Cada vez que Germán Chiaraviglio (30) pone un pie en un aeropuerto, un oficial de migraciones le hace pasar un momento incómodo, difícil de explicar. ¿Será porque no tiene los papeles en regla? ¿Será porque hay una barrera idiomática? No, nada de eso. Este muchacho de ojos vivaces debe hacerle entender a los demás que es un atleta que viene de la Argentina, y que practica salto con garrocha, y que además de ser argentino y garrochista, gana medallas y dinero con lo que hace.

“¿Qué? ¿Salto con garrocha? ¿ Y qué es eso? ¿De eso se vive? “, le preguntan a esta santafesino que lleva más de la mitad de su vida viajando por todo el mundo con su garrocha querida, esa fiel y tenaz compañera de aventuras. El deporte de la garrocha es de una soledad avasallante. “En Argentina, sólo ochenta atletas están federados- comenta Chiaraviglio- en un nivel competitivo. Y en el país no hay más de doscientos o trescientos que sepan saltar con el implemento. Siempre somos los mismos locos los que estamos saltando”, dice.

A esta altura, con estos números, cualquiera se animaría a decir que en nuestro país hay más orfebres que garrochistas. Y la comparación sirve para reflexionar una cosa. ¿Será que formar un garrochista en Argentina vale oro? Chiaraviglio es una joya, que fue esculpida durante muchos años, con el esfuerzo fundante de su padre Guillermo, un reconocido formador de atletas. Heredó la pasión por el atletismo en la sangre. Al punto tal que en junio de este año, cuando todos estén pensando en Rusia y en Messi, en la Copa y en la vuelta olímpica, Chiaraviglio viajará a Europa, pero no para ver fútbol. Sino que estará participando de unos meetings internacionales, posiblemente en Italia. “No todo en la vida es fútbol, capaz que me vaya una semanita al Mundial si estoy cerca, pero no se paraliza la vida con una pelota, por más que en la Argentina se respire fútbol. Mi objetivo sigue siendo mejorar”.

En la playa de Pinamar, Chiaraviglio analiza lo que fue la temporada que pasó y ya mira hacia el horizonte, justo donde se pone el sol, porque para llegar más lejos, hay que mirar al más allá. “Para mi fue un buen año, me había planteado algunos objetivos que pude cumplir. Uno era retener el campeonato sudamericano de Paraguay. Logro que me permitió poder estar en Londres en otro campeonato mundial. Me quedé un poco con la espina clavada porque me hubiese gustado estar en otra final, como si lo venía haciendo en el Mundial de Beijing y en los Juegos Olímpicos de Río. Pero bueno, eso tampoco es fácil, ni algo habitual para mi. Competí tres veces en la Liga de Diamante como nunca en mi carrera. Arranqué en Shangai (China) en abril, pasé por Rabat (Marruecos) y terminé en Zurich  (Suiza), en la final. Eso está bueno porque es lo que me acerca al circuito mundial. Y al sueño de poder mantenerme en un nivel tan complicado.

-¿Es posible mantenerte entre los diez mejores del mundo?

-Esa es la idea mantenerme en ese grupo de diez, quince. Y no estar cuarenta como estuve en 2017 a nivel marcas. Pero así y todo creo que en cuanto a balance fue un buen año. Salté dos veces sobre 5,60. Estoy sano, no tengo dolores, y el tobillo me deja entrenar.

Hay que estar fino porque en este nivel son los detalles los que te dejan adentro o afuera. En Toronto 2015 me sentí muy bien, y salté 5,75, como nunca. Trabajo para estar en esas marcas.

-En Toronto contaste que te fuiste a Brasil a hacer trabajos especiales para mejorar la fortaleza de tus piernas. ¿De esos detalles hacías referencia?

-Hay un tema que es lo físico. A mí me costó bastante porque tengo dos operaciones de tobillo izquierdo. Pero ajustás lo físico y se desajusta lo técnico. Es una rueda donde todos los puntos son importantes. Hay que estar bien en lo anímico, en lo psicológico, en lo técnico. Si tenés ritmo de competencia, seguro vas a mejorar.

