El auto “bailaba el vals” en una ancha carretera de Francia, no lejos de París, el mediodía del 4 de enero de 1960. El editor Michel Gallimard iba al volante; a su lado estaba el escritor Albert Camus, Premio Nobel de Literatura. Después de algunos derrapes, como “si algo se derrumbara bajo el vehículo”, el auto golpeó con violencia contra uno de los plátanos que flanqueaban la carretera, rebotó contra otro, a varios metros de distancia, para destrozarse por completo. El autor de El extranjero, con el cráneo fracturado y el cuello roto, murió en el acto. En Camus debe morir (Bärenhaus), el poeta y narrador italiano Giovanni Catelli aprendió a no rendirse frente a la  adversidad del tiempo transcurrido, desde que descubrió el testimonio de Jan Zábrana, poeta y traductor checo, disidente del régimen soviético: “De un hombre que sabe muchas cosas, y tiene fuentes por las cuales conocerlas, he oído una cosa muy extraña –escribió Zábrana en su diario, a fines del verano de 1980–. El afirma que el accidente vial de Camus estuvo organizado por el espionaje soviético. Dañaron un neumático del auto gracias a un instrumento técnico que con la alta velocidad cortó o perforó la goma. La orden para esta acción de liquidación fue dada personalmente por el ministro de Relaciones Exteriores Shepílov”.

Camus debe morir, traducido por Pablo Ingberg, parece una novela policial sin resolución ni castigo –no hubo ni habrá nadie en la cárcel por haber asesinado al escritor francés–, pero con una justicia compensatoria narrativa que intenta demostrar que la hipótesis del asesinato en manos de la KGB no es descabellada ni inverosímil. Pablo de Santis ha planteado, en referencia a la narrativa policial, que esta no nace con el crimen, “sino con la desaparición del crimen, el borramiento del crimen como hecho moral y aun humano, para que quede solo como problema intelectual, como desafío gnoseológico”. Quizá no sea casual que el título de este libro de Catelli –autor de In fondo alla notte (1992), Partenze (1994), Geografie (1998), Lontananze (2003), Treni (2008), Diorama dell’Est (2014) y Il vizio del vuoto (2017)– juegue con La bestia debe morir (1938), de Nicholas Blake, seudónimo del poeta Cecil Day-Lewis, elegida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para iniciar la famosa colección de novelas policiales “El Séptimo Círculo” de la editorial Emecé. Catelli encuentra en el diario de Zábrana un par de líneas en las que se conjetura sobre cuáles habrían sido los motivos para matarlo. En un artículo publicado en Franc-Tireur, en marzo de 1957, Camus se refirió a la invasión a Hungría y criticó al ministro Shepílov, nombrándolo explícitamente. “Se dice que hicieron falta tres años hasta que el espionaje pudiera llevar a término este encargo. Pero al fin lo lograron, y de modo tan perfecto que el mundo hasta hoy ha creído que Camus murió a causa de un accidente vial banal, como puede sucederle a cualquiera. Aquel hombre se negó a decirme cómo logró obtener esa información, pero sostuvo que es totalmente confiable y que él sabe con certeza absoluta y sin ninguna duda que las cosas fueron exactamente así, que ellos tienen a Camus en su conciencia”.

Desde el otoño de 1956, Camus se había alineado con gran firmeza a favor de la rebelión en Hungría. En el artículo que habría desencadenado la ira de los soviéticos, el escritor francés advertía: “Cuando el ministro Shepílov, a su regreso de París, osa escribir que ‘el arte occidental está destinado a descuartizar el espíritu humano y a formar asesinos de todas las especies’, es tiempo de responderle que nuestros escritores y nuestros artistas, al menos ellos, no han asesinado jamás a nadie y tienen en cualquier caso la suficiente generosidad para no acusar a la teoría del realismo socialista de los asesinatos encubiertos u ordenados por Shepílov y por sus similares –señalaba Camus–. La verdad es que hay lugar para todo entre nosotros, también para el mal, y también para los escritores de Shepílov, pero también para el honor, para la libre vida del deseo, para la aventura de la inteligencia. Mientras que no hay lugar para nada en la cultura estalinista, salvo para los sermones de recomendación, la vida gris y el catecismo de propaganda”. Otra razón que los soviéticos no toleraron fue que el escritor francés siempre admiró a Boris Pasternak. “Yo, que no sería nada sin el siglo XIX ruso, encuentro en usted la Rusia que me nutrió y fortificó”, le escribió Camus en junio de 1958, meses antes de que la Academia Sueca anunciara que el próximo Nobel de Literatura sería Pasternak. La reacción en su país fue virulenta: se solicitó el exilio del autor de Doctor Zhivago de la Unión Soviética y se le amenazó con que si decidía viajar a recibir el premio, le impedirían regresar a su patria. Sometido a esta tremenda presión, Pasternak envió un telegrama a Estocolmo en el que comunicó que debía renunciar al premio a causa del significado atribuido a aquella condecoración por la sociedad donde vivía.

Cincuenta y ocho años después, Catelli ya no cuenta con uno de los principales protagonistas para entrevistarlo. Jan Zábrana, que nunca llegó a ver publicada su traducción al checo de Doctor Zhivago, murió el 3 de septiembre de 1984. Sí pudo hablar con la viuda de Zábrana, Marie Zábranová, quien le menciono tres fuentes posibles, tres personas que disponían de informaciones confiables provenientes de Moscú y que le habrían comentado a Zábrana el asunto Camus. Eran un gran historiador de la literatura, un sociólogo luego emigrado al extranjero y un traductor del ruso de larga experiencia. Uno solo de ellos seguía vivo –Jirí Zuzanek– y afirmó no conocer aquella historia y no haber sido quien le refirió a Zábrana aquel episodio. El narrador italiano, un eslavista que desde hace más de veinte años sigue las vicisitudes literarias, históricas y políticas de Europa oriental y viaja con frecuencia por los países del antiguo bloque soviético, consultó en Praga a un contacto, a quien podía dirigirse por cuestiones delicadas. “Ha encontrado una historia linda de veras… Quien sabe, quizá fue de veras así… –le dijo el contacto–. Las masas siguen ignorando lo que se trama por encima de ellos. Y a veces es justo que permanezcan ignorantes. Las lógicas de quien domina no se explican a los dominados. Claro, ya pasó mucho tiempo… Diversos fármacos, o aun venenos, con el tiempo no hacen más efecto. Su historia también, quizá, es como un fármaco vencido. Pero, a veces, las medicinas vencidas también pueden hacer mal…”.

Catelli es un eslavista que sigue las vicisitudes literarias de Europa oriental.