La veo aparecer en pantalla, detrás de ella, la luz del atardecer entra por el ventanal; el sol, oblicuo, atraviesa la habitación y rodea su contorno, delatando que allá los días son más largos. “Cambiaron el horario —dice—, así que ahora tenemos más día.” 

Mientras habla se acomoda, espalda recta, arma un cigarrillo con movimientos precisos. Luego de la primera pitada, suspira y se entrega, intentando desprenderse de la concentración acumulada y soltar la tensión de las horas de trabajo dedicadas esa tarde al último capítulo de su tesis doctoral, de la que hablaremos más adelante. La última vez que la vi —nos conocimos en un grupo de lectura trasandino de mujeres argentinas y chilenas, coordinado por Alondra Castillo, donde leímos El marxismo y la opresión de las mujeres de Lise Vogel—, estaba rodeada de sus afectos argentinos, que la despedían antes de su regreso a Chile. 

Había vivido tres años y medio en Villa Crespo, barrio de la Ciudad de Buenos Aires que recuerda con cariño, lleno de librerías, cafés y esquinas por las que todavía, dice, camina su memoria. “Ahí voy. Igual me ha gustado volver, pero también extraño”, comenta mientras me cuenta cómo se acomoda entre la rutina, el trabajo y los intentos de reencontrarse con su ciudad natal. Historiadora, investigadora y militante feminista chilena, Daniela construye su recorrido dentro y por fuera de los márgenes académicos

A lo largo de su formación —licenciatura, maestría y doctorado— fue encontrando en los espacios políticos y colectivos un lugar de aprendizaje tan constitutivo como el universitario. En ellos fue forjando una identidad que hoy se traduce en un posicionamiento ético y político dentro de su práctica investigativa. Fue entre abril y noviembre de 2011, cuando Chile fue testigo de una serie de movilizaciones estudiantiles que adquirieron fuerza y transversalidad a través de marchas, paros y tomas de los establecimientos educativos, reconocidas por lo novedoso del movimiento: sus formas de lucha, los marcos y repertorios de acción, y sus modos de organización. 

Daniela Schroder

En ese contexto, Daniela cursaba los primeros años de la licenciatura en Lingüística y Literatura en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, en el campus Juan Gómez Millas. Aquella facultad fue uno de los epicentros donde se gestaban asambleas y se discutían las estrategias colectivas. Allí, Daniela, que siempre había sentido curiosidad por la política, empieza a implicarse de manera más directa. “Siempre me interesó la política, pero creo que realmente me involucré en la política con el movimiento estudiantil universitario, cuando estaba en la licenciatura —dice—. Entré justo en un momento de grandes movilizaciones. Estudié en una facultad muy politizada, equivalente a Puan en Buenos Aires, y el campus Juan Gómez Millas fue un espacio muy importante de formación política para mí. Participé desde las bases, como una más, y viví las movilizaciones y grandes protestas nacionales de 2011 por la gratuidad de la educación.

”Esa inquietud, que había comenzado en los años de movilización estudiantil, encontró finalmente su cauce unos años más tarde, cuando se sumó a la Coordinadora Feminista 8M. “Siempre quise formar parte de alguna organización de manera orgánica, pero no encontraba un espacio que me terminara de convencer”, dice Daniela. La Coordinadora surgió al calor de las movilizaciones por la huelga general del 8 de marzo de 2018, cuando más de ochocientas mil personas marcharon en distintas ciudades de Chile en lo que fue la manifestación más masiva de la historia del país. Desde entonces, el espacio articula a diversas organizaciones sociales, políticas y feministas bajo un horizonte común: hacer del feminismo una acción política transversal contra la precarización de la vida. 

Cuando decidió continuar su formación académica, Daniela cruzó la cordillera en busca de otra mirada sobre la historia. Eligió la Universidad de Buenos Aires para cursar el Doctorado en Historia.

 ¿Qué te llevó a elegir Buenos Aires para dar tus primeros pasos en la investigación histórica?
--Mi objeto de investigación se situaba en Chile, pero me interesaba el enfoque que tenían en el Centro de Documentación e Investigación de las Culturas de las Izquierdas (CEDINCI). Allí hay una línea de trabajo muy desarrollada, con una trayectoria extensa en torno a las publicaciones políticas y culturales, especialmente revistas, desde la historia intelectual. 

