Las idas y venidas por la reforma al impuesto a las Ganancias pueden-suelen tener componentes berretas o rústicos, opositores a lo Zelig, oficialismo mendaz. Como fuera, es política al fin. Política, usted juzgará, de primera, segunda o tercera categoría. Los protagonistas o los ciudadanos deberán expedirse, mejorarla o enfrentarla si les cabe, reprobarla o ensalzarla.

El encarcelamiento de Milagro Sala es algo distinto, de máxima gravedad. Vulnera las reglas democráticas básicas, los principios del contrato social. Se construye un consenso extraño, apenas se raspa la superficie de la narrativa macrista: todos los sectores opinan que la detención es por razones políticas.

La dirigente social lo expresa con dignidad notable, al explayarse ante el tribunal que, supuestamente, debe juzgarla. El oficialismo (nacional, jujeño o mediático) lo asume sí que camuflando con mañas el discurso.

El presidente Mauricio Macri dio la puntada inicial: según él, la mayoría de los argentinos cree que Sala debe ser juzgada por los delitos que se le atribuyen. La torpeza del mandatario derrapa hasta expandir ese criterio, filonazi, a justificar “de oficio” la privación de libertad. Ser juzgado, en Occidente, no equivale a ir preso desde hace siglos… para Macri hay otras reglas.

El precedente presidencial es exacerbado por diputados provinciales jujeños. Proponen una consulta “no vinculante” para que el electorado se expida acerca de si es adecuada la prisión preventiva. No hay código penal en el mundo que arrase tanto con la división de poderes.

El diario Clarín dedica un recuadro chico a la declaración de Milagro en su tapa. Titula “Escrache violento en el banquillo”. En el banquillo, caramba, se asientan seres humanos, para ejercitar su sacrosanto derecho de defensa. Clarín condena desde el vamos, mientras sus editorialistas reconocen, apenas entre líneas, que la detención es producto de la voluntad del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. El periodista Ricardo Roa lo elogia porque ejerce el poder como los peronistas, sin pudor. Asume que tamaña valentía, ajena a su supuesta idiosincrasia, es la clave de la prisión sin condena.

Su colega del diario La Nación Carlos Pagni aprovecha la ocasión para colar un mensaje ideológico rotundo: arguye que “es posible que la prisión preventiva (de Sala) esté más justificada que la de Ricardo Jaime, Lázaro Báez o José López. O la de innumerables militares investigados por los delitos aberrantes que se cometieron durante la dictadura”. La Nación moderniza su formato pero en algunos temas esenciales no “se equivoca” ni desvía nunca.

El ex senador Ernesto Sanz, radical claudicante de Cambiemos, lo anticipó meses ha: está entre rejas “para garantizar la gobernabilidad”.

Tras las confesiones en sinfín proliferan catilinarias sobre la intromisión de los organismos internacionales. Hay precedentes ilustres: el gobierno del ex presidente Fernando de la Rúa se envolvió en la enseña celeste y blanca para rehusar por decreto los reclamos de extradición de represores formulado por el entonces juez español Baltasar Garzón. Fue el único arrebato “soberano” de esa administración, que llevó al país a la quiebra por seguir a pies juntillas las monsergas del Fondo Monetario Internacional, que se hincó para concertar el Megacanje y el Blindaje, que dictó la Reforma Laboral que le pidieron los medios y los “inversores extranjeros”. Usted apuntará que De la Rúa no encarceló opositores. Es verdad, aunque también que en su despedida propició y habilitó que se los masacrara en las inmediaciones de la Plaza de Mayo y en otros confines del país. Los repúblicos comienzan a reivindicar a Chupete por sus aportes institucionales, hay quien lo parangona con el presidente Raúl Alfonsín a quien debería reivindicar mejor, diferenciándolo de ese cobarde autoritario. La expresión no es un oxímoron sino un dato: hay algo más peligroso que un burgués asustado y es un presidente impopular asustado.

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Sin follaje: La narrativa macrista es ideología concentrada y diáfana, apenas se la despoja de su follaje edulcorado, onda Festilindo. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, suministró un ejemplo cuando alertó contra “el pensamiento crítico”, aduciendo que es erróneo confundirlo con la inteligencia. “Inteligente”, aleccionó, es el pensamiento “optimista, entusiasta”, lo que en su dialecto quiere decir alineado con el oficialismo. En un giro habitual derivó delicadamente a emparentar “crítica” con “mentira” y a ésta con el kirchnerismo.

La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, aportó un hallazgo para competir por el Olimpia de Platino semanal en la disciplina “macrismo explícito”. Halló en la serie televisiva Tirador una pista para desentrañar la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman. Pato llegó tarde a un programa de radio y se excusó ante “Luis” (Novaresio, su conductor) porque se había demorado viendo el telefilm. Que los contribuyentes no se enfaden: la funcionaria no se dedicaba al ocio en horario laboral, estaba trabajando. La serie mostraba (uno creería que en clave de ficción) cómo la mafia rusa simulaba un homicidio bajo la fachada de un suicidio. Bullrich suministró detalles, se mostró espantada. Se atajó, claro que sí: no es una prueba acabada, “la Justicia” debe decidir. Propugna una labor adicional para los fiscales y jueces, investigar sentados ante la caja boba… aunque habrá seres con pensamiento crítico que malicien es un recreo en las vísperas de la feria.

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La calle y el semáforo rojo: En sus inicios, el macrismo quiso desalentar, por vía represiva, la acción directa. Lo sucedido durante el año explica sus prevenciones. La movilización ciudadana influyó directamente en el dictado de la ley de Emergencia Social, postergó y morigeró (en parte) los tarifazos de servicios públicos, dejó huellas del malestar de los trabajadores con y sin empleo.

El desafío fue eficaz en buena dosis: la ocupación de calles y plazas sigue siendo funcional a las oposiciones de todo tipo y sector. Es número puesto que el año que viene se sostendrá lo que suscita una división en la coalición Cambiemos. Los medios hegemónicos  increpan a su gobierno. El sector practica una interesante competencia interna.

Clarín se había puesto a la vanguardia, tal como se comentó en esta columna la semana pasada. Conociendo el paño, era una fija que La Nación no se quedaría atrás: un editorial con todos sus clichés fustigó al “caos”, habló de gente sitiada y conminó al Gobierno a ponerse las pilas.

Ayer mismo, el diario del multimedios dobló la apuesta: calificó con su clásico semáforo rojo al jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, responsable de “mirar para otro lado” frente (cuándo no) al caos. Semáforo rojo a un funcionario M, una novedad en lo que va del año.

“Horacio” prometió en un reportaje concedido al diario Perfil que todo cambiará en 2017. Por lo pronto, actuará sobre “los cortes que no tienen justificación, cuando el objetivo es el corte por el corte mismo”. Se supone que los manifestantes sean obtusos, agresivos e irracionales, que el pensamiento crítico los motiva a achicharrarse de calor durante horas solo para molestar a terceros.

La realidad es muy otra: los cortes, las marchas, las manifestaciones son herramientas de la democracia de masas.

Comienza a difundirse, en distintos análisis, una respuesta plausible al interrogante sobre cuán de derecha es el Gobierno. Todo lo que le permitan las correlaciones de fuerzas y también las instituciones laborales y sociales, herencia del kirchnerismo. Las convenciones colectivas, la paritaria nacional docente entre ellas. La embestida M también las pone en foco. Serán menú diario en el verano que llegará con aumentos de precios, tarifazos y, según anuncio presidencial, cortes de luz.

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