Los editores siempre buscamos “descubrir” un libro por el cual ser recordados. Queremos que se cuente sobre nosotros una pequeña historia como la de Paco Porrúa y Cien años de soledad.  

Siendo editor de literatura infantil y juvenil edité a muchos autores inéditos que luego fueron exitosos, reconocidos y premiados (Sergio Aguirre, Paula Bombara, Martín Blasco, Sandra Comino), pero la anécdota por la que me recuerdan es por la de Liliana Bodoc.

Liliana llegó a mi oficina, en ese entonces yo trabajaba para el grupo editorial Norma, una mañana de verano del 2000, acompañada por su hija Romina y vestida como la señora Ingalls (ella aseguraba que le dije eso).

En esa época ella vivía en Mendoza y me contó que estaba en Buenos Aires dejando su novela en todas las editoriales. Más tarde diría que yo “la cagué a pedos” por eso.

Tomé su manuscrito, lo puse en la pila y me dispuse a no leerlo. ¿Una autora inédita dejando el mismo libro en todas las editoriales? ¡Qué tupé!

Un par de días más tarde estaba esperando una comunicación telefónica con Caracas haciendo garabatos en un cuaderno, aburrido. Agarré con desdén el manuscrito que tenía más a mano y leí: “Y ocurrió hace tantas Edades que no queda de ella ni el eco del recuerdo del eco del recuerdo. Ningún vestigio sobre estos sucesos ha conseguido permanecer. Y aun cuando pudieran adentrarse en cuevas sepultadas bajo nuevas civilizaciones, nada encontrarían”. Colgué el teléfono y seguí leyendo. Era un fantasy.

El original estaba mal impreso y a buena parte de las páginas le faltaban cuatro o cinco renglones. Igual seguí leyendo. Al llegar a la página 40 le mandé un mail explicándole el problema y pidiéndole el Word. Horas más tarde le dejé un mensaje en su casa. 

Era viernes, me pasé todo el fin de semana leyendo El Señor de los Anillos, que no había leído, tratando de saber si Bodoc estaba plagiando a Tolkien. Ahora que escribo esto me doy cuenta de que debo ser el primer lector que llegó a Tolkien por Bodoc.

Pasaban los días y no me contestaba ni el mail ni las llamadas, terminé El  Señor de los Anillos y volví a leer un par de veces Los días del Venado, lápiz en mano y haciendo anotaciones. Estaba seguro de que había aceptado una oferta de otra editorial y no se atrevía a decírmelo. ¡La llegué a llamar desde mi casa a las 2AM pensando en que tenía identificador de llamadas! 

A los veinte días, cuando ya no tenía esperanza de encontrarla, apareció. Había estado de vacaciones en Brasil. 

Vino a mi oficina con tres copias bien impresas, anilladas por las dudas. Le ofrecí un contrato y un anticipo de 500 dólares. 

Ella no sabía que yo editaba infantil y juvenil. ¿Por qué me lo trajiste entonces? Era la única editorial que me faltaba, respondió. Me contó que en varias se la habían rechazado y hasta me mostró un copia de una carta de una editora, con mucha más trayectoria que yo, que le explicaba con mucho detalle que el suyo era un libro que jamás se iba a vender…

Cuando se fue me quedé pensando si no había cometido un error. ¿Todas las editoriales la rechazan y yo que desconozco el género la acepto?, ¿habría tirado un anticipo a la basura? No sería ni la primera vez ni la última después de todo.

Me crucé con Marcelo Cohen y le pedí consejo, el leyó unas páginas y me dijo algo así como está bien, está bien, si llegás a necesitar ayuda con la edición llámalo a Fernando Cittadini.

Con Fernando editamos juntos los tres libros de La saga de los Confines. Nos peleamos entre nosotros en el proceso, Liliana nos odió alternativamente a uno y a otro. Nos encerramos en una sala de reuniones durante una semana para armar la estructura de Los días de la Sombra. Teníamos todos los capítulos impresos apoyados en una mesa y una cartelera donde anotábamos el orden. Los cambiamos de lugar y veíamos cómo funcionaban. Se los mandábamos a Liliana para que los aprobara o no... Editar Los días de la Sombra fue uno de los trabajos más intensos de mi vida editorial. Fueron dieciocho meses con una dedicación casi exclusiva de dos o tres días por semana. 

Editar a Liliana fue una experiencia hermosa e intensa. Era una mujer abierta, generosa, receptiva a las opiniones. Pedía que participaras y que le recomendaras lecturas e información. Recuerdo a Fernando investigando cómo se podía fabricar pólvora para las armas del ejercito del Venado y en qué lugar de las Tierras Fértiles se podrían encontrar los minerales.

Y también recuerdo siempre que en uno de nuestros primeros encuentros le reproché la forma en la que muere Dunkancellin, de manera tan poco épica. Me contestó: ahí está la clave de lo que escribo. Muere así porque el poder siempre mata de lejos y desapasionadamente.