Una memoria feminista

Su trabajo se inscribe en el Doctorado en Historia de la UBA. La elección de Laura estuvo guiada por la afinidad con la perspectiva de archivo y de historia intelectual que desarrolla en el CEDINCI, donde investiga publicaciones periódicas feministas y las revistas como espacios de producción política y cultural. Su experiencia en la UBA también le permitió cursar un seminario de la maestría en Estudios Feministas, Problemas de historia de las mujeres y estudios de género, dictado por Valeria Silvina Pita y Gabriela Mitidieri, que le brindó herramientas para analizar problemáticas de historia social y cultural desde una perspectiva de género. Daniela nos devela que este recorrido por la UBA le permitió acercarse a los debates centrales de la historiografía social y cultural, y cómo las historiadoras formadas en perspectiva de género plantean preguntas, emplean categorías, interpelan las evidencias y dialogan con distintos tipos de fuentes. Nos deja en claro que esa experiencia enriqueció su mirada y la manera en que desarrolla sus investigaciones como historiadora.

Antes de embarcarse en su tesis doctoral, Daniela tuvo su primer acercamiento al estudio de archivos feministas de la dictadura chilena a partir de un trabajo temporal de transcripción de entrevistas a feministas de los años 80. Ese contacto inicial despertó un interés que no pudo soltar más. A partir de esa experiencia, junto con dos colegas historiadoras, Luz María Narbona y Valentina Salinas, presentaronuna propuesta para FONDART, un programa de financiamiento para proyectos culturales en Chile, que luego se concretó en el proyecto Boletinas Feministas.

El proyecto buscaba poner en valor las boletinas feministas, digitalizar estos documentos, preservarlos y facilitar el acceso público, al mismo tiempo que ofrecía una pequeña contextualización histórica que permitiera entender qué eran y cuál era su relevancia. Aunque ella estaba viviendo en Barcelona, logró combinar sus viajes a Chile con trabajo de archivo y participación virtual, de modo que el proyecto se desarrolló durante poco más de un año (2020 - 2021) y concluyó con la publicación de un sitio web que reunió los materiales digitalizados y la investigación contextual. Este proyecto fue, según Daniela, la primera exploración del tema, un interés que sigue recorriéndola y que más adelante daría lugar a su investigación doctoral.

¿De qué se trata tu investigación doctoral?

--El proyecto busca ver cómo estas publicaciones funcionaron como una ventana al movimiento de mujeres y cómo contribuyeron a politizar la vida cotidiana, explica. No solo quería extraer información para reconstruir la historia, sino entender cómo estas publicaciones intervenían activamente en el proceso de organización y politización del movimiento feminista. Me interesaba trabajar con publicaciones periódicas y no con libros, porque tienen una dimensión colectiva y una intervención más directa en la coyuntura. En los libros suelen aparecer las voces intelectuales, y yo quería registrar lo que circulaba en los márgenes, entre las mujeres organizadas. Mi recorte temporal abarca la dictadura de 1973, cuando empieza a formarse el movimiento, hasta 1990, cuando vuelve la democracia y los debates cambian, el feminismo se transforma.

¿Qué materiales y fuentes usaste para estudiar estas publicaciones?

--Trabajé mucho con archivos en Chile, principalmente en el Archivo Nacional, donde destacan el Archivo Mujeres y Géneros y un fondo de organizaciones sociales del ARNAD. También revisé prensa de oposición digitalizada y realicé algunas entrevistas a mujeres que participaron en las organizaciones, para complementar información y rastrear cómo circulaban las publicaciones, que muchas veces eran de manera clandestina por las limitaciones y prohibiciones del contexto por ende en muchas de ellas, no se visibilizan las autoras. Encontré más de 60 publicaciones periódicas; algunas eran casi revistas, como Furia o Nosotras, pero la mayoría eran boletinas (Las boletinas son publicaciones periódicas de pequeño formato que, al igual que los fanzines, suelen elaborarse de manera artesanal o alternativa, producidas de forma autogestionada sin la intervención de grandes editoriales). Fueron hechas por organizaciones de mujeres que primero se unieron para oponerse a la dictadura y luego desarrollaron un enfoque feminista propio. Elegí publicaciones periódicas porque reflejan la vida colectiva del movimiento y muestran cómo las ideas circulan entre las mujeres, incluyendo voces que no aparecen en libros o estudios académicos donde hay otro tipo de autoria. Las boletinas permiten escuchar las voces directas de muchas mujeres y ver cómo las mismas ideas se expresaban de formas distintas según el lugar o el momento. Su circulación es generalmente limitada y está dirigida a un público específico, lo que les permite difundir información, ideas o contenidos culturales de manera independiente y cercana a quienes las leen. El trabajo se conforma de dos partes: una cronológica que reconstruye la historia del movimiento y sus hitos, y otra que analiza los temas principales de las publicaciones, como trabajo doméstico, violencia contra la mujer y sexualidad. Estas publicaciones ampliaron la concepción de política, incorporando ámbitos históricamente considerados privados y domésticos, y radicalizaron el debate sobre democracia. De ahí surge la consigna democracia en el país y en la casa.

