Se acerca la última quincena de turismo copioso antes del comienzo de clases y el teatro de la temporada marplatense va armando las valijas hasta el año entrante. Con las últimas funciones de cada espectáculo en marcha, es posible animarse a un balance y decir sin miedo a equivocarse que esta tampoco fue una temporada reveladora o renovadora en la cartelera de la costa: año a año, La Feliz sigue configurando recorridos en los que la comedia le gana al drama y los géneros revista y vodevil parecen gozar de una vida larga y privilegiada. Este año, el top five de taquilla en Mar del Plata estuvo compuesto, casi sin variaciones a lo largo de las semanas, por Wayra, el espectáculo de Fuerza Bruta, por la comedia Mi vecina favorita –protagonizada por la vedette trans Lizy Tagliani–, y por tres shows de humor: el de Midachi, que grieta mediante decidió volver a hacer temporada después de ocho años, el de Martín Bossi y el de Fátima Florez, ganadora de la estatuilla de oro en los Premios Estrella de Mar, que se celebraron el lunes pasado para laurear lo mejor del teatro veraniego. A fuerza de un gran talento para el canto, el baile y sobre todo, para las imitaciones, Fátima vuelve a confirmar que tiene todo lo que hace falta para llevar la corona de reina del humor popular, históricamente comandado por varones. “A las mujeres siempre nos cuesta un poco más. Esta escena es muy machista: siempre estuvo el capocómico y la mujer era más bien una acompañante”, dice Fátima a Las 12. “Pero si el talento está, hay que imponerse y las puertas se abren. La idea de que la puteada en un hombre queda bien y en la mujer queda mal todavía existe, y muchos todavía piensan que el hombre es mejor para hacer reír, pero esos prejuicios se pueden derribar”. 

En Fátima Superstar, la actriz despliega un mundo eminentemente femenino. Salvo por la incursión de Michael Jackson, todos los personajes que interpreta son mujeres, la mayoría provenientes del espectáculo y la política local: desde Susana Giménez (una de sus interpretaciones más logradas) hasta Barbi Vélez, pasando por Gabriela Sabatini y Cristina Fernández de Kirchner (que, por amor o por espanto, es la aparición más esperada de la noche), Fátima le da a su público lo que espera ver, en un show de calidad (buenos músicos en vivo, grandes bailarines) que rara vez deslumbra pero en ningún momento decepciona. Fátima no ofrece mucho más de lo que suele hacer en tevé, es cierto, y renuncia a la posibilidad que da el contacto directo con el público para ofrecer algo que vaya más allá de alguna interacción tosca con el espectador, pero eso no parece afectar demasiado el clima de fiesta que se vive durante la obra, especialmente en los cuadros musicales, que interpreta en vivo y sin ayuda de playbacks. Otro punto. 

En el show también hay lugar para algunos personajes masculinos, a cargo de Julián Labruna y Fernando Samartin. Y entre ellos está Cacho Castaña, que salió de escena durante la semana de sus escandalosas declaraciones en el nuevo ciclo de Mariano Iúdica (“si la violación es inevitable, relajate y gozá”). Por aquellos días, a Fátima se la escuchó decir que “también el humor hay que tener un sentido de la ética. Cuando no se puede, no se puede”. A la semana, volvió a poder: Cacho volvió a escena. “Por el tole tole que se armó, con Lino Patalano decidimos rotar el cuadro por tres días: Fernando reemplazó el personaje porque era incómodo para todos que estuviera. Pero después el personaje volvió”, explica Fátima. “Creo que Cacho quiso hacer un chiste y no le salió bien. Pero calculo que no quiso ofender a nadie, y pidió disculpas. La verdad es que la gente celebra su aparición, nadie se manifestó en contra”, cierra.