Joe Brainard nació en Tulsa, 1942. No había terminado el secundario cuando ya había ganado varios premios de arte, conocido a dos pichones de poetas que iban a ser sus grandes amigos toda la vida y realizado juntos una revista de la que él era director de arte: The White Dove Review. Ahí participaban Ron Padgett y Dick Gallup. Por esa misma época conoció a Ted Berrigan. Estaba terminando la década del 50 y Brainard, como muchos otros, quería conocer Nueva York. Hacia esa ciudad viajó con Padgett y, con algunas idas y vueltas, fue allí donde permaneció el resto de su vida. 

Brainard es un artista de culto, un escritor bastante secreto y una figura clave en la escena neoyorkina del arte pop y la poesía de los ‘60 y ‘70. Cultor de una vida prolífica, intensa y condensada –murió en 1994– formó parte de lo que a grandes rasgos se conoció como la Escuela de Poesía de Nueva York. Cofundada por Frank O’ Hara, John Ashbery, Kenneth Koch y James Schyller, su denominador común era mixturar la poesía con la pintura, el teatro y la música. Schuyler y O’Hara, por ejemplo, trabajaron como curadores en el MOMA; y era a la salida del museo cuando O’Hara escribía sus famosos Lunch poems. Fue también él quién escribió: “No soy un pintor, soy un poeta./ ¿Por qué? Creo que preferiría ser/ un pintor/ pero no lo soy”. Brainard no se hizo tanto problema: fue las dos cosas.

Opacada por la fulgurante Generación Beat, La Escuela de Poesía de Nueva York fue menos conocida en su tiempo, pero hace rato que se ha producido una lenta y definitiva revalorización de sus autores. Encabezada por el recientemente fallecido John Ashbery, el más laureado de todos y siguiendo por ediciones y traducciones de los demás (por editoriales como Kriller71ediciones, Gog y Magog, Huesos de Jibia y otras) y hasta la aparición de un poema de Frank O’Hara, en un capítulo de la serie Mad Men. 

Brainard, si bien fue amigo de todos ellos, es considerado como parte de la “segunda generación”, junto con Ron Padgett y Ted Berrigan, sus amigos de la adolescencia. Por eso la edición de Me acuerdo y otros autorretratos por Eterna Cadencia viene a satisfacer un nuevo interés por estos poetas anfibios, medio pintores, medio bon vivants, de vidas extravagantes, que ahora llega hasta nosotros. Como ejemplo de la renovada atención, basta mencionar un hecho: los poemas que Jim Jarmush utilizó para su último film, Paterson que narra precisamente la vida de un poeta, son de Ron Padgett. 

Un memotest literario

Hace tiempo que Me acuerdo, de Joe Brainard había empezado a circular en español, en una bonita edición de Sexto Piso. Pero con Me acuerdo y otros autorretratos, por un lado nos encontramos con una traducción más cómoda para el lector rioplatense de Ariel Dilon –y con un libro más accesible en general– por otra, además del texto más famoso de Brainard se incluyen otros escritos por primera vez en castellano, que abren nuevos flancos de su obra literaria. Todos ellos desbordantes de gracia, teoría alocada, frescura, sensualidad en todos los posibles sentidos del término. 

Quizás algunos se pregunten por qué es tan famoso I remember. Se trata de una suerte de lista biográfica que salió primero diseminada en entregas y fue reunida en un tomo en 1975. Esos fragmentos fueron su primera incursión ordenada en la escritura. Cada parágrafo empieza con la misma fórmula: Me acuerdo... y una pequeña historia vinculada a su vida que puede ser tan breve como una frase. Como autobiografía o memorias el libro se aparta de las convenciones del género. Más que un gran relato ordenado tras una idea central, o una progresión en la que se cuenta la formación de una personalidad, nos encontramos con astillas de una vida y todo lo que la rodea, astillas de otras vidas, que lo acompañaron desde su infancia en Tulsa hasta su juventud en Nueva York. Hay algo de historia social azarosa, mezclada con la enorme batea de materiales con los que Brainard forjó su sensibilidad. En este texto y en los demás se percibe su amor por la cultura popular americana. Siempre desde lo muy particular, recorre el arco que va de lo banal a lo elevado en una inmensa acumulación de detalles que mezclan locamente tiempos y espacios.

