Quizás ahora te des cuenta de que las niñas no son pequeñas por siempre”. Así finalizó su discurso una de las más de 160 víctimas de abuso sexual en el que será, acaso, el caso más duro de la historia del deporte. “Crecen y se convierten en mujeres fuertes que vuelven para destruir tu mundo”. Un mundo cargado de suciedad y dolor. Un mundo signado de manejos, abusos, silencios y desgarro emocional. Un mundo secreto. El mundo que, durante años, compartieron las gimnastas profesionales del equipo nacional de Estados Unidos. Un mundo más parecido a un infierno que a ese cuento de hadas cargado de éxito que dejan ver las sonrisas de varias de las mejores deportistas del planeta en cada competencia internacional, en cada mundial de gimnasia, en cada cita olímpica. Un mundo donde el amo y señor tiene nombre y apellido: Lawrence Gerard Nassar; y una prestigiosa profesión: médico del equipo de Gimnasia de la Federación Estadounidense, del equipo del Estado de Michigan y del equipo olímpico norteamericano.
Tras siete días de audiencia en los que Nassar, de 54 años, debió escuchar el relato y descargo de decenas de sus víctimas, fue declarado culpable por reiterados abusos sexuales contra más de un centenar de gimnastas, niñas y adolescentes cercanas a su entorno a lo largo de tres décadas. “Acabo de firmar su certificado de defunción”. Directa. Concisa. Sin rodeos. Con tono contundente y sin titubear fue la sentencia dictada por la jueza norteamericana Rosemarie Aquilina, encargada de llevar adelante uno de los juicios más movilizantes que se conoce en el deporte mundial.
“Usted no entiende que es un peligro para la sociedad. Y por eso lo sigue siendo”. El veredicto final fue de entre 40 y 125 años de prisión, que se suman a los 60 años de condena que recibió en 2017 por delitos de pornografía infantil. En total, como la propia Aquilina destacó: 2100 meses. El médico recibió inmutable su sentencia, no sin antes esbozar un perverso y cínico intento de disculpa ante las jóvenes presentes.
El listado de niñas y adolescentes que sufrieron los repetidos ataques de Nassar parece no cerrarse. Día tras día se conocen nuevos casos que, alentados por un ejército de sobrevivientes, como ellas mismas se denominan, se animan a contar su calvario. Un sufrimiento del que fueron parte grandes gimnastas como la estrella de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Simone Biles, y sus compañeras McKayla Maroney, Alexandra Raisman y Gabrielle Douglas, entre cientos de otras.
Los testimonios permiten ver el perfil de un hombre que desde el púlpito de su profesión y haciendo uso y abuso de su poder sometió a pequeñas niñas, adolescentes y estudiantes universitarias y las manipuló para saciar su perversa y retorcida necesidad de placer. Nassar era una referencia en el ambiente de la gimnasia. A él acudían deportistas de todas partes por recomendación de sus propios entrenadores; era una eminencia en el tratamiento de lesiones y dolores corporales. “A una gimnasta la entrenan para aguantar el dolor, no quejarse y obedecer. Larry utilizaba eso para llevar a cabo sus asquerosos abusos. Cuando tenía 16 años, introdujo sus dedos sin guantes en mi vagina durante 30 minutos con movimientos circulares. Al finalizar me agradeció por confiar en él. Estaba confundida y avergonzada. Sólo pensaba: ‘Es Larry, no me haría nada malo’. Esa vez fue por un dolor de espalda, pero después aplicó este mismo ‘tratamiento especial’ durante 45 minutos y se suponía que era para una dolencia en mi pierna. Ocurrió al menos 20 veces más”, detalló Chelsea Kroll que fue violada cuando era gimnasta de la Universidad de Michigan.
El caso Nassar se dio a conocer en diciembre de 2016 cuando el diario Indianapolis Star publicó, tras nueve meses de investigación, que 368 miembros, entre niños y adolescentes, de clubes afiliados a la Federación de Gimnasia habían sufrido abusos en las dos décadas previas. Y si bien ya tiene una meta firme, los testimonios y pedidos de sus víctimas apuntan al encubrimiento de entrenadores y ayudantes en la Federación de Gimnasia de Estados Unidos, de la Universidad Estatal de Michigan y de los miembros del Comité Olímpico Norteamericano. Incluso Maroney, medallista de oro y plata en Londres 2012, una de las primeras en hablar, debió firmar un acuerdo de confidencialidad con la Federación que establecía una multa económica si volvía a mencionar el tema, pero gracias a la presión mediática y al apoyo de celebridades en las redes sociales, pudo romper la cláusula y contar su verdad durante el juicio.
