En horarios centrales televisivos se ha empezado a debatir con mayor fuerza y pluralidad la temática del feminismo, de los feminismos. Es una muy buena noticia. Porque hablar de feminismos hacia el gran público es reconocer y mostrar la existencia de una corriente de pensamiento silenciada durante décadas o relegada a un aspecto secundario de la teoría política y sociológica. 

Desde la acción de las pioneras en la lucha por el sufragio femenino de la primera mitad del siglo XX, pasando por las luchas para alcanzar el acceso de los derechos sexuales y reproductivos en los 80 y los 90, las valiosas producciones académicas y las acciones políticas en favor de la igualdad de las últimas décadas y del presente, hoy existe un entramado intergeneracional diverso y multitudinario, de distintas extracciones sociales y disciplinarias que convoca a realizar un profundo cambio en las prácticas y en la visión de los géneros. 

En principio hemos logrado un fuerte cuestionamiento al acoso verbal y sexual, con el cual el género masculino visibilizó durante siglos su poder de opresión. El tema remite al cambio profundo de las relaciones del sistema sexo-género. Porque dejar de naturalizar y cuestionar el sentimiento de superioridad y audacia que llevan a un masculino a arrinconar o a perseguir a una mujer o integrante de cualquier grupo feminizado, se convierte en un triunfo de la cultura de la igualdad. 

Para los nostálgicos del piropo o galantería romántica les decimos que no estamos hablando de las palabras amorosas que existen y pueden o no ser parte de la vida cotidiana. Estamos hablando de aquello que se plantea desde el género masculino como ejercicio de posesión y de poder y que muchas veces deriva en violencia y agresión.

En este larguísimo, milenario, recorrido se impone escalar y superar otros escalones de conductas perversas más profundas y menos visibles.  Interpelar a los adolescentes y jóvenes varones para que miren a sus parejas o novias como iguales, como sujetas de derechos, con respeto a su privacidad, y reconocer el derecho de las chicas a decidir el momento y las condiciones de su relacionamiento sexual es todavía una asignatura pendiente en materia formativa. 

El reclamo permanente y casi obsesivo del desarrollo de la Educación Sexual integral en las escuelas desde temprana edad tiene que ver con la imperiosa necesidad de cambiar los valores culturales que reproducen la violencia de género. Las estructuras de poder han respondido con absoluta superficialidad hacia esta demanda, mostrando ser funcionales a la cultura del patriarcado.

A pesar de los avances y mayores debates, la cultura dominante no ha sido modificada y ante la mayor autonomía de las mujeres y su rechazo a las distintas formas de opresión, la violencia sexista responde con mayor frecuencia y crueldad. Lo vemos en el persistente aumento de denuncias y delitos horrendos. 

Pero el camino de la igualdad no tiene retorno. La movilización impresionante de las mujeres y las organizaciones de todos los géneros que acompañan sus reclamos es una de las herramientas emancipadoras estratégicas de nuestra realidad. 

En los debates presentes, se empieza a instalar la necesaria idea del relacionamiento con la lucha por la abolición de todas las formas de explotación y opresión que el sistema consagra. Porque aprendimos dolorosamente que la violencia hacia las mujeres es un problema estructural  que requiere múltiples y profundas respuestas. Por ello las luchas feministas se enlazan con las de todo el pueblo y llegan, a veces, a las pantallas de la televisión.

* Especialista en niñez y género. Defensoría del Pueblo CABA. Copresidenta APDH.