El 27 de octubre de 1922 nació en La Victoria, Lima, Victoria Eugenia Santa Cruz Gamarra, la hija de un poeta y dramaturgo y de una bailarina de zamacueca y marinera. Desde niña, Victoria caminó entre ritmos que hablaban de resistencia y raíces africanas, y aprendió que la cultura negra no era solo un patrimonio, sino una fuerza capaz de transformar la mirada sobre la historia y el presente.

Desde temprana edad, Victoria vivió y percibió en su piel lo que todas las mujeres negras experimentan a diario: la invisibilización, los prejuicios y la exigencia de demostrar su valor frente a una sociedad que niega su historia. Esa experiencia colectiva se convirtió en el motor de su obra Me gritaron negra. Puso en palabras y melodía lo que tantas mujeres y comunidades negras sienten y resisten, transformando la vivencia cotidiana en un canto de dignidad y fuerza compartida.

Victoria Santa Cruz no solo habló de lo negro, lo bailó, lo cantó, lo puso en escena. Su primer gran proyecto fue el grupo Cumanana (1958), que fundó junto a su hermano Nicomedes Santa Cruz Gamarra, y con el que comenzó a construir un espacio donde el folklore afroperuano se resignificaba como historia viva, cuerpo y palabra. Cada coreografía, cada pregón, cada landó o zamacueca era un acto de memoria, un gesto político que desafiaba la invisibilización de la cultura negra en Perú.

La mirada de Victoria trascendió fronteras. Becada por el gobierno francés, viajó a París para profundizar en estudios coreográficos y teatrales. Allí, además, se convirtió en creadora de vestuarios y obras que fusionaban la tradición con la vanguardia, llevando consigo su identidad y sus orígenes. A su regreso, fundó Teatro y Danzas Negras del Perú, grupo que llevó al país y al mundo la riqueza del arte afroperuano, con presentaciones en los principales escenarios y hasta en los Juegos Olímpicos de México 1968.

Pero su legado no se limitó a la creación artística. Entre 1973 y 1982, como directora del Conjunto Nacional de Folclore, convirtió la institucionalidad en un vehículo de reconocimiento para las músicas negras, demostrando que la tradición puede ser instrumento de dignidad y orgullo. Su obra fue un puente entre generaciones, desde los artistas locales hasta el público internacional, pasando por estudiantes y discípulos que encontraron en su enseñanza un llamado a ponerse de pie y mirar de frente la historia.

A partir de los años 80, Victoria trasladó su enseñanza a Estados Unidos, convirtiéndose en profesora vitalicia en la Universidad Carnegie Mellon, donde transmitió su método teatral propio y la conciencia de que el ritmo y la voz son armas de liberación. Desde Rusia hasta Argentina, sus talleres y seminarios enseñaron que la danza y la música negra no son meramente expresiones estéticas, sino mapas de resistencia y memoria.

Hoy, a más de un siglo de su nacimiento, su legado sigue latiendo. Sus composiciones, sus coreografías y su poesía siguen inspirando a artistas, académicos y comunidades.

Victoria Santa Cruz nos enseñó que la música y la danza no son solo entretenimiento, son herramientas de lucha, de identidad y de justicia. Su vida es un testimonio de que resistir y crear van de la mano, y que cada ritmo que se mueve, cada palabra que se pronuncia, lleva consigo la herencia de un pueblo que nunca dejó de sentir orgullo.