el corazón de la tierra la volcó en su libro Voces del Socavón, donde habla de los “topos humanos”. Para Bazán, los únicos maestros que tuvo en la puerta del túnel fueron sus piernas y sus ojos. Adaptarse a la oscuridad completa, el ruido de las detonaciones, hacían que rápidamente los sentidos se habituaran y aprendieran a esquivar los peligros.

Allí abajo debían permanecer ocho horas, envueltos en humo y polvo. La empresa extraía plomo, zinc y plata. Eran en total seiscientos trabajadores repartidos en distintos sectores. En su relato “Todosantos”, Bazán cuenta que el sector de los yacimientos se llama “Vitamina”; allí los minerales eran semi-triturados y luego se transportaba en carriones a la sección de embarque, de donde salían a la estación de trenes de Tres Cruces, donde se enviaban al Chaco para la fundición.

La comida era escasa, los inviernos largos cerro arriba, y tener un lugar donde formar una familia era un sueño que los constantes derrumbes del socavón podían truncar. Como le pasó a uno de sus compañeros, de diecinueve años. Un joven con todos los anhelos de su edad, con esposa y tres hijos. Un recién llegado después de casarse en una boda humilde en la capilla de Abra Pampa. La esposa, con sus largas trenzas azabache como sus ojos, sus polleras y blusas de colores llamativos. Pero la felicidad se truncó cuando se oyó el sonido de una alarma; la sirena de la ambulancia y todos los vecinos que se preguntaban: ¿quién? “Márgara casi tira a su guagua al suelo, solo su fortaleza hecha a los avatares de la vida, hizo que recibiera la mala noticia con valentía y serenidad”.


Los relatos de Bazán describen el carácter del hombre norteño, el que lleva un andar lento y en solitario, con el peso de los años en la mirada, que parecen ser más de los que realmente tienen, como cargando en un aguayo una vida amarga de caminar distancias por unas pocas chauchas.

“Ahí quedarán para siempre aquellos seres anónimos, como símbolo de un pasado decadente, víctimas expiatorias al progreso y al cambio, sin el llanto de una madre, una esposa, los hijos, en la inmensidad de las pampas desoladas”.

Muchos jóvenes venían de Bolivia, también de parajes desolados, e iban a parar a El Aguilar. Una vez allí, la familia les perdía el rastro, no había forma de comunicarse, a veces ni siquiera se sabía de dónde eran exactamente.

No eran pocos los que quedaban allí abajo. Si el muerto tenía quien lo reclamara, se entregaba el cadáver. Si no, la empresa ordenaba sacarlo por la noche en un camión hasta Tres Cruces, de lo que se ocupaban dos o tres peones para que oficiaran de sepultureros. Ninguna changa podía ser rechazada, la consigna era enterrarlo por ahí, bien lejos de la estación. Los hombres primero hacían acopio de alcohol puro, vino y coca, para agarrar coraje. Con el tiempo pasaron a ser tantos los cadáveres, que a veces entre el apuro y el miedo, alguno les quedaba semienterrado y el viento dejaba al descubierto una postal terrible.

En esa gran planicie en donde se iban a enterrar a los muertos, no había más que vegetación baja, vientos intensos y como no era un cementerio legal, nadie ponía cruces. Llegó un momento en que eran tantos los muertos por las detonaciones y los derrumbes, que la empresa se vio obligada a construir un cerco de adobe para que desde el camino no se vieran cadáveres asomando. Después de que construyeron el muro, le pusieron una puerta de hierro y pasó a ser oficialmente un cementerio. Como no había forma de saber dónde había un cuerpo, sobre esos muertos se enterraron otros. Dice Bazán: "Esa es la respuesta para quienes se preguntan por qué hay un cementerio tan lejos del pueblo de Tres Cruces".

Él recogió historias, anécdotas, ceremonias ancestrales, el sincretismo del norte en el corazón de la tierra. La mención al “Ukako”, el ser maligno al que hay que dejarle tabaco para que no se enoje con los mineros por sacarle los frutos a la madre tierra y los proteja. Las ceremonias del día de “Todosantos”, que comenzaba el primero de noviembre. Los preparativos de honrar a los muertos se hacían en aquel tiempo en las viviendas o habitaciones de los obreros. Se preparaba con sumo cuidado y dedicación un altar.