-El maestro Sergey Bubka-el mejor garrochista de la historia-, te apadrinó desde chico. ¿Esto de haber sido un pichón de crack, te metió una presión anticipada?

-Sí, tal vez. Cuando los resultados no me comenzaron a acompañar lo he sufrido. En los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, percibí que había sido una gran presión. Me hice cargo de expectativas de terceros.

Para mí eso fue un gran error. Este análisis lo hago luego de muchos años. Cargué con una mochila de expectativas ajenas que no me correspondía y tener que responder a los resultados que pretendían los demás. Todo el mundo me lo decía de buena onda.

“Germán, tenés que ganar”. “Germán, ahora tenés que mejorar tu marca”. “Germán, saliste campeón mundial sub 18 y sub 20, ahora vamos por los Juegos Olímpicos”.Y la verdad es que son dos mundos totalmente diferentes. Ese salto no es menor. Y por ahí las lesiones conspiraron para que me cayera en ese momento. Los culpables no son los demás. Si no yo que asumí esa posición que me había dado la prensa. Para cierta gente era el niño estrella y tenía que cumplir, tenía que responder. Eso perjudicó.

-¿Y en qué te equivocaste?

-Lo tendría que haber visto como un aliento positivo, y no como una presión negativa.

-¿Te sentiste un fracasado ahí?

-Saltar no me llenaba, no lograba alcanzar esas expectativas. No sé cuáles eran mis objetivos reales. Sí aprendí con el tiempo que soy yo junto a mi equipo de trabajo el que se tiene que plantear las metas.

Si esas metas luego no coinciden con las de terceros, bueno, ya no puedo hacerme cargo de eso. Pensando de esa forma, después me empezó a ir mucho mejor.

En ciclos separados, estuvo casi 9 años sin poder batir una marca. Fueron años duros, en los que era atosigado por el fantasma del retiro, pero no claudicó. Y hoy, dos años después de haber realizado el salto de su vida (en los Panamericanos de Toronto) existe una certeza: Chiaraviglio tiene más carrera hecha que por hacer. Pero no quiere quedarse solo en el poster. “Yo sueño con que se masifique este deporte, que siga creciendo. Pero para eso es clave el trabajo en las escuelas, donde no se le da mucha bolilla a la base de atletismo”, expresa. Su padre, Guillermo, agrega: “No se le da pelota al atletismo en las escuelas. Los profesores no trabajan en los fundamentos que es correr, saltar y lanzar. Hay que volver a las bases”: Los Chiaraviglio tienen las fórmula. Valeria, la hermana menor de Germán, también es una destacada garrochista. Y juntos, y separados, pasan horas y horas en la pista de atletismo buscando saltar más cerca del cielo.

Es un caso aparte el de los garrochistas. Tipos y tipas que se esfuerzan los 365 días del año para saltar cinco centímetros más, que su mejor marca. O al menos buscan estar cerca de lo que alguna vez saltaron.

Cinco centímetros. Un crayón de un niño define el éxito o el fracaso de un ciclo olímpico. “Yo me la paso mirando videos de garrochistas, miro a los mejores. Porque mirando se aprende. Creo que de todos los videos de la garrocha que hay colgados en YouTube no hay ninguno que me haya quedado por ver, ja”; sonríe Germán, que se engancha más con un video de un salto que con una buena película.

-Cuándo te preguntan de qué trabajás, ¿entonces, qué decís?

-Me costó mucho tiempo aceptarlo, pero ahora re contra firme te digo que soy deportista. Y soy garrochista. Y vivo de esto en un país donde éste deporte no es ni profesional. A mí nunca me gustó conformarme.

Nunca acepté que me dijeran que no lo iba a poder hacer. Otros me decían, “Nadie vive de eso”. “¿Y por qué no voy a poder?”, fue mi pregunta. Hoy en día son muy pocos los que hacemos atletismo que somos capaces de mantener ciertos ingresos para dedicarnos solo a esto como profesión. Y poder decir esto, para mí, es motivo de orgullo.