En 1989 Nueva Zelandia adoptó como régimen de política monetaria el modelo denominado Metas de Inflación o Inflation Targeting. En Argentina este esquema de política antiinflacionaria se aplica desde 2016 y tiene por objetivo explicitar que la prioridad del Banco Central es la reducción de la tasa de inflación mediante la política monetaria. Así, el primer paso consiste en definir una meta cuantitativa explícita de la tasa de inflación como objetivo de la autoridad monetaria a cumplir en un plazo predeterminado, en nuestro caso el 2020 para llegar a una inflación anual del 5 por ciento.

El principal instrumento para este objetivo es la fijación de una tasa nominal de interés en un porcentaje que inicialmente se mantiene muy por encima de la inflación establecida como objetivo y del ritmo actual de aumento de precios, la que se va reduciendo a medida que ese objetivo se va logrando. Obviamente el Banco Central debe absorber todo el excedente que haya de la oferta monetaria con esa tasa “política” de interés a través de operaciones de mercado abierto mediante las denominadas Lebac.

El fundamento teórico de este esquema de política se apoya en los siguientes supuestos básicos: 

1. En el corto plazo la inflación obedece a un exceso de demanda agregada sobre el producto potencial (sic).

2. La tasa de interés real (la nominal menos la tasa de inflación) es la que determina el nivel de la demanda agregada a corto plazo por las decisiones de consumo e inversión privados.

3. El nivel de producto a largo plazo no está condicionado por la demanda agregada actual sino por las condiciones de oferta (versión moderna de la vieja y remanida Ley de Say, de que toda oferta genera su propia demanda). 

4. Las decisiones de largo plazo están negativamente influidas por la inflación actual por lo cual la política antiinflacionaria pasa a ser prioritaria y previa como condición para el crecimiento, y todo se subordina a ella.

Además parte de tres definiciones institucionales básicas: 

a. La total autonomía de la autoridad monetaria respecto al gobierno de turno (sic).

b. Un mercado cambiario totalmente libre para las transacciones en divisas. 

c. La imposibilidad de atender con un solo instrumento (la política monetaria) a más de un objetivo: la estabilidad de precios y el pleno empleo, por ejemplo. 

Con esto último, queda claro que en el marco de este enfoque el objetivo de pleno empleo pasa a un segundo plano, al menos en el corto plazo.

Precios

Como puede apreciarse, aunque pareciera que este enfoque derivara de una concepción monetarista de la inflación en realidad plantea operar sobre la demanda agregada a través de una tasa de interés fuertemente positiva en términos reales, señal que se considera suficiente para que las decisiones de los formadores de precios se alineen con la inflación objetivo.

El Banco Central presentó explícitamente, en su informe de mayo de 2016, los tres canales mediante los cuales se supone que la tasa de interés afecta a los precios:

La demanda agregada: La tasa de interés está vinculada al crédito y a la liquidez de la economía. Se supone que una tasa de interés mayor a la tasa de inflación desestimula el gasto agregado a través de aumentar el costo del crédito, reduciendo tanto el consumo como la inversión, evitando así un exceso de demanda sobre el producto potencial actual. 

El tipo de cambio: En un contexto de mercado de cambios libre con tipo de cambio fluctuante, sin intervención del Estado y de libre acceso a todos los agentes económicos, se supone que el arbitraje entre la moneda nacional y las divisas se da a través de la diferencia entre la tasa de interés local y la internacional, más las expectativas de devaluación y la tasa de riesgo país. Con una tasa de interés interna elevada en pos de la meta de inflación habrá un “premio” a quienes conserven pesos evitando la demanda de dólares. Es decir, que el esquema de metas de inflación induce a un tipo de cambio estable y, mientras no se llegue a la inflación objetivo, a un retraso del tipo de cambio real. 

Las expectativas: El tercer canal es la influencia que pretende ejercer la autoridad monetaria sobre las expectativas de los agentes económicos en el ajuste de los precios. En efecto, el Banco Central anticipa su meta de inflación y, a través de ella, pretende formar expectativas de precios en el sector privado. El objetivo es que el sector privado, al formar precios, se vaya ajustando a dicha meta. Esto pretende influir también en la formación de salarios, tratando de romper la regla de ajustar los salarios nominales por la inflación pasada y cambiarla por la inflación futura.

Supuestos irreales

Si bien no responde a un enfoque estrictamente monetario del proceso inflacionario sus propuestas, instrumentos y objetivos se asemejan mucho y operan “como si” se tratara de la concepción monetarista de la inflación eternizada bajo el nombre de Teoría cuantitativa del dinero, según la cual la inflación es sólo consecuencia de una emisión excesiva de moneda.

