En el corazón del barrio de Chatham, al sur de Chicago, una plaza lleva el nombre de Mahalia Jackson, la legendaria cantante de góspel que supo marcar el pulso espiritual del movimiento por los derechos civiles. A pocos metros de donde vivió durante más de una década, una escultura de bronce la representa cantando con la potencia que la caracterizaba. Esta estatua es un gesto de reparación y memoria hacia una mujer cuya voz ayudó a sostener la esperanza de un pueblo.

Mahalia Jackson nació en 1911 en Nueva Orleans, en el seno de una familia pobre y profundamente religiosa. Su infancia transcurrió entre la precariedad del sur segregado y los cantos que llenaban las iglesias bautistas de su barrio. Desde pequeña participó del coro y descubrió en la música una fuerza capaz de transformar el dolor en esperanza. En aquellos templos, el góspel era una expresión de fe y también un acto de resistencia frente al racismo.

A los dieciséis años se mudó a Chicago, como tantos afroestadounidenses que migraban desde el sur en busca de trabajo. Trabajó como empleada doméstica, cocinera y lavandera mientras cantaba en distintas congregaciones. Su voz poderosa, pronto llamó la atención de productores locales, pero Mahalia se negó a adaptar su repertorio al gusto blanco. Defendió el góspel como una forma legítima de arte negro, una música nacida de la experiencia espiritual y social del pueblo negro.

Su carrera despegó en los años cuarenta con la grabación de “Move On Up a Little Higher”, un himno que vendió millones de copias y la convirtió en la primera artista de góspel en alcanzar éxito internacional. Con ese reconocimiento, abrió las puertas de los grandes escenarios a una tradición musical históricamente marginada. Cantó en el Carnegie Hall, en París, en el Vaticano, y fue la primera intérprete de góspel en firmar contrato con Columbia Records, el sello más importante de la época.

Más allá de los premios y giras, Mahalia Jackson representó el orgullo y la dignidad de la comunidad negra. Desde el púlpito o desde un escenario, su canto se transformó en un llamado a la justicia. Jackson revolucionó la música religiosa y abrió camino para las mujeres negras en la industria del espectáculo.

Su voz trascendió lo musical. En los años cincuenta y sesenta, Mahalia se convirtió en una aliada inseparable de Martin Luther King Jr.. Cantó en casi todas las marchas y se pronunciaba políticamente en cada escenario que pisaba. La figura de Mahalia Jackson recuerda que el canto también puede ser una forma de lucha. Su voz marcó el rumbo del gospel y su memoria todavía acompaña a quienes creen que la justicia se construye poniendo el cuerpo y con una inquebrantable esperanza.