Suele decirse: el fútbol es generoso. Abre sus puertas y no discrimina, ni siquiera al discriminador. Jair Bolsonaro es un ex militar ultraderechista, racista y homofóbico que tiene expectativas presidenciales en Brasil. Para robustecerlas, se vale de la popularidad del deporte, acaso la señal más fuerte de identidad en su país. Lo hace de una manera que sorprende y podría afirmarse que transformó cada club y cada estadio en un comité electoral. Dice que es hincha de Palmeiras, pero le da lo mismo ponerse su camiseta verdiblanca que la de Flamengo, Botafogo, Vasco da Gama o Fluminense. Aparece vestido con ellas en el Maracaná, el Nilton Santos o cualquier cancha. Saluda a los torcedores, se saca fotos con ellos y amplía el radio de su fama. También recibe insultos, abucheos y críticas porque divide aguas. Una encuesta reciente de UOL, la mayor empresa de contenidos brasileña, lo da como ganador entre los futbolistas, incluso por sobre Lula. Pero solo la proscripción del ex presidente podría darle chances de llegar al gobierno en octubre. Su caso es para estudiar, aunque no debería minimizarse.

Seis países de América latina irán a elecciones en 2018 y Brasil es el más importante de todos. Bolsonaro tiene el 17 por ciento de intención de voto, contra el 34 por ciento de Lula, pero el personaje que discrimina a gays y refugiados por igual acrecentaría sus chances presidenciales si el líder histórico del PT no pudiera competir. Su futuro está atado a un fallo del Tribunal Superior de Justicia (TSJ). Recurrió a esa instancia para apelar una condena a nueve años de prisión. Mientras Lula gana por ahora en todas las encuestas en primera y segunda vuelta, el ex militar hace campaña con el fútbol como zanahoria. 

Referente de un partido nuevo llamado Patriota (el ex Partido Ecológico Nacional con el que se alió) Bolsonaro sabe muy bien que el ambiente del fútbol puede aportarle muchos votos. Una muestra de UOL deportes difundida la semana pasada, le da una preferencia del 20,72 por ciento entre los jugadores que ya decidieron su candidato presidencial y que participan en las series A y B del torneo brasileño. En esa misma encuesta –propalada con entusiasmo por medios afines al ex militar y diputado por Río de Janeiro– Lula sacó el 5,4 por ciento de los apoyos. Los demás candidatos quedaron muy por debajo del referente que expresa a la derecha más chauvinista de Brasil. Incluido el actual entrenador del seleccionado de fútbol, Tité, que fue sondeado y sacó el 1,8 ciento. Aunque la inmensa mayoría, el 58,55 por ciento, respondió que todavía no sabe a quién votará.

Bolsonaro ha recibido adhesiones públicas, algunas más culposas que otras, de diferentes futbolistas con cierto relieve. Desde Felipe Melo del Palmeiras a Roger del Botafogo. O el moreno Wanderson de Paula Sabino, “Somalia”, ex delantero del Sao Caetano y Feyenoord de Holanda que apareció en un video elogiándose mutuamente con el candidato. Pero el caso que hizo más ruido en Brasil fue el de Ronaldinho. El diario O Globo publicó que sería candidato a senador por el partido Patriota en Minas Gerais. La noticia fue rápidamente desmentida por la fuerza que lidera el diputado y admirador de la dictadura brasileña (1964-1985). Aunque podría haberse basado en un indicio que no confirma ni desmiente las simpatías políticas del ex jugador del Barcelona. Ronaldinho se fotografió hace un tiempo posando con el libro Bolsonaro - Mito o verdad. De ahí a que adhiera a las ideas del fascista que pretende suceder a Michael Temer hay una distancia que solo él puede ratificar o desmentir. 