Dentro del movimiento de mujeres de la época, ¿qué referencias y perspectivas se plasman en las publicaciones?

--Había mucha heterogeneidad dentro del feminismo. El movimiento no era homogéneo: algunas mujeres organizadas priorizaban la lucha contra la dictadura antes de ocuparse de cuestiones de género, mientras que otros sectores —por ejemplo, el grupo de mujeres socialistas— tenían una orientación más feminista y abordaban directamente la articulación entre derechos políticos y cuestiones de género. Ese cruce entre diferentes agendas y sensibilidades es clave para entender cómo se construyó el movimiento y cómo se reflejaba en las publicaciones.

¿Hay alguna dimensión que te hubiera gustado explorar más en tu investigación?

--Muy inicialmente quería hacer algo que abarcara Argentina, Uruguay y Chile, pero rápidamente descarté la idea porque se me hacía inabarcable. 

Sin embargo, ahora observa que esta perspectiva sería muy relevante: Chile recibió y dialogó activamente con debates internacionales, desde los encuentros feministas de Latinoamérica y el Caribe hasta iniciativas de la ONU sobre diseño de políticas para la mujer. “Además, Chile tuvo un impacto importante en el feminismo global: la obra de Julieta Kirkwood, por ejemplo, trascendió fronteras y se convirtió en referencia en la región. Eso es algo que me hubiera gustado profundizar, pero queda pendiente para el futuro.”

¿Qué futuro le ves al proyecto y de qué manera te gustaría que sus hallazgos circulen?

--Por supuesto me gustaría publicar artículos y un libro, pero también pienso en otros formatos: un sitio web, una exposición, pensando en formatos alternativos para que la investigación llegue a un público más amplio. La academia necesita salir a buscar a la gente que está interesada, pero que no necesariamente se acerca a un paper.

Su deseo es que el trabajo no quede encerrado en los circuitos académicos, sino que dialogue con el presente, y que pueda a través de destinos diálogos de circulación despertar el interés a un público más amplio, que se encuentra en los márgenes de la academia. La he socializado en algunos encuentros académicos, pero también en espacios feministas. 

¿Por qué te parece importante recuperar y difundir estos archivos feministas de los años ochenta?

--Porque mantener vivo el diálogo entre lo que se pensó y se hizo entonces, y lo que pensamos y hacemos hoy, es fundamental. Recuperar estos archivos permite dialogar con los feminismos de hoy. Los debates que planteaban en los 80 siguen siendo relevantes, no solo para reconocer deudas pendientes, sino para imaginar horizontes de lucha futuros. Por ejemplo, muchos de estos debates se reflejan en la idea de una democracia feminista, que incluso estaba presente en el proyecto de Constitución reciente en Chile. 

En este marco, La histórica revuelta social en 2019, retomó estas discusiones históricas y exigió una nueva constitución escrita por la ciudadanía, con el objetivo de garantizar derechos fundamentales, justicia social y mayor participación democrática. En esta potente propuesta de Daniela —atravesada por su práctica militante en la Coordinadora y en diversos espacios feministas— se advierte un gesto tan valioso como la investigación misma: la decisión de pensar la historia como algo vivo, que circula y se comparte. 

Asume, desde su lugar de historiadora, que el conocimiento no debe quedar confinado al ámbito en el que se produce, sino volver a quienes lo hicieron posible, a quienes protagonizan las luchas que ella recupera. El desafío está en ejercitar una memoria feminista: una práctica que no solo mire hacia atrás, sino que sirva de inspiración y aprendizaje colectivo. “Esa historia es nuestra historia —afirma—, y tiene que estar disponible para todas. Recuperarla es una forma de moverla hacia el futuro.”