Bazán fue tan respetado por sus compañeros que en 1958 fue elegido Secretario General del Sindicato de Obreros de Mina Aguilar. Un año más tarde, en el Tercer Congreso Minero de Asociación Obrera Minera Argentina realizado en Buenos Ares, fue elegido Secretario General, cargo que no aceptó, aduciendo falta de experiencia gremial para conducir el sindicato minero. Sin embargo, aceptó ser Secretario de Organización de AOMA. En 1961 cubrió el puesto de Secretario de Prensa y en 1964, siendo Secretario General del sindicato lideró la famosa Marcha de los Mineros del 8 de mayo. Luego de veinticinco días de huelga, mil obreros marcharon a pie a San Salvador de Jujuy para denunciar los atropellos de la empresa norteamericana.

El 30 de marzo de 1966 fue electo diputado provincial por el Partido Blanco de los Trabajadores, peronista. Se ocupó de sumar en la lucha minera a las mujeres y a todo el pueblo aguilareño, pero en junio Juan Carlos Onganía comandó el golpe cívico-militar y Bazán tuvo que interrumpir su mandato. Había logrado presentar su proyecto de ley para la pavimentación de la ruta nacional N°9 y la creación de la Universidad Provincial de Jujuy, que con el tiempo pasó a ser Nacional.

Fue profesor del Instituto de Capacitación Sindical de la Asociación Jujeña de Empleados y Obreros Provinciales  y en 1973 fue designado como Director Provincial de Trabajo. En ese puesto pudo hacer las inspecciones pertinentes a las empresas Ledesma y Minetti, entre otras, e intervenir en la huelga que el pueblo jujeño llamó el “Aguilarazo”. Bazán fue garante de los derechos de los trabajadores y las obligaciones de la patronal. El año siguiente lo nombraron Secretario de Políticas Públicas de la gobernación de Jujuy.

El 24 de marzo de 1976, miembros de la policía provincial y de gendarmería irrumpieron en la mina Aguilar y detuvieron a sindicalistas y obreros. Los trasladaron a la cárcel de Gorriti en San Salvador de Jujuy y luego al Penal N°9 de La Plata, Provincia de Buenos Aires. Cinco días después, pese a que Bazán ya no pertenecía a El Aguilar, fue detenido en Jujuy por la Policía Federal y también fue trasladado a la cárcel de Gorriti. En ese cautiverio escribió su primer libro “El porqué de mi lucha”. Allí profundiza los motivos de su causa, el recuerdo del Avelino niño, cuya familia ya trabajaba para la Mina Aguilar, la violencia física de los superiores, los despidos. Recuerda que “las lágrimas de mi madre y de mi hermana quedaron grabadas como un signo indeleble… nos despidieron y nos tiraron como a perros en la pila de mineral que tenían almacenada”. Él, desde su juventud supo que los motivos de su lucha no serían solamente para mejorar los convenios y lograr salarios dignos, ni generar asistencia médica inmediata, ni siquiera para que el gobierno percibiera una mejor regalía minera. Tenía un objetivo mucho mayor, un objetivo nacional de justicia.

El 7 de octubre lo trasladaron a la Unidad N° 9 de La Plata junto a ochenta y siete presos políticos en un avión Hércules del Ejército argentino. Allí escribió “Voces del Socavón”. Recuperó la libertad en junio de 1978. En su regreso a Jujuy gozó de libertad por solo cuatro meses. porque el 26 de octubre fue detenido por segunda vez y hasta hoy sigue desaparecido.

Hoy es uno de los treinta mil por los que se pide memoria, verdad y justicia. Su sobrina Dina Cardozo, y su hija Miriam Bazán dejaron en 2011 su tierra jujeña para radicarse en Buenos Aires y seguir buscándolo junto a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. “Quizás, dando vuelta una esquina o entre la multitud, quien sabe, no se pierde la esperanza de que en la marcha de los miércoles en el Congreso, Avelino esté junto al pueblo” dice Dina, que junto a Miriam se toman de la mano para seguir adelante y más fuertes que nunca.

Mediante la Resolución N°4255-E-2024, se agregó en el anuario escolar de este año, el 26 de octubre, Día de la recordación de la desaparición forzada por el Terrorismo de Estado en Jujuy del detenido-desaparecido Avelino Bazán. La Biblioteca Nacional Mariano Moreno está reeditando su libro Voces del Socavón.