Imposible ingresar al mundo de Don Olimpio si no se contemplan dos premisas clave. El nombre de la agrupación y el de la musa inspiradora: Leda Valladares. Lo nodal del nombre es porque Olimpio se llamaba el abuelo del pianista y director Andrés Pilar (fundador del grupo), a quien le encantaba la música pero le dijeron no. “Mi abuelo era un italiano laburante y melómano, que había querido ser músico pero un profesor lo frustró de chico, diciéndole que no servía para cantar”, cuenta Pilar que, cuando recordó la secuencia en el seno de una agrupación aún sin nombre, logró conmover al resto. Básicamente porque resonó a una especie de impulso musical interno que todo ser–músico lleva dentro, y que no se puede aplacar –según él– por más que se juzgue o se reprima desde afuera. Premisa uno, entonces, lo irreprimible de la música. Segunda: Leda. “Su trabajo de recopilación es un lugar común de admiración entre todos. Y de alguna manera el grupo se propone algo similar a la hora de elegir el repertorio”, prosigue Diego Amerise, contrabajista de esta big band de música argentina y latinomericana que completan Nadia Larcher en voz, Juampi Di Leone en flautas, Federico Randazzo en clarinete, Santiago Segret en bandoneón, Juan Manuel Colombo y Leonardo Andersen en guitarras, y Agustín Lumerman en percusión.

“Anduve varios años con la idea de armar una formación como esta”, vuelve Pilar. “Hablo de un grupo grande donde además de hacer arreglos, pudiera tocar el piano y compartir la música con otros. Cuando sentí el impulso de arrancar, me puse en contacto con cada uno de los integrantes, viendo si había afinidad con la propuesta. Cuando estuvimos los nueve pusimos un día semanal de ensayo y empezamos a juntarnos. Unos meses después tocamos por primera vez y sentimos que se había armado algo compacto tanto en lo musical como en lo humano. La llegada del disco fue bastante natural, lo grabamos cuando sentimos que las músicas estaban sonando frescas, y a la vez con ese aplomo de haberlas tocado varias veces en vivo”. El disco que este singular noneto de sones telúricos hará sonar mañana a las 20 en la Usina (Caffarena 1), se llama Dueño no tengo y consta de once sosegadas, climáticas y finas piezas entre las que se destacan (hablando de Leda, claro) la recopilación que ella hizo del tema epónimo, más la de “Adiós pueblito de Iruya”, grabada por León Gieco en el cuarto volumen de De Ushuaia a la Quiaca. “En el repertorio folklórico de la Argentina la música denominada ‘anónima’ cumple un rol muy importante, ya que una buena parte de su repertorio esta integrado por músicas que se han compuesto sin tener un nombre propio... músicas que se traspasaron de generación en generación y que hoy nos llegan a nosotros”, ambienta el percusionista Lumerman. “Por eso pensamos que, para nuestra generación, el trabajo de Leda ha sido fundamental, ya que nos ha nutrido de gran cantidad de repertorio. Incluso, parte del nombre del disco surge de esta idea y de la idea de que la música no tiene dueño, es de todos, y nos encontramos con la posibilidad de nutrirnos de ella, devolverle nuestra mirada para que siga tomando nuevas formas”.

Por su parte, Colombo ancla sus palabras en el concierto por venir, que también contará con tres invitadas: Micaela Vita, Luna Monti y Noelia Recalde. “Bregamos por la puesta en valor de la música en vivo, habitando los espacios, compartiendo, y abriendo con esa premisa a la subjetividad, lo inesperado, y las tantas posibilidades de interpretación y emocionalidad que brinda todo hecho artístico”, expresa uno de los guitarristas del ensamble cuya voz, poderosísima y versátil –también– en las versiones de “Maldita huella”, del guitarrista Carlos Moscardini, o “Arbolito del querer”, del tándem Aledo Luis Meloni y Coqui Ortiz, proviene de las entrañas de Nadia Larcher. A propósito, es ella la que vuelve sobre Valladares. “Nuestra búsqueda estuvo orientada por su faro. Con ella y su intenso trabajo de recopilación nos fuimos acercando no sólo a obras del cancionero popular de tradición oral, sino también a una manera de decir, a un gesto sonoro, a tímbricas y rúbricas sonoras de otro cariz. Esos matices, que aún suenan tímidos en nuestra música, forman parte de una herencia cultural que todavía no conocemos en profundidad. Resta entender las tensiones simbólicas y culturales que se dimensionan en esos sonidos, en esa manera de cantar”, indica la cantora nacida y criada en Catamarca, con el acento puesto en lo mucho que queda por hacer. “Su voz es portadora de palabras y es instrumento de viento a la vez”, la halaga Pilar, ahora con el traje de director. “Y los instrumentos son voces que por momentos se destacan y a veces pueden fusionarse en un todo. Quiero decir que finalmente es en el sonido conjunto y el trabajo colectivo donde se define el grupo”.

Don Olimpio la rema como puede en el mar de aguas turbias que aparece cuando se toma a la música como lo que es: una expresión emocional, militante y artística. Han remado fuerte, entonces, y anclado cerca de Teresa Parodi, Juan Quintero o Josho González, por caso. También han tocado mucho, pese a lo complejidad que suma sostener un noneto. Larcher da cuenta del porqué de tal continuidad. “La persistencia de la banda se juega en el compromiso de los músicos con la obra que se realiza. El desafío es mantener el fuego de sentirse parte del hecho artístico más allá del rol que se cumpla. Nuestro desafío, entonces, es el de estar dentro de la obra para sentir nuestro lugar, nuestro rol sonoro y la importancia que tienen cada uno de esos sonidos. Y hay otro desafío que es personal, porque se trata de avanzar desde el individualismo hacia la puesta en valor de lo colectivo, algo que trasciende lo esencialmente musical para comenzar a ser político. Por eso deseamos que este trabajo se mantenga, porque apostamos a lo colectivo, a desarmar los nombres propios para que lo único que importe sea la música”, cierra la cantora, esta vez en clave yupanquiana.