Era lunes y estaban en una reunión más o menos rutinaria del –todavía bastante nuevo– Consejo Provincial de la Mujer (CPM). Las funcionarias buscaban terminar de dar forma a un proyecto, en el que llevaban meses de trabajo, para crear comisarías específicas dedicadas a atender casos de violencia machista. En Argentina no había nada de ese estilo; en Brasil sí. Hoy, a treinta años de aquella mañana, Inés Williams, que presidía el CPM, recuerda todavía el momento “como si fuera hoy”. “Alguien vino de afuera de la reunión, alguien que había escuchado la radio, y entró y dijo ‘Monzón mató a Alicia Muñiz’. Cómo no me voy a acordar. Me sorprendió. Nunca te podés imaginar que puede pasar algo tan espantoso”. Con el asesinato nacía un momento clave. 

Ese femicidio, cuyos detalles contaron largamente tv, radios, diarios y revistas, con el debate sobre cómo había sido la caída de la mujer desde el balcón y cómo debía ser interpretada (¿se había tirado ella misma?, ¿se había convertido en víctima por propia voluntad?), con la exposición minuciosa de la intimidad de la pareja para poner la lupa sobre las decisiones de ella y disculpar la pasión de él porque a fin de cuentas era boxeador, abría puertas inesperadas. Hasta entonces, el debate sobre violencia no había existido para la opinión pública; el movimiento de mujeres, que cubría como podía la ausencia oficial en prevención, asistencia y acompañamiento a las víctimas, reclamaba pero no lograba compromisos del Estado. En los meses siguientes, algo cambió. Para el proyecto que trataban las integrantes del CPM cuando recibieron la noticia, sin ir más lejos, el femicidio fue determinante, porque apuró los tiempos: cinco meses después del femicidio de Alicia Muñiz, se inauguró la primera Comisaría de la Mujer del país. 

Lecciones prácticas de feminismo

En 1988, al referir la violencia machista no se usaba esa expresión, ni tampoco “violencia de género”, ni siquiera “violencia contra as mujeres”, sino otra que recortaba y subestimaba el problema: “mujeres golpeadas”. Eso también tuvieron que remontar quienes habían llegado al CPM un poco por militancias personales diversas y otro mucho por sus vínculos (políticos, personales) con la esposa del gobernador bonaerense Antonio Cafiero, Ana Goitía. Estaban allí, entre otras, las abogadas Carmen González y María Blanca Fasciolo, la socióloga María del Carmen Feijoo, la psicóloga Liliana Greco. Williams, quien entonces usaba el apellido de su marido porque abría puertas especialmente renuentes a recibir mujeres con reclamos sectoriales, dice que era un tiempo especial, que había algo así como una ventana de oportunidad y urgía aprovecharla. Era entonces o nunca. 

Meses antes del femicidio de Muñiz, Williams aprovechó un encuentro casual  para decirle a Cafiero “¿podemos armar las comisarías de la mujer?”. 

–Me dice “¿qué es eso?”. Así, en un pasillo. Le digo “mire, es algo que está funcionando muy bien en Brasil” y le debo haber metido un bolazo, porque no sabíamos muy bien cómo hacer, pero él dijo que le parecía muy interesante y que lo hiciera. Así lo empezamos a pergeñar.

–¿Cómo fueron los primeros pasos?

–Lo primero era convocar a las mujeres policías. Pero para eso teníamos que reunirnos con los jefes. Mirá, hablando de feminismo –dice, y ríe de solo recordar la treta del débil–: yo iba siempre con el discurso “vengo de parte del gobernador, Antonio Cafiero, del asesor general del Gobierno (que era mi marido en ese momento), Abel Fleitas Ortiz de Rozas, del secretario de Gobierno, Luis Brunati. Era la única manera de plantear la reunión, sino no te escuchaban. Ellos obedecían así.

–¿Qué les planteaban a los jefes policiales?

–Que había que trabajar sobre el personal femenino para poder armar esto. “¿Qué van a armar?”, preguntaban. Y nosotras ya habíamos aprendido a no decir la verdad, porque si decíamos “vamos a armar una comisaría”, empezaban con que no había oficiales ni nada. 

–Si no decían comisaría, ¿qué decían?

–Decíamos que íbamos a armar un programa de apoyo, de prevención y demás.

–Talleres de corte y confección.

