Pettinato nos regaló una fiesta. Su frase lo dejó al desnudo. “A veces pienso que el acoso sucede porque la otra persona tarda mucho tiempo en decirte que no quiere coger con vos. Si la otra persona lo dijera rápidamente, el 50 por ciento de los hombres se achicarían”, afirmó el conductor en una entrevista al diario Perfil. Sus dichos recibieron como respuesta los testimonios conmovedores de varias profesionales de los medios, que trabajaron con él en distintos programas, y que vomitaron en redes sociales los acosos y maltratos misóginos, recibidos de su parte. Como si hubieran estado esperando ese momento durante años. No son las únicas. Me consta que hay más. Pero no todas quieren ventilar ese tiempo pasado, aunque sus heridas sigan abiertas. Las víctimas de violencia machista tienen sus tiempos, distintos de quién sufre otro tipo de delitos.

Para Pettinato, como para tantos otros varones, la culpa es de ellas, sus presas. Si ellas, nosotras, les pusiéramos freno a tiempo, ellos, los acosadores, cesarían en su conducta: ese es el pensamiento maquiavélico que pretenden imponer ahora que se va cayendo el cerco de protección que les permitió actuar impunemente con sus comentarios, toqueteos y manoseos indebidos. Abusadores de niñas y niños han llegado a sostener que los provocaban sus víctimas. Es la excusa a la que apelan para justificar sus actos aberrantes. Para pretender lavarse las manos de su responsabilidad.

La periodista Fiorella Sargenti, la locutora Mariana de Iraola y la comediante Señorita Bimbo, le quitaron la careta a Pettinato. Se animaron. Ahora que la escucha es distinta a partir del movimiento #NiUnaMenos en Argentina y del #MeToo en Estados Unidos.

Hablemos mujeres, hablemos. Estamos para escuchar. Para acompañar. Fiorella Sargenti explicó mejor que nadie lo que siente una mujer que vive esa situación: sus angustias, su silencio, sus miedos, el temor a perder el trabajo...

Pettinato habló y se prendió fuego, solito. En el ambiente del espectáculo se conocían sus actitudes acosadoras, y de desprecio hacia sus compañeras. Como suele ocurrir, se aprovechaba de la situación de poder en la que se encontraba. Con su silencio, –¿o tal vez su aprobación?–, quienes lo contrataban o los mismos compañeros de trabajo, lo avalaron.

No se trata de prohibir la seducción, la galantería, el levante. El acoso no tiene nada que ver con eso. El maltrato, tampoco. No vengan ahora a querer meter todo en la misma bolsa. Para volver a silenciarnos. Siempre que rompemos moldes, que empujamos los márgenes arbitrarios que nos imponen, voces reactivas -voceras del patriarcado- pretenden llevarnos de nuevo a la cocina, quieren apaciguar nuestra rebeldía, nuestra desobediencia. Son siglos de sometimiento a los arbitrarios privilegios masculinos. La naturalización de esa opresión fue su mejor arma.

No los vamos a quemar en la hoguera. Como hicieron con miles de mujeres hacia el final de la Edad Media –como tan bien explica Silvia Federici en su brillante libro El Caliban y la Bruja–: la llamada caza de brujas, junto con la trata de esclavos y la conquista de América, fueron imprescindibles para instaurar el sistema capitalista moderno y cambiaron de una manera decisiva las relaciones entre mujeres y varones, devaluando el trabajo reproductivo y colocándonos en una situación de subordinación con los hombres. Hasta ahí tendríamos que remontarnos para entender el presente. Pero no nos vayamos tan lejos.

Los casos de acoso sexual que se están destapando en el país abren varias preguntas: ¿Si antes estaban socialmente permitidas ese tipo de actitudes se deben juzgar con la vara de hoy, cuando claramente hay un nuevo paradigma, aunque muchas ya sabíamos que no correspondía, estaba mal? ¿Alcanza con escuchar a los acosadores pedir disculpas? ¿Es la Justicia el lugar al que hay que llevarlos, con su misoginia exponencial?

Conozco varones que concientemente están desaprendiendo sus conductas machistas. Es un camino que celebro.

Hoy el tema está en los medios. Ojalá que no sea solo porque da rating y que verdaderamente haya un cambio radical en las relaciones interpersonales entre varones y personas con cuerpos feminizados, que se entienda que ellos, ustedes, no tienen derecho sobre nuestros cuerpos, que cuando una persona –mujer, trans o la identidad sexual que tenga– dice no, es no. A veces no se puede poner en palabras: la negativa es gestual. Entiéndanlo.

Que se esté hablando es un paso. 

El 14 de febrero se cumplen 30 años de un femicidio que cambió la historia de la violencia machista en la Argentina: el de Alicia Muñiz a manos de Carlos Monzón. La visibilidad del caso sacó esa problemática de la intimidad de los hogares, del ámbito privado. No se hablaba, claro, de femicidio, esa palabra llegó mucho después. El primer titular de Clarín fue “Tras una riña con Monzón, murió su mujer”. Tengo guardada una foto de esa tapa. Hoy, otros casos, que involucran a famosos, están sacando del silencio el acoso sexual laboral. No nos callemos más.