En el mercado de artesanías de Aracaju, en el estado de Sergipe –nordeste de Brasil– se venden tablas de madera acompañadas por un pequeño martillo. Se trata de accesorios indispensables para disfrutar de la cocina regional a base de cangrejos, cuya cáscara se rompe con el martillo. La carne tierna y deliciosa libera entonces todos sus sabores, símbolo de la riqueza de la cultura sergipana. 

Sergipe es el estado más chico de Brasil, pero concentra en su territorio algunas de las postales más bellas del país: islas de arena blanca que desaparecen al ritmo de las mareas, manglares incrustados en el agua, un cañón de paredes coloradas, las historias espinosas del sertão (desierto), restos arqueológicos, ciudades coloniales, la sabrosa gastronomía regional y el ritmo del forró. Situado al norte del estado de Bahía y al sur de Alagoas, Sergipe es aún un destino secreto para los argentinos que ahora pueden llegar a la capital, Aracaju, en vuelo directo desde Buenos Aires. 

Aracaju es una ciudad de ritmo amable y cadencioso, con una costanera poblada de hoteles, bares y restaurantes, playas anchas y llenas de vida donde se puede caminar, hacer deportes y recorrer uno de los oceanarios más importantes de Brasil. El centro histórico, el mercado artesanal, el moderno Museo de la Gente Sergipana y la sofisticada costanera del Rio Sergipe, son buenas excusas para detenerse en la capital. Desde allí se puede hacer base para conocer las atracciones de la región.

Si el objetivo son las playas, además de los 35 kilómetros de litoral marítimo que rodean a Aracaju se pueden recorrer las costas de los ríos. Sergipe está surcado por cinco ríos que desembocan en el mar. La desembocadura está rodeada por manglares que son bosques de árboles que hunden sus raíces en el agua. Lejos de la costa, hacia el interior del sertão, el río San Francisco forma el Cañón de Xingó, uno de los navegables más importantes del mundo. 

Sergipe también tiene un rico pasado colonial: fundada en 1590 São Cristóvão es la cuarta ciudad más antigua de Brasil y su plaza principal fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Pero más allá de todos estos atractivos, vale la pena viajar a Sergipe para disfrutar de la infinita hospitalidad nordestina, del ritmo saltarín del forró, de las historias de romances y bandidos.

César de Oliveira
Croa do Goré, un paraíso efímero accesible en un catamarán que remonta el río Vaza Barris.

EN CATAMARÁN “Eu fico”, dice un hombre apoltronado en una silla que tiene las patas enterradas en el agua. El verbo “ficar” en portugués es difícil de traducir: podría decirse que significa quedarse en un lugar, pero es mucho más que eso. En este caso, “ficar” debe ser muy parecido a la felicidad: dejar correr el tiempo, sentir el agua fresca bajo los pies, el sabor amargo de la cachaça, la cadencia de la música nordestina. “Ficar” una tarde sobre la arena blanca de Croa do Goré debería ser un derecho.

Croa do Goré es un paraíso efímero y minimalista al que se llega a bordo de un catamarán del mismo nombre que remonta el río Vaza Barris. Croa significa elevación de la tierra sobre el río, y goré es un pequeño crustáceo. Desembarcamos en un banco de arena cubierto de sombrillas de paja. Nos relajamos en el agua hasta que la isla desaparece por capricho de las mareas. Los techos de las sombrillas quedan suspendidos en el agua. Es entonces cuando el catamarán emite su silbido y embarcamos antes de que el agua termine de engullirse el paraíso. Es hora de ficar en otra parte. 

La Isla de los Enamorados es la segunda parada del catamarán. Desde la cubierta es una aparición de arena blanca, sombrillas de colores, hamacas semihundidas y lagunas transparentes. La llaman así porque, según cuenta la leyenda, una parejita embelesada con los encantos del lugar perdió el barco de regreso y quedó varada durante dos días. Difícil imaginar un destino más grato. 

El agua es una mezcla de río y mar. Las mareas inundan y forman lagunas pobladas de vidas que se revelan debajo del agua. Cangrejos y pequeños organismos que se esconden a nuestro paso y forman poros en la arena. El catamarán nos deja un par de horas para disfrutar de la arena, el bar y las hamacas que se balancean sobre el agua, hasta que nos invita a regresar con su imperiosa sirena. 