Quien cuestionó el vínculo que se le atribuye a su esposo con Bolsonaro fue la mujer de Roger, el delantero del Botafogo. En Brasil se volvió viral una foto en la que se los ve sonriendo a los dos. Elisabeth dijo que fue tomada durante un encuentro casual por la calle. Felipe Melo, en cambio, hizo un video de apoyo al ex militar en el que pidió “palo a los vagabundos” (vagos). Cuando se dio cuenta de las repercusiones negativas que había tenido, lo retiró de las redes sociales. 

Audaz, bocón, maleducado, el candidato se dio cuenta de que el fútbol puede aportarle votos a sus aspiraciones presidenciales. En un artículo titulado “Bolsonaro y Médici (NDLR: uno de los dictadores brasileños): cuando el populismo encuentra el fútbol”, el sociólogo e historiador Lucas Salgueiro Lopes sostiene: “En un tiempo relativamente pequeño, el político sobrepasa su ‘pasión’ blanquinegra en Río de Janeiro, viste camisetas de Fluminense y América; a finales de 2016 va al Maracaná uniformado, y vibra con la vuelta del Vasco a la Primera División. En junio de 2017, va al Estadio Nilton Santos a ver el Botafogo y semanas después en uno de los primeros juegos en el reformado estadio Isla de Urubú, hincha por el Flamengo contra Chapecoense en un juego válido por el Campeonato Brasileiro”.

Este raid en el que se ponía y sacaba camisetas de distintos equipos sería un desembozado acto de populismo futbolero si no fuera por la clase de candidato que es Bolsonaro. Cuando lo rechazan no es porque cambie de colores como el camaleón. Lo rechazan por sus dichos contra los homosexuales, su misoginia, sus elogios hacia la dictadura o por sus comentarios xenófobos. La Secretaría Especial de Promoción de la Igualdad Racial brasileña repudió sus dichos del 3 de abril de 2017 en la sede del Club Hebraica. “Es inadmisible que un parlamentario, pese a la libertad de expresión, incite, totalitaria y reiteradamente, al odio en la sociedad brasileña” declaró el organismo sobre sus dichos contra los pueblos originarios y esclavos libertos. 

Bolsonaro ha sido repudiado hasta en la que se supone es su propia casa: el estadio Allianz Parque del Palmeiras. En un partido por el campeonato brasileño contra Sport Recife en noviembre pasado, varios hinchas del equipo lo abuchearon cuando pasaba por un sector de las plateas. Hizo que saludaba como si fuera un candidato en campaña, pero los torcedores –así les dicen en Brasil a nuestros simpatizantes– lejos de retribuirle el gesto lo insultaron. Los más pacíficos le sacaban fotos. No fue la primera vez que el ex militar va a un partido del Palmeiras. En junio de 2016, contra Gremio en el Estadio de Pacaembú de San Pablo dividió a los hinchas. Algunos lo insultaban y otros lo aplaudían. 

Como el aspirante presidencial tiene su propio aparato de prensa, también se conocen videos que intentan favorecerlo. Aparece gritando goles del Palmeiras, saludando a hinchas del Curitiba y el Botafogo en un mismo partido o en el Maracaná vestido con la camiseta del Vasco da Gama. 

Las críticas más duras contra lo que sus ideas representan se las dedicaron los seguidores de Gremio de Porto Alegre. Hace un par de años, Bolsonaro se mostró con una camiseta del campeón de América en el Congreso y le cayeron encima miembros del grupo Gremio Antifascista.   

“Esta camiseta es de negros, blancos, gays, lesbianas, transexuales, musulmanes, judíos, ateos, cristianos, umbandistas… de todos menos del Señor y de tus siervos igualmente fascistas”, escribieron los hinchas en su Facebook. Insistente y con la misma foto, el candidato volvió a la carga cuando el club le ganó la final de la Copa Libertadores a Lanús el 30 de noviembre: “¡Enhorabuena Gremio por la conquista de la Copa Libertadores de América! ¡Será Brasil una vez más en el Mundial que representará la grandeza de nuestro fútbol!” tuiteó. La agrupación gremista ya le había recordado un detalle: en 1977 fue el club que tuvo su primera hinchada gay en el país. No hizo falta repetírselo otra vez.

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