–¡Más o menos eso, sí! Pero en serio. Porque ellos estaban muy en contra, para la policía era un problema porque les sacabas recursos económicos para algo nuevo, y además dabas lugar a esas mujeres, a las policías. Lo entendimos cuando fuimos a la Regional de La Plata a dar un curso a las oficiales. Fue en un lugar en el que, al momento de entrar, Carmen (González) me dijo “acá lo liquidaron a mi marido” en la dictadura. Cada una de nosotras tenía su historia, estaba muy fresco todo, nosotras nos estábamos desayunando de muchas cosas. Ninguna de nosotras había estado antes en contacto con policías, menos dándoles una charla. Entonces entramos. Había unas 20 policías, todas sentadas de a una en fondo, en cuatro filas, con el gorro puesto. Al fondo había policías varones. Miraban sin mirar. 

–Sentadas ahí más bien por obligación.

–Sí, y no nos miraban. Hablábamos y no contestaban. Explicamos que estábamos trabajando en un proyecto que las iba a incluir, pero tampoco podíamos decir mucho porque detrás estaban los oficiales masculinos. Eramos cuatro dando la charla, y a la mitad del tiempo nos trajeron cuatro cafés. “¿No hay café para todas?”, pregunté. No había. Entonces pedí que se los llevaran. Recién ahí recibí una sonrisa de una de las veinte policías. Cuando hicimos un recreo, esa fue la primera que me habló. Se me acercó y me dijo en secreto “lea el artículo 13 in fine de la Ley de la Policía de la Provincia de Buenos Aires”, y se fue.

–¿Qué decía ese artículo? 

–Que habiendo masculinos de igual o mayor cargo, las mujeres no podían hablar. Fue una de las primeras cosas que tuvimos que reformar para poder tener las comisarías de la mujer.

–¿Costó mucho?

–Bastante.

–¿Por qué?

–Porque los compañeros te decían “hay mil cosas más importantes que esa”.

–Además de ese artículo, ¿cambiaron algo más?

–Sí, varias cosas: que pudieran entrar equipos de civiles a las comisarías, por ejemplo, porque era la primera vez que se interactuaba. Sino, ibas con una psicóloga, una asistente social, que tenían que trabajar ahí, y no te dejaban pasar. Igual nos faban los peores lugares, donde todo se caía a pedazos, era un desastre, había que limpiar, barrer, hacer de todo.

–Ahora el nombre es “Comisaría de la Mujer y la Familia”, pero originalmente era solo “de la Mujer”.

–Lo de “y la Familia” lo agregamos porque percibimos resistencia en los intendentes, que siempre te agregaban esa idea. Ahí nos dimos cuenta de que decir solo “de la mujer” era algo que obturaba en vez de allanar el camino. Me acuerdo de una vez, que estábamos en Mercedes, por armar todo el proyecto. No te voy a decir el nombre de la chica, era alguien que venía por una ONG y estaba trabajando con nosotras. Estábamos reunidas con el intendente y se hartó del discurso machista de él, que está bien, era terrible, pero ya estábamos por firmar el convenio, qué importaba qué dijera. Pero ella de repente le dijo “¿pero qué me importan los hombres, la familia, qué cosa?”. Y ahí se acabó la comisaría de Mercedes. Fue imposible. Tenías que ser muy cuidadosa.

–¿Y qué pasaba con los jefes policiales, una vez que se inauguró la primera Comisaría de la Mujer, la de La Plata?

–Cuando nos pusimos a armar la comisaría de Quilmes, Edgardo Mastrandrea, que entonces era jefe de la Regional de Quilmes, me quiso ver. (N. de R.: Mastrandrea en 2015 fue condenado por delitos de lesa humanidad, pero en los 80 había logrado permanecer en la policía, donde siguió hasta 1993, cuando por encabezar un autoacuartelamiento con 500 policías terminó exonerado). Imaginate la reunión. Llego, me siento y saca su arma reglamentaria. La pone así, sobre la mesa, apuntándome a mí. Yo había ido sola a esa reunión. Entonces le digo: mire, a mí esto no me molesta, pero prefiero que esté así. Claro, yo en ese momento me sentía defendida, bancada, y decía qué me pueden hacer. Pero después dejé, cuando cambió el gobierno.

–¿Por qué?

–Nosotras estuvimos de 1988 a 1991. En 1991, cuando llega Eduardo Duhalde, tuve una reunión con Chiche Duhalde (N. de R: que presidió el CPM en la gestión de su marido) y ella me dijo “no hay que avivar giles”.

–¿Hablando de qué?

–Estábamos hablando específicamente de los derechos de las mujeres golpeadas. Y también me dice “a mí me gustaría, ya que has llevado este tema, que siguieras”. Y entonces cae a la reunión un abogado de la policía,  que se mostró interesado. Me dijo: “¿y cuáles son sus antecedentes?”. Ni siquiera era capaz de cambiar ese término por “cv”. Entonces no volví.

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