LA ISLA DE LA SUEGRA En Sergipe convive la Isla de los Enamorados con la Isla de la Suegra. Mientras recorremos el Rio Real a bordo de la escuna Gazzela, Pedro Marcelo, protagonista de la historia, cuenta que dejó a su suegra en esta isla mientras él y sus hijos iban al pueblo a tomar unos refrescos. Se entretuvo allí hasta que se dio cuenta de que la marea había arrasado con la isla. Desesperado fue a buscar a su suegra y no la encontró. Cuando regresó al pueblo encontró a la mujer que había sido rescatada por un grupo de pescadores. Desde entonces la isla pasó a llamarse Ilha do Sogra o Isla de la Suegra.

Los tripulantes de la escuna desembarcan allí con mesas, manteles y sombrillas para montar un restaurante sobre la arena. Desfilan varias de las delicias de la gastronomía sergipana: más de cien cangrejos diminutos (aratús) envueltos en hojas de banana, farofa, carne do sol (charqui), sururu (sabrosa sopa de un molusco propio de la región), moqueca de pescado. 

Muy cerca de allí está Praia do Saco, calificada como una de las más bellas del mundo . A simple vista la reputación está bien ganada: arena, dunas, palmeras, bares y casitas. La siguiente parada es en Mangue Seco, un pueblito de casas de adobe y calles de arena en el estado de Bahía, donde se filmó la novela Tieta do Agreste, basada en un libro de Jorge Amado. Desde allí partimos en un vertiginoso paseo en buggy por dunas y playas desiertas. 

Regresamos a bordo de la escuna hacia Porto dos Cavalos al ritmo del Trio Pé de Serra con sus músicos que acompasan el ritmo del acordeón con el movimiento ondulante del agua. 

Kate Salomao
Paredones colorados del Cañón de Xingó, el quinto navegable más extenso del mundo.

CAÑON DE XINGÓ Estamos en La Ruta do Cangaço, en pleno sertão, la zona más desértica de Brasil, a más de doscientos kilómetros de Aracaju. Para llegar hasta aquí es necesario internarse en el continente y luego tomar una lancha o un catamarán que remonta el río San Francisco. En Cangaço Eco Parque nos reciben Lampiao y María Bonita con sus trajes azules y las municiones cruzadas sobre el pecho. La pareja emula a los dos cangaçeiros más famosos, mezcla de justicieros y bandidos rurales, que actuaron en la región.

Las comodidades y el paisaje de aquel entonces habrán sido muy diferentes a las de este paraíso ecológico con mesas a la sombra, camastros, hamacas paraguayas y hasta un tobogán de agua que se precipita sobre el río. En 1938 la pareja fue fusilada a pocos metros de este lugar, en la Grota do Antico. Para llegar a la gruta, devenida en sitio de peregrinación turística, hacemos una breve caminata por la catinga, vegetación espinosa típica de esta región árida.

El río San Francisco, también llamado río de Integración Nacional, nace en Minas Gerais, recorre casi tres mil kilómetros y atraviesa varios estados. Ha sido escenario de telenovelas, historias y poemas. Su curso fue desviado por una faraónica represa. Durante la obra se encontró un cementerio de antiguas culturas de la región y se relevaron restos arqueológicos que fueron trasladados al Museo de Arqueología de Xingó, que guarda una valiosa colección. 

Nuestra próxima parada será en el restaurante Karrankas, desde el que parten las excursiones rumbo al Cañón de Xingó, el quinto cañón navegable más extenso del mundo. Difícil describir el contraste entre las aguas verdes del río San Francisco y los paredones colorados que lo rodean. La lancha se desplaza entre formas que se estrechan y abren a nuestro paso. Nos detenemos en un recodo y nos bañamos en una piscina natural. Todas las sensaciones se combinan: la frescura del agua, la sombra del cañón, nuestro propio eco que reverbera mientras nadamos.

Desde ese lugar, una canoa se interna por una estrecha grieta entre paredones interminables. Se pueden palpar las paredes, ver sus poros, sus nervaduras coloradas sobre nuestras cabezas. Alguien llegó hasta aquí e incrustó una pequeña figura de San Francisco entre tanto despliegue natural. La marca sergipana de la hospitalidad y el amor por los detalles.