A partir de cierto momento, la pintura comenzó poco a poco a ser la que con mayor radicalidad precisa mi relación con la vida y el mundo. Más aún, cuando a partir del intercambio de correspondencia con Gorriarena, sus palabras me transmitirían algo central: lo que su especifidad misma implica y compromete. Así, entrar a ella por el color –y al dibujo por el trazo– no es una variante técnica o metodológica, sino una decidida inmersión en la subjetividad de nuestra época; la subjetividad que nos importa, la que pone en juego el motor del asunto, alejada de todo esteticismo o ideologismo. Quizá por esta razón es que alguna vez –como recuerdo haberle dicho luego– la pintura resultó ser así la continuación de la política por otros medios; no por ninguna supuesta misión redentora, ni aleccionadora, sino por lo que necesariamente –la “necesidad interior” de Kandinsky– de nuestra verdad introduce, desbarata y complejiza.  

* Fragmento de la presentación del libro Germán Gárgano, Ediciones Fundación Vittal.