I Remember inspiró muchos homenajes, el más notable fue el que hizo Georges Perec que escribió Je me souviens. No es raro que su fórmula mágica haya cundido en otras mentes. Su obra siempre estuvo abierta a la colaboración. No solo con Padget y Berrigan, sino también con muchos otros pintores, poetas, directores teatrales y corógrafos de su tiempo. Brainard fue un ser gregario y amiguero, cultor de la buena vida. Da la sensación de que ese paso suyo final, el gesto radical de dejar la escritura y las artes en los últimos quince años de su vida, más que una búsqueda de ostracismo fue todo lo contrario. Dedicarse únicamente a la vida en amistad. Como dice en uno epigramas de la genialidad Los 29 miniensayos (incluido en este libro): “Las personas son los libros mas maravillosos del mundo”. Y él también fue uno. 

Me acuerdo de mí

Gran parte de este libro es una suma de muchos tipos de diarios. No se trata de un único y modesto diario personal en el que el autor plasmó ideas y acontecimientos al correr de los días. Son diarios con títulos, que empiezan y terminan, además de poseer una estructura diferente en cada caso. Está el llamado Diario especial, que son tan solo cinco entradas, donde cuenta algunos hábitos culinarios y ociosos, además de cierta crisis que atraviesa su trabajo. Culmina con una frase que podría funcionar como consigna para todos aquellos que escriben diarios: “Espero que el manÞana no haga que esto suene demasiado cursi. Aunque seì que lo haraì. Que lo es. Y que, en realidad, no me importa. Eso es de lo que se trata este diario especial (un lujo).”

El Diario de Bolinas cuenta acerca de una estadía que Brainard pasó en aquella ciudad de California, y los amigos que se hizo a lo largo de ese verano. Aparecen dibujantes y poetas como Robert Creeley, con el que tramó un comic en colaboración, que aparece en el libro. Hay también dibujos de línea liviana y grácil, de distintas cosas que ve: la cocina de la casa donde se queda, casas que imagina que podría construir si viviera definitivamente en Bolinas, flyers para lecturas de sus amigas, y también amigos como Robert Creeley y Ted Berrigan. Dibujos y palabras, palabras y dibujos. Y la letra manuscrita de él. 

Otros textos donde se mezclan dibujos, collage y textos son los Cuadernos del cigarrillo y unas viñetas llamadas Habitantes del mundo: ¡relájense! una serie de comics muy divertidos, donde imagen y texto parecen seguir líneas divergentes. Como unos muy tiernos cuyo globito de texto reza: “Cuidado con los muchachos en pantalones ajustados: Son pervertidos.”

Así como distintos diarios, hay diferentes tipos de autobiografías: la melodramática y barroca En la noche de navidad, otra llamada solo Autobiografía, que tiene media carilla de extensión. En ocasiones Brainard se pregunta: “¿Por qué les estoy contando todas estas cosas?”, en otras se alegra: “Caramba... ¡qué amable de parte de ustedes es que esteìn en mi cabeza para que les escriba!”. Y a veces se burla de su propio ejercicio de escritura: “Saben, estoy tratando de hablar de algo que no sea yo mismo pero, ¿hay alguna mejora en esto?”.

En todos estos textos fragmentarios el procedimiento es similar al que Brainard-artista hacía con sus collages, dibujos y pequeñas obras en papel: conmoverse con lo cotidiano y volverlo algo revelador. Un pop amoroso, que vuelve material literario lo ya-hecho de su propia vida. Siempre con un oído sutil, un gran sentido de la escala íntima, Brainard localiza lo extraordinario en lo de todos los días y logra algo muy inusual. Hacer que lo extraordinario parezca fácil, parezca normal.