El martes 6 de febrero el usuario de Twitter @jorgenomefui publicó un hilo de tuits dedicado a exponer sus argumentos en defensa de la ciencia y el CONICET, denostados por varios sectores que intentan mostrar a muchos investigadores como vampiros del Estado, que no trabajan o realizan algo inútil con dinero público. 

Jorge, que es científico del Conicete, se dedicó a explicar por qué una investigación sobre las representaciones sociales en una película masiva como El Rey León, no era una trivialidad como se había querido hacer creer. El hilo explotó en las redes. Al martes 13 de febrero contaba con 8.562 retuits, 11.338 favs y 648 comentarios Pero además instaló el tema incluso en los medios tradicionales. El caso nos brinda muchas preguntas y varios nodos de análisis posibles. 

Primero, preguntarnos por qué algo impacta en las redes. Hay algunas explicaciones de por qué un tuit como el de @jorgenomefui logra repercusión: la calidad, claridad y contundencia del texto; la identificación que provocó en quienes pensaban lo mismo pero no sabían cómo expresarlo; el hecho de que no hubiera una noticia de impacto al momento de tuitearlo. Pero hay una zona oscura que nunca podremos explicar probadamente: porque seguramente hay muchos tuits con la misma calidad y pertinencia que no llegan a tener esa circulación. El hilo, incluso, de gran extensión, contradice la lógica de textos cortos imperante en Twitter. El ser humano odia no tener respuesta para algo que sucede frente a sus narices. Lo cierto es que la suma de algoritmos no alcanzan a explicar por qué una cosa circula y otra no. 

Por otra parte, lo sucedido con estos tuits pone de relieve que el anonimato posible en las redes sociales genera la liberación de un yo menos mediado por las reglas de la convivencia, la moral e incluso la ley. En este sentido, las redes hacen lugar a una libertad de expresión que evade las barreras del prurito social. Y hacen aflorar lo que miles de personas no se animan a expresar con su propia identidad (o si lo hacen con su identidad, protegidos por la mediación de la pantalla). Porque saben que son pensamientos que de un modo u otro generan repercusiones negativas o represalias simbólicas en una sociedad que acuerda todos los días respetar el Contrato Social.

Las redes nos permiten asistir a un mundo real poco asumido por quienes estamos dispuestos a aceptar el contrato social: un mundo que tiene personas dispuestas a romper dicho contrato. La exacerbación de la violencia que ven posible online y que logra satisfacer sus pulsiones de agresividad, representa una suerte de nuevo Estado de Naturaleza (posindustrial y posmoderno), aquel en donde prima la lucha individual por la supervivencia y no hay capacidad de entender a la cooperación como una forma de mantener la vida. La pulsión de muerte no es controlada y simplemente se expresa. 

He aquí la diferencia entre expresión y comunicación: la primera se ejercita sin importar mucho las utilidades del diálogo. La comunicación, en cambio, es una herramienta humana habilitada por nuestra capacidad de raciocinio y lenguaje, que nos permite interactuar en comunidad para mantener la vida gracias a la cooperación. No somos si no es en comunidad, porque somos un animal social. La comunicación es lo que nos aglutina y nos permite propender colectivamente a la supervivencia. La mera expresión sorda, en cambio, se parece más a un gruñido salvaje impulsivo que no ha logrado sofisticarse para lograr una interacción que habilite la convivencia.

Por último, en general uno se rodea de personas con la que comparte visiones y pareceres. Esos grupos de influencia realimentan constantemente ciertos microparadigmas ideológicos más o menos coherentes internamente. Uno se junta con quien piensa como uno; la interacción refuerza esa opinión. 

¿Qué hizo, entonces, que un tuit generara tanta agresividad del otro lado del muro, entendiéndolo como el límite –concreto o abstracto– que estructura una forma de vida? Evidentemente tocó alguna fibra que enervó a los trolls porque vieron puesto en cuestión su sistema de creencias, la estructura de seguridades en las que se anclan sus vidas. Reaccionan con un miedo racional (no quieren dejar de ser en el mundo de la única forma en que saben serlo) y una violencia irracional (no pueden controlar el odio, aunque no sea estratégico para sus fines). Reaccionan como un pez fuera del agua: la convulsión no lo mantendrá con vida, pero es lo único que atina a hacer. Y lo hace porque es sencillo: tiene el teclado en sus manos.

El caso nos habla de lo particulares que son la circulación en redes y la conducta en ellas, procesos sobre los cuales aún nos queda mucho por conocer.

* Licenciado en Comunicación (UBA), investigador. 

@franupma