El asesinato a puro cuchillazo de Marion Crane (Janet Leight) en la ducha se convirtió en paradigma del cine de terror. Sin embargo, más allá del impacto, para muchos Psicosis (Hitchcock, 1960) va a ser inolvidable por haber puesto desde el inicio y en primer plano la belleza del torso desnudo de John Gavin. Eran épocas en las cuales con la sola excepción del cine de género péplum –y algunos momentos que quedaron para la historia como Burt Lancaster besando a Debora Kerr en la la playa en De aquí a la eternidad, Marlon Brando pavoneando sus carnes en Un tranvía llamado deseo– no era común la exhibición del cuerpo masculino como objeto erótico. 

Mientras juguetean en la cama, la cámara se deleita tanto con ella como con él, Sam Loomis (Gavin) y la esperanza de volver a verlos retozar sostiene parte de la tensión del primer tramo de la película. Por eso, fue casi un acto de justicia poética que en la precuela televisiva de Psicosis, Bates Motel (2013-2017), la escena del crimen de la ducha no tiene a Marion como víctima sino a Sam Loomis. El actor Austin Nichols se pone en la piel de Loomis y pone bajo el agua su moldeado metro noventa  para ser penetrado una y otra vez por el cuchillo de Norman Bates.

El mismo año de Psicosis, Gavin también paseó sus sudorosos y aceitados músculos pero en escenarios de la Antigüedad Romana –saunas, termas, el Senado– como Julio César en Espartaco (Kubrik, 1960). Y antes y después fue el ícono de  melodramas con mayúsculas ya sea como el adorable Stevie en la llorosa y antirracista  Imitación a la vida (Douglas Sirk, 1959); como el soldado alemán que vuelve a su hogar destruido y se enamora de la hija del enemigo o en el colmo del melodrama como Paul Saxon, aquel que pierde a su amada debido a que por un desperfecto mecánico se retrasa el coche que la lleva a sus brazos y él se marcha pensando que ella ya no lo ama (en una época que evidentemente no existían los celulares). 

Aun no pudiendo obviar en esta necrológica la colaboración política de Gavin como embajador del gobierno siniestro de Ronald Reagan,  la magia del cine seguramente hará olvidar ese dato  para permitir que solo sea recordado por los tiempos en que, desde el celuloide su belleza iluminaba el caos del mundo de la Guerra Fría.