El feminismo es un poderoso espacio de aprendizaje. Reeducar el ojo para que desaprenda aquello que fue aprendido desde la mirada patriarcal nos compromete a vivir siendo eternas aprendices. Y aquí la lectura importa, y mucho. Audre Lorde nos advierte, en un texto a la vez bello y doloroso, que “las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo”, y así es que todavía seguimos desarrollando nuestra propia teoría en la cual, por primera vez, nos pensamos a nosotras. Ahora bien, ¿existe un canon feminista? ¿Existe una lista de libros que una pueda ir tachando para educarse en teoría feminista? Considero que si nuestra revolución supone la necesidad de crear nuevas herramientas que no sean aquellas que nos oprimen, quizás armar un canon de clásicos del feminismo no sea la mejor manera de honrar nuestra genealogía feminista. El feminismo ya tiene una tradición de pensamiento y una herencia. Pero esa herencia también es afectiva. Las lecturas feministas que prefiero son aquellas que me han hecho sentir como en casa, frente a un mundo que me expulsa, y que me han abierto la puerta a pensar que otro mundo es posible. Las lecturas que recomiendo no las recomiendo porque sean parte de una colección de ineludibles, sino porque considero que pueden ayudar a otras tanto como me ayudaron a mí.

En El segundo sexo Simone de Beauvoir enuncia por primera vez una

pregunta fundamental: ¿Qué significa ser una mujer? Es significativo que ella plantee esta pregunta. A un hombre no se le hubiera ocurrido nunca la idea de escribir un libro sobre la singular situación que ocupan los varones en la humanidad. El mundo siempre ha sido construido y descrito desde el punto de vista del varón, y ese punto de vista ha sido elevado a verdad absoluta. A lo largo de la historia, el varón ha sido considerado a la vez como el sexo dominante y como el género neutro de la humanidad que incluye, sin preguntar, a todo el resto de las subjetividades. Así es que el pensamiento tradicional se configuró como un pensamiento androcéntrico, esto es, centrado en la figura del varón. Es por ello que, en El segundo sexo, Beauvoir da uno de los pasos más importantes en la construcción de una teoría feminista: se dispone a hablar por fuera de ese falso universal: “Soy una mujer   –exclama– y esta verdad constituye el fondo del cual se extraerán todas las demás afirmaciones”.

En Un cuarto propio Virginia Woolf nos recuerda que no debemos olvidarque, antes que nada, una mujer para poder escribir necesita dinero y un lugar tranquilo donde resguardarse de las tareas familiares. La independencia económica y el desplazamiento de la mujer del rol meramente reproductivo y doméstico fue un eje central también en la confección de otra gran obra: La mística de la feminidad, escrito por Betty Friedan a comienzos de los 60. En este libro, la autora estadounidense habla de “el problema que no tiene nombre” para describir el estado de angustia y ansiedad que padecían aquellas mujeres que, como Betty Draper en Mad Men, parecían tenerlo todo según el ideal femenino que imperaba en la época: ser devotas esposas y madres, a la sombra de un varón proveedor. Era allí en donde había que hurgar. “Lo personal es político”, sentencia Carol Hanisch en el texto de 1969 que nos invita a tomar conciencia sobre el cariz político de nuestra vida cotidiana. Andrea Dworkin, siempre enfocada en la opresión de nuestros cuerpos, con el texto Aborto llega hasta nuestras camas para llamarnos la atención sobre el modelo de sexualidad patriarcal y reproductivo que condiciona la liberación de nuestro placer, y Kate Millet, autora del libro de principios de los 70 Política sexual, desploma el ideal opresivo del amor romántico y nos impulsa a creer que entre seres libres el amor “es otra cosa”.

En el Contrato sexual de Carole Pateman vemos que no fue casualidad que el ámbito privado no haya sido de interés para los teóricos políticos clásicos, dado que es allí en donde se evidencia que son las mujeres quienes motorizan la sociedad, cargando sobre sus cuerpos el trabajo reproductivo y de cuidados sin retribución alguna. Silvia Federici en Calibán y la bruja y Mercedes D’Alessandro en Economía feminista nos enseñan que eso que llaman amor es trabajo no pago. Angela Davis en Mujeres, raza y clase nos evidencia la necesidad de un análisis interseccional del problema de la opresión femenina, mientras que Rita Segato nos alerta sobre la especificidad de la violencia inherente a las relaciones de género en Las estructuras elementales de la violencia. Finalmente, Claudia Korol en Feminismos populares nos ayuda a renovar la esperanza, recordándonos que es “en ese aquelarre subterráneo que los de arriba no conocen”, en donde las brujas encendemos las hogueras para abrigarnos y transmitirnos estos saberes: nuestros saberes.

Danila Suárez Tomé: Docente de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Miembro de Economía Femini(s)ta.