Ilustrado con una sustanciosa selección de reproducciones de cuadros a todo color y en blanco y negro, recién salido de imprenta, Augusto Schiavoni: artista visionario argentino (Iván Rosado, 2018) reúne una colección de textos críticos, poéticos y biográficos sobre la vida y obra de un pintor rosarino que cada día pinta mejor, aunque haya dejado de pintar a los 40 y muerto ocho años después en 1942.

Iván Rosado ya tiene publicada desde 2013 la entusiasta Conferencia sobre Augusto Schiavoni que dictó José Carlos Gallardo en 1959 en el Museo Castagnino. Fan de su obra, el editor Maximiliano Masuelli la complementa con esta compilación ilustrada. Hoy en día resulta impensable que se haya podido dudar de aquel artista único, cuyo dominio del color fue elogiado y analizado pormenorizadamente por el pintor Juan Grela (ese didáctico trabajo de análisis se incluye en este libro junto a las reproducciones) y cuya síntesis y sensibilidad lo sitúan entre los mejores maestros modernos de su época en el mundo.

Hoy, Schiavoni es considerado uno de los más modernos de aquellos pintores modernos de antes. Hay una tradición que parece haber nacido con él, desde él. Los artistas le pintan homenajes y los críticos lo elogian. Su paleta enalteció humildes temas como el arroyo Saladillo, en un cuadro que Rubén Echagüe califica de poema lírico.

Pero como trabajó sin influencias nacionales a la vista, en vida Schiavoni fue muy poco recompensado, excepto por la admiración de Gustavo Cochet y otros pintores amigos. Tuvo al prestigioso colega Emilio Pettoruti luchando por exponerle la obra en Buenos Aires y peleando por ella una batalla empatada, ya que a la vez con su relato fundaba el mito del artista huraño recluido en el barrio Saladillo: "...es él, sólo él, quien piensa y obra, sin sugestiones ajenas, influyendo sin duda, la conducta de misántropo que observa en su pequeña villa de los alrededores del Rosario, donde pasa semanas sin ver a nadie (lo que sirve de pasto al comadraje del pequeño barrio, donde se preguntan qué hará tan solo...). Ese ensimismamiento, en una concentración casi morbosa, lo hace huir de lo circundante con un gesto idéntico al de quien, cansado de nuestra civilización, rehúye todo contacto con hombres y cosas", escribió. Flaco favor le hizo.

Será preciso un linaje de artistas, además de la labor de conservación de su legado por su hermana pintora, Laura Schiavoni, para reconsiderar su genio y figura. Una sucesión discipular de artistas que tuvo por patriarca a Grela y que se continúa con un brillante alumno de éste, Juan Pablo Renzi (que estudió además con Cochet) se complementa en el campo crítico con una apreciación de su obra que aún hoy sigue debatiéndose con el mito. Un hito en este recorrido fue la edición de reproducciones de su obra por Emilio Ellena, con textos de Juan Batlle Planas, José Carlos Gallardo y Juan Grela; los tres se incluyen en el volumen, como también los textos de varias muestras póstumas, cuya frecuencia ha aumentado en este nuevo siglo junto al interés de recientes generaciones de historiadores.

Su paleta enalteció humildes temas como el arroyo Saladillo, en un cuadro calificado de poema lírico.

Schiavoni había vivido su período de formación en la ciudad italiana de Firenze entre 1914 y 1917: tres de los cuatro años de la Gran Guerra Europea. Pasarán décadas antes de que alguien repare en este detalle. Xil Buffone, artista plástica y depositaria del legado de Renzi, escribió una nota con motivo de la retrospectiva de Schiavoni en el Museo Castagnino a fines de 2005. Cuenta Buffone que "Pettoruti en su autobiografía lo describe (al joven Schiavoni en Florencia])'como un hombre de ligero erotismo sexual, más aficionado a la juerga y al libertinaje que a su formación como artista' y luego en el '30 lo presentará como un personaje morbosamente ensimismado y atormentado al que no duda en asociar a Van Gogh". ¿Qué habrá visto en Florencia el alumno del pintor fauvista Giovanni Costetti, además de los maestros italianos del Trecento y el Quattrocento que influenciaron su estilo? "Para el que nunca vio un Schiavoni, tiene algo de Cúnsolo y de Diomede, algo del pulso torpe y embriagador de Figari, y el orden implacable de Morandi", escribe Buffone demoliendo el cómodo hotel del supuesto ingenuismo donde aquí lo encerraron.

El pintor en Firenze, donde nació.

Buffone cita el informe de una junta médica que lo evaluó en 1940: "Parálisis General Progresiva en período estacionario... profunda perturbación mental en general, pero con preponderante predominio en el psiquismo superior" y un sujeto "incapaz de mantener sus derechos civiles" (¡!). Esta parte de su nota no se incluye en el libro.

Schiavoni murió confinado en una institución psiquiátrica y el prejuicio social en torno a eso pudo pesar en la confabulación crítica del gusto como una condena sobre su estilo. Un testimonio de un contemporáneo (sí incluido en el libro) habla de unas caras muy raras que él había pintado en Europa. ¿Será que él traía la fealdad de los sobrevivientes, los rostros de la guerra que nadie quería ver?

La palabra "sífilis" aparece por primera vez impresa y asociada a su destino en la nota biográfica de este libro de 2018. Basta ya de los eufemismos ("el mal cruel", como escribe aquí Manuel Mujica Láinez) con que su época creyó proteger a un muchacho que podía darse el lujo de vivir pintando. A más de veinte años de su muerte, su ciudad lo valoró con exposiciones, reseñas y ediciones. Ya no era solamente el ídolo secreto en los talleres de Grela y Cochet. Renzi y sus compañeros vanguardistas lo reivindicaron y lo idealizaron.

Para la muestra que comenta Buffone, el Castagnino editó un libro catálogo con investigación de María Eugenia Spinelli, quien también escribe aquí sobre Schiavoni, al igual que Nancy Rojas. Otra investigadora, la más firme opositora al mito del solitario, es Sabina Florio, quien se doctoró con una tesis sobre Schiavoni y Manuel Musto, además de curar con Iván Hernández Larguía una exposición en OSDE Rosario en 2012. Florio escribe que en el jurado del premio estímulo de 1931 (el único que ganó Schiavoni, digamos que por una naturaleza muerta relativamente conservadora) estaban su amigo Musto e Hilarión Hernández Larguía. Y que en el retrato que le hizo Musto, Schiavoni no se parece en nada a sus autorretratos, ni siquiera en el color del pelo. Esto debería ser una obviedad pero nadie lo había analizado ni escrito. Como también es obvio que tenía amigos, a quienes retrata en su "cuadro‑manifiesto" (así lo llama Florio), fechado un año antes del premio. "Con los pintores amigos" (1930) es un autorretrato junto a Musto, Alfredo Guido y José Bikandi.