Como de costumbre, la debilidad de las conclusiones del análisis económico neoclásico está en la irrealidad de los supuestos de los que parte.

  • Sobreestima la influencia de la tasa de interés interna sobre la inversión privada como componente de la demanda agregada, cuando en economías muy dolarizadas como la argentina los proyectos de inversión se cotejan con los rendimientos de inversiones financieras alternativas en divisas.
  • No considera ciertas restricciones de las economías periféricas como son la escasez de divisas, la excesiva dolarización de las decisiones económicas y la fuerte influencia del tipo de cambio en la formación de precios internos.
  • Al inducir a la estabilidad del tipo de cambio nominal en el marco de una inflación residual deriva en un retraso del tipo de cambio real.
  • Induce el fuerte ingreso especulativo de fondos del exterior por la conjunción de estabilidad cambiaria con altas tasas de interés.
  • Sobreestima la influencia de las expectativas y la confianza de los formadores de precios en el éxito del esquema.
  • Subestima el poder de los formadores líderes de precios de bienes y servicios no transables internacionalmente, que tienen capacidad para prescindir de los objetivos oficiales de inflación para tomar decisiones.
  • Ignora la importancia de la puja distributiva en la fijación de precios y salarios y desprecia por lo tanto la necesidad de alcanzar acuerdos al respecto con los sectores sociales.
  • Minimiza la importancia de las señales actuales en la demanda agregada para las decisiones de inversión a largo plazo.
  • Al priorizar la estabilidad monetaria por sobre otros objetivos de política tiene un alto costo en términos de empleo y actividad económica.

¿Ancla monetaria o cambiaria?

En síntesis, se trata del viejo esquema, un poco más maquillado, de atacar la inflación exclusivamente por la vía monetaria, copiando mal un esquema que da resultados favorables en economías con soberanía monetaria en las que la tasa de interés doméstica de largo plazo es la referencia básica para las decisiones de inversión de las empresas. 

En la dolarizada economía argentina los planes de inversión productiva se cotejan con el rendimiento alternativo de activos financieros nominados en divisas, como los títulos públicos en dólares, y no con la tasa de interés en pesos que además no existe para el largo plazo.

La tasa de interés doméstica sólo es relevante para arbitrar la demanda bimonetaria de dinero entre pesos y dólares por lo cual, absorbiendo oferta monetaria con tasas reales de las Lebac muy por encima de la inflación, sólo se consigue reducir la demanda de dólares, planchar el valor de la divisa y profundizar, junto con el ingreso de capitales especulativos del exterior, el retraso del tipo de cambio real que tanto perjudica la competitividad internacional de nuestra producción industrial.

A todo esto se le suman dos inconsistencias adicionales con la política económica actual. Una es el creciente déficit fiscal provocado por la baja de recursos originado en la reducción y eliminación de retenciones a las exportaciones, junto con la reactivación parcial del plan de obras públicas por motivos electorales. Si bien el Gobierno está recurriendo de manera creciente al endeudamiento público externo, buena parte del déficit fiscal tiene impacto monetario, ya que los dólares que entran se transforman en pesos en el mercado cambiario. En este contexto el esquema de restricción monetaria vía tasas del Banco Central tiene el mismo efecto que acelerar un automóvil apretando los frenos a la vez: cuanta más emisión por déficit más habrá que elevar la tasa de interés y más se retrasará el tipo de cambio real.

La otra inconsistencia es que el esquema de metas de inflación encarece las tasas para reducir el crédito para consumo e inversión y controlar la demanda agregada cuando, simultáneamente y también por motivos electorales, se expande el crédito ajustable por inflación (UVA), generando un efecto inverso al pretendido por la autoridad monetaria. 

En conclusión, la única posibilidad de alguna eficacia, si la hay, en la reducción de la tasa de inflación va a estar dada precisamente por usar una vez más al tipo de cambio como ancla inflacionaria y por desvincular los salarios de la inflación pasada vía desregulación de la legislación laboral. Para hacer eso no era necesario pagar más de 25.000 millones de pesos mensuales en intereses de Lebac como se está haciendo ahora, lo que genera cada dos meses la misma erogación al Banco Central que toda la operatoria de 2015 con dólar futuro, por la cual se inventó una causa penal sin sentido económico ni jurídico.

* Economista. Subcoordinador de la Licenciatura en Economía en la Universidad Nacional Arturo Jauretche.