El estadounidense es un caso testigo que quizás sirva de disparador para que otras víctimas se animen a hablar, como sucedió con la ola surgida a partir del MeToo (yo también) en Hollywood. El momento histórico que atraviesa la sociedad occidental y que ha llevado a las mujeres a hablar y solidarizarse con sus pares para vencer el miedo a denunciar abusos, acosos, ataques, violaciones, vejaciones e inequidades a las que se vienen sometiendo desde hace siglos trae consigo varios interrogantes para pensar y repensar: ¿Tiene la sociedad responsabilidad en lo ocurrido? ¿Es Nassar un monstruo aislado? ¿Cómo podrían evitarse estos casos? ¿Qué pasa en el deporte, como instrumento de integración humana, cuando se dan a conocer estas aberraciones?
Para el Licenciado en Psicología especializado en abusos sexuales infantiles, Jorge Garaventa, las víctimas de estas situaciones sufren, en primera instancia, una imposibilidad de reacción producto de que todas sus capacidades se ven sobrepasadas. Una vez que pueden reconocer el hecho es de vital importancia ayudarlas a encontrar los dispositivos personales, sociales y estatales para transitar el camino que va de la victimización a la superación. Garaventa explica que este tipo de abusos se da en espacios en los que el adulto seduce y manipula al niño para lograr sus objetivos.
La víctima responde a esa seducción porque la siente como una demanda de amor o respeto cuando, en rigor, es una situación sexualmente abusiva en la que el adulto corrompe su espacio. Simone Biles encontró palabras más crudas para poner en contexto esta situación: “Es un comportamiento completamente inaceptable, asqueroso y abusivo; especialmente viniendo de alguien en quien me dijeron que tenía que confiar. No dejaré que un señor, y quienes le permitieron actuar, me robe mi amor y felicidad (por la gimnasia)”.
Durante años, muchas de estas jóvenes, deportistas y allegadas al ex médico, denunciaron las acciones de Nassar a sus padres, a profesores, a entrenadores. Notificaron a personas de la Federación acerca de las conductas irregulares del médico. Nadie hizo nada. Al contrario, lo defendieron. “Las instituciones lo protegieron todos estos años. Cuando por fin, en 2016, salieron las primeras acusaciones e investigaciones criminales contra Nassar, una de nuestras entrenadoras nos dijo que teníamos prohibido hablar de todo lo que tuviera que ver con él”, relató Lindsey Lemke, otra exgimnasta de la Universidad de Michigan que afirmó, además, que su entrenador también debería ser investigado.
“La sociedad suele instrumentar –detalla Garaventa– un mecanismo perverso de monstrualización de los abusadores que se reduce a pensarlos como monstruos malvados que deben ser expulsados a una isla y castrarlos o meterlos presos de por vida. Es en este proceso en el que entra a jugar el descreimiento a la víctima: ¿Cómo puede ser? ¡Tan buen médico y con una trayectoria intachable! ¿Va a ser responsable de semejante atrocidad? Él no es un monstruo. La respuesta cae por su propio peso: no es un monstruo, es un abusador real. Los monstruos no existen. Los abusadores sí”.
El caso estadounidense no es el único. En 2016, el entrenador español Miguel Ángel Millán, responsable de pruebas combinadas en el comité técnico de la Real Federación Española de Atletismo, fue detenido por abusos sexuales reiterados. Entre sus víctimas estuvo Antonio Peñalver Asensio, “Superpeñalver”, decatleta español medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
Pero el abuso sexual en el deporte, ¿difiere del abuso en una familia? ¿Existen herramientas para que los entrenadores, médicos, terapistas, puedan establecer una comunicación clara y directa con los atletas sin que ninguna de las partes malinterprete y pueda crecer esa relación despojada de matices sexuales? ¿Es más frecuente la existencia de estos abusos de superiores a dirigidos en los deportes individuales?
Fernando Díaz Sánchez, entrenador de atletismo de la Los Ñandúes y Fer Team Track and Field, explica su modo de relacionarse con sus entrenados con tres ejes que incluyen las posiciones claras y el respeto, la honestidad y la mutación de las relaciones. Díaz Sánchez cree que así como sucede con la Iglesia y el Ejército, “el Deporte como institución debe superar los tabúes a la hora de hablar de los abusos sexuales”. Fernando basa su trabajo en el establecimiento de un procedimiento claro con ritmos y ritos para que cada dirigido sepa cuál es su posición; en la delegación de ocupaciones o roles determinados en el grupo; y la disciplina específica que coloquen al método por sobre las personas. “Cuando la individuación del sujeto pasa a objeto aparecen los maltratos, el castigo, el abuso de poder. Las relaciones verticales son de las más peligrosas y por eso es necesario despojarlas de toda posibilidad de confusión”, sostiene. “El abuso de la voluntad de poder se vuelve peligroso”, dice el entrenador. Y se advierte que sobre todo sucede cuando el poder del de arriba está corrompido y la admiración del alumno permite que sucedan abusos y los protege con el silencio.
El abuso de poder de Nassar sentó un precedente. Está en las manos de todos no dejar que estos casos se repitan, pues como la misma jueza completó: “Su decisión de abusar fue precisa, calculada, manipulada, tortuosa y desagradable. Sus sobrevivientes han dicho todo eso y no quiero repetirlo. No puedes devolverles su inocencia”.