Después de que un pretendiente enano la dejó sola en la mesa de un restorán, la mujer toma la botella de vino y se dirige con paso calmo y resuelto hacia otra mesa donde están su ex marido, que previamente se mofó de ella y su cita de esa noche, y la jovencísima novia de su ex. La cámara la toma desde la posición desde donde el ex la ve venir, con expresión temerosa. Ella camina hacia él con la botella en la mano derecha, cierto bamboleo y una innegable chuequera, como de cowboy. Allí la mente del espectador rebobina. La provocación, el arma en la mano (la botella), el restorán que podría haber sido un saloon y la mujer que por su dureza, decisión, tendencia a la acción directa y falta de renunciamientos bien podría haber sido el héroe de un western. ¿John Wayne, por ejemplo? El andar cansino, el bamboleo y la chuequera así lo hacen pensar, tanto como la combinación de trompada y patada con que en otro momento dejó fuera de combate a dos contendientes bastante menores. O el ataque a una comisaría que, es verdad, en el caso del protagonista de La diligencia normalmente lo hubiera encontrado del otro lado. Pero hay algo de héroe mítico en la Mildred Hayes de Tres anuncios por un crimen, algo en ella que excede lo meramente humano, algo que representa lo que todos quisiéramos ser o hacer en una circunstancia semejante.

Ganadora de cuatro Globos de Oro y con seguridad una de las más firmes competidoras del Oscar cuando éstos se anuncien el martes próximo, si Tres anuncios por un crimen admite ser vista como un western, es como un post western. Uno de esos en los que el género ya fue y se lo recoge en pedazos, rearmándolo como en una pintura cubista. Como un western noir, dada su visión del mundo, y como un western feminista, desde ya, en vista del tamaño y acciones de su heroína. O antiheroína, teniendo en cuenta que Mildred Hayes no tiene un pelo de ejemplar. Pero conviene ir por partes. Contando mínimamente la historia, por ejemplo. A Mildred (Frances McDormand) le violaron y asesinaron a la hija unos meses atrás, en el pueblito de Missouri donde vive, y la chica ya está enterrada. Pero Mildred quiere que al menos se atrape al culpable, recurriendo a un método novedoso para acusar a la policía local de no hacer nada. Lo cual genera inquietud en el sheriff Willoughby (Woody Harrelson) y el alguacil Dixon (Sam Rockwell). De allí en más, para no espoilear ningún dato y simplificar de paso una trama arborescente, lo más sencillo sería suscribir a lo que dice el propio Martin McDonagh, autor y realizador de la película: “La acción de un lado genera la reacción del otro, y así sucesivamente”.

El pueblito, de esos con una avenida central, es bien de western. La agencia de publicidad, donde Mildred concurre para alquilar unos carteles en la segunda secuencia, está estratégicamente ubicada justo frente a la comisaría, de modo de facilitar el momento más brillante en términos de puesta en escena y más poderoso dramáticamente, cuando el animal de Dixon, el policía más impresentable de Ebbing, cruza de una a la otra, justo a la mitad de la película, para cometer un acto aberrante y la cámara lo sigue sin cortes, de ida y vuelta, durante dos o tres minutos en los que pasa de todo. Hay cosas que parecerían pasar en Tres anuncios... y no pasan. Que la policía sea corrupta, violenta y se maneje por fuera de la ley, por ejemplo. Las dos últimas cosas no las hace el cuerpo de policía pero sí Dixon, que además de eso es bruto, racista, semianalfabeto y estúpido. Por lo menos hasta determinado momento.

Daría la impresión de que Willoughby tolera a Dixon de bueno que es. “De quince policías que tengo”, le dice Willoughby a Mildred con gesto resignado, “tendría que echar a once por racistas. Y me quedaría con cuatro homofóbicos.” Uno de los grandes aciertos del británico McDonagh (el mismo de Escondidos en Brujas, 2008, y Siete psicópatas, 2012) es no hacer de Mildred una víctima, sino una antiheroína. Mildred se separó de su marido golpeador, pero carga con una culpa gigante en relación con su hija. Le hace a la policía reclamos disparatados y cuando ve que ésta no investiga toma la ley en mano propia, con alto riesgo para la vida ajena en un caso y directamente dispuesta a quitársela a alguien en otro, confundiendo frustración personal con justicierismo. Más allá de eso Mildred tiene, gracias a McDonagh, una lengua afilada e inspirada, que en una escena que será muy festejada deja a un clérigo con ganas de que se lo trague la tierra. Tal como ocurría con Wayne, uno hincha por ella, aunque no sea un ejemplo de persona. Es algo mucho más valioso: un gran personaje, y Frances McDormand la aprovecha con tantas agallas como la propia Mildred.

Hay otras cuestiones algo más discutibles en Tres anuncios..., como la necesidad de cierta enfermedad y su resolución, el descenso a la caricatura del personaje de Dixon (Rockwell está excelente, por cierto) o la estupidización de la novia del ex de Mildred y de la secretaria de la agencia de publicidad. Pero también hay compensaciones: la castradora mamá de Dixon, interpretada por una actriz que parece un hombre temible, el enano enamorado del siempre inefable Peter Dinklage, la irritante impertinencia de un jovencito llamado Caleb Landry Jones, la corrosividad y los diálogos que cruzan toda la película... En fin, que el voto es positivo.