120 pulsaciones por minuto

120 battements par minute

Francia, 2017

Dirección: Robin Campillo.

Reparto: Nahuel Pérez Biscayart, Adèle Haenel, Yves Heck.

Duración: 143 minutos.

9 (nueve) puntos.

 

Hay una doble mirada que converge en un film como 120 pulsaciones por minuto. Por un lado, la recreación histórica que significa, dedicada a poner en pantalla el umbral entre los años '80 y '90 franceses, con el activismo de Act Up; por el otro, el rebote que hoy significa. Porque el film de Robin Campillo es, inevitablemente, una puesta al día de una problemática vigente, cuyas consignas actualiza. Es decir, la guerra contra el sida sucede, y su puesta en boca ciudadana está bastante lejos de ser tarea resuelta.

Al respecto, vale la secuencia en donde Act Up irrumpe en un colegio secundario, entre la adhesión de alguna profesora y la desidia de los demás. Aun cuando pueda parecer demodé la excusa institucional -que justifica el secretismo sobre los modos del contagio con la edad de los alumnos-, lo cierto es que basta con ver hoy, por acá nomás, la pelea que representa la permanencia de una Educación Sexual Integral, sin la injerencia de predicamentos religiosos y con el apoyo pleno de la órbita del estado. Cuando el aula es tomada por asalto, entre profilácticos a disposición y folletería explícita, nada dificulta pensar que bien vendría replicar gestos similares en ciertos establecimientos.

Por eso, cuando el deceso de Sean (en la piel fulgurante de Nahuel Pérez Biscayart) finalmente acontezca, de él se dirá que fue un político de veras, loco y alegre. Tales características, el día que sean adjetivos corrientes en funcionarios de turno, serán también la validación de un salto social cualitativo. Está lejos de ocurrir, se sabe. Por cuestiones similares, es que la película de Campillo se revela urgente.

A propósito, Sean es la explosión de luz de la película. Tanto resplandece que detrás suyo sabrá dejar un titilar iridiscente, entre personajes y espectadores. Así de enorme es la tarea del actor argentino en este film multipremiado en Cannes. Biscayart es capaz de asomar a la manera de un estruendo, con tembladeral consecuente, a través de un personaje seguramente consciente de que los días pasan rápido. Sabe ser arrojado ante las autoridades, amigos y extraños, grita máximas como armas que disparan, con palabras que hieren los artificios retóricos.

En este sentido, el film no deja de ser un pleito dialéctico, dedicado a hacer caer el velo del discurso político y empresarial: el primero, a partir de la tarea de gobierno de François Miterrand; el segundo, a través del negocio de los laboratorios farmacéuticos. El inicio de 120 pulsaciones corrobora su postura estética/política, por medio de la intervención que se dedica a interrumpir un acto político. Situación que será disparador argumental e instancia de revisión para el propio grupo: la bomba de sangre sobre el rostro del funcionario, además de las esposas que lo "arrestan", serán un punto de inflexión.

A través del montaje paralelo entre lo ya sucedido (la intervención referida) y el "presente" (la reunión de Act Up), el film mete de lleno al espectador en el drama, al invitarlo como partícipe de tales reuniones. El salón que los congrega comienza a llenarse tras la introducción a los "ingresantes": chasquear dedos en lugar de aplaudir, fumar afuera, discutir adentro. A partir de allí, desde el momento en que el espectador decide proseguir con la película, acepta la tarea política que lo involucra. En otras palabras: ver cine es un acto político, y 120 pulsaciones asume un discurso que es decididamente combativo, sale a la calle para volverla trinchera, mientras riega con sus cuerpos vivos/muertos al pavimento, así como les resucita en bailes que se inmiscuyen entre una muchedumbre todavía más asustada que ellos.

La puesta en escena delinea, con tino, el nexo político‑empresario en las caracterizaciones de sus voceros, en sus edificios de funcionamiento aséptico; es contra esta hipocresía que Act Up hace estallar sus disparos de sangre, con los que impactan paredes, vidrios, ropas y cuerpos. No en vano se trata de París, tierra surrealista, ya que algunas medidas de Act Up parecieran emular o dar continuidad al espíritu colectivo de Breton.

Es entre esta ocupación del espacio público, la defensa de los derechos, y la intimidad de sus personajes, cómo discurre el drama de 120 pulsaciones. En cuanto a la intimidad, elige su punto de inflexión en el espíritu hermoso de Sean. Cuando con él se apague su llamita, ésta reverberará en otros bríos. En su hacer ejemplar, que la película toma como tal, se cifran tantos y tantas, peleadores de una vida segada por un virus maldito con el que otros más malditos negocian. La película hace carne en Biscayart, y él se ofrenda de manera sacrificial. Su cuerpo así lo exhibe ante la cámara: adelgazado, ojeroso, progresivamente caído, tendiente sin embargo a mantenerse en pie, sobre el dolor de las llagas que pisa. Su batalla es la de toda la película. Se trata de una entrega artística tan dolorosa como generosa.