La degolló y la dejó ahí, tirada, en el palier del edificio, donde ella vivía, en Almagro, exhibida como en otras épocas se exhibían los cadáveres del enemigo. Para disciplinar a otras. Porque los femicidios no son hechos aislados, son parte de una trama siniestra, la expresión más extrema de la violencia machista. Ellos, los violentos, con cada femicidio, nos dicen a todas, que no nos rebelemos, que no nos atrevamos a tomar decisiones sobre nuestras vidas, que no los dejemos si ellos no quieren ser dejados. Ellos, los violentos, se resisten a perder ese poder sobre nosotras. Por eso, matan. Para aleccionar. A una, a todas.

Graciela Molina Fernández tenía 54 años y fue asesinada por su ex marido Walter María Gómez, un taxista de 73 años y taxista, con quien convivió 15 años.

“Me mandé una macana”, dijo el femicida, cuando se presentó en la Guardia del Departamento Central de la Policía Federal. Degollar a la ex pareja, para él, fue eso: apenas, una macana. Es una frase repetida, entre femicidas. La vida de las mujeres vale tan poco para ellos.

Graciela lo había denunciado por violencia y por amenazas, indican los primeros datos. Una vez Gómez había ingresado al edificio y le había dejado una caja con joyas y un mensaje que decía "feliz cumpleaños Graciela". Ella, seguramente, vivía aterrada. Por esa razón, andaba con un botón antipánico que le había dado la Superintendencia de Violencia Familiar y de Género de la Policía de la Ciudad. Pero por alguna circunstancia, al momento del ataque, no lo usó: o no lo tenía encima o no llegó a activar o tal vez –será un punto de la investigación judicial—lo activó y nadie respondió.

El Estado llama a las mujeres a denunciar la violencia machista pero cuando lo hacen –a muchas les cuesta años— no reciben protección oportuna. ¿Qué estamos haciendo mal? No podemos seguir viendo que las cifras de femicidios crecen cada semana, cada mes, cada año. El problema, claro, es complejo. Por eso demanda políticas integrales. A dos años de que se apruebe la Ley que creó el programa de patrocinio jurídico gratuito para víctimas de violencia de género, todavía sigue sin ponerse en marcha por parte del Gobierno. Y falta bastante aun para su implementación. La educación sexual integral –herramienta fundamental para trabajar en la prevención desde la infancia—está cada vez más alejada de las aulas por decisión macrista, por mencionar apenas dos de los reclamos que incluyó la primera marcha de “Ni Una Menos”, el 3 de junio de 2015.

La sociedad está demostrando cada vez menos tolerancia a las violencias machistas, en sus diferentes formas. Se percibe en distintos espacios: las redes sociales son apenas un termómetro. “Ni una menos” no es solo una consigna. Es, además, de un colectivo, un movimiento que se expande y exige políticas públicas que vayan al hueso, que no se queden en maquillaje, en una foto para la tribuna, en una declaración para la gilada.

El machismo mata. Por eso es urgente trabajar en todos los espacios necesarios para desarmarlo.