La “gran fiesta de los Oscar” vuelve año a año con su alfombra roja, su ceremonia, sus estrellas, sus premiaciones… y su transmisión televisiva, vivo y directo para todo el globo. Para algunos (no se usa aquí la primera persona del plural sólo por respeto al manual de estilo), una maratón interminable extrañamente traducida, imposible de seguir. Para otros, un momento que no sólo se disfruta sino que se espera, se prepara con entusiasmo, se va saboreando al ritmo de las apuestas. Un mundano ritual que alcanza distintos niveles de fanatismo, más allá y más acá del cine, y que también pega fuerte en estas tierras, según investigó PáginaI12.

El reconocido ilustrador Istvansch seguramente rankea entre los portadores más intensos de ese fanatismo. Un puesto que lo obliga a ver antes todas todas las películas nominadas. Todas es todas: aun las que no le gustan, y soporta estoicamente, aun las de los rubros técnicos, con el trabajo extra de lanzarse a conseguir las que no fueron estrenadas. Las va tachando prolijamente en un listado encarpetado, junto a un libro ya amarillento: Cine sonoro americano y los Oscars de Hollywood. 1927 - 1985, de Homero Alsina Thevenet (autografiado por el autor). Año a año se ocupa de ir actualizando su guía, entre recortes de diarios y anotaciones personales. Alguna vez sacó un pasaje de avión con tanta anticipación como para no calcular que justo pasaría en el aire la noche, la de los Oscar. Todavía maldice al recordarlo. No volvió a equivocarse. Otros dos veranos lo encontraron en ciudad ajena y sin cable a mano, pero supo resolverlo. Cuando llegó la noche tomó una habitación de hotel, previa reserva asegurándose, claro, de que se viera bien TNT. Istvansch sabe que lo suyo es fanatismo extremo, pero jura que no es el único: “Somos legión”, arenga.

Su fascinación comenzó a los catorce años en San Jorge, su pueblo de origen; allí empezó a ver las primeras ceremonias, atraído por las “celebridades”. “Los brillos del  espectáculo”, con los Oscar como “epítome”, son ante todo los que convocan, admite. Pero detrás de eso está de paso el cine, y lo que los Oscar muestran, más allá de lo que quieren mostrar. “Los Oscar me entusiasman, me divierten: no es que me la crea, está claro que no son los premios que legitiman el mejor cine, para nada”, aclara. “Pero sí me hacen ver cine, algo que me encanta. Y a su vez investigar, vincular películas que valen la pena: Uno se concentra en el Oscar y eso lleva a que tal fue candidata en Cannes, tal otra ganó el Oso de Oro de Berlín… Por lo demás, es de lo más práctico, porque nos coincide con el verano. Digamos que es parte de las vacaciones”, ubica.

Con tanto Oscar encima, Istvansch puede analizar lo que muestran cada año, más allá de los premios en sí: “Queda bastante claro que ciertas películas y temas se ponen en primer plano en cierto momento. Los yanquis son muy cuadrados, no tienen grises; es fácil detectar a qué le están dando importancia, como una muestra rapidísima de cuál es el interés del mundo en este momento. El interés de lo más estereotipado, de la media. Y qué cosas posiblemente el año que viene o el otro pasarán a estar al frente y taparán estas que ahora están en la superficie. Digamos que el Oscar puede ser una referencia de lo que pasa en el inconsciente colectivo medio”, observa.

Todas estas son reflexiones posteriores a la fascinación por el brillo, los vestidos, la puesta. Pero ahí también surge otra: la de encontrarle la falla al brillo. Algunas, muy evidentes; la máxima, el año pasado, cuando anunciaron el Oscar a mejor película para otra. “Para mí eso fue una epifanía”, define Istvansch. Pero hay otras más sutiles, igualmente disfrutables: “Siempre me gustó ver dónde aparece algo que se les va de las manos en medio de todo eso que está tan armado. Como cuando le dieron el Oscar a Roberto Benigni y se puso a caminar sobre los respaldos de las butacas. Esa escena me gustó más que su película. O cuando nominaron la canción de Drexler pero se la hicieron cantar a Antonio Banderas, horrible. El después ganó y a modo de discurso, como respuesta, cantó su canción”, recuerda.

El fanatismo de Istvansch se extiende desde antes y también hasta después de la ceremonia, porque a pesar de internet mantiene la costumbre de buscar y guardar los resultados de los diarios (elige los que los publican más completos). El gran momento del “durante”, lo comparte reunido con otros amigos fanáticos, siguiendo también la transmisión de la previa y armando el “Prode Oscar” de películas ganadoras y de las que merece-      rían ganar. Un chequeo rápido muestra más tribus por el estilo: en el sitio www.almacendelou.com www.almacendelou.com es posible descargar, bien diseñado, el Prode y Bingo Oscar, y autocatalogarse: “Ví todas, obvio: No somos dignos de vos - Ví más de veinte: Altx cinéfilx - Vi las diez, veinte principales: Espectador/a responsable - Vi menos de cinco: Paracaidista - No vi ni una: A menos que acabes de ser madre o padre, ¡rajá de acá!”.

Otra que sigue el ritual de ver antes las nominadas (no todas, pero sí muchas), seguir las apuestas y juntarse con amigos a ver la ceremonia es Gabriela Ortiz, traductora de inglés (también de alemán y latín), especializada en traducción inclusiva para ciegos y sordos. Dada su profesión, tiene todo otro festín aparte con las siempre deficientes (por traer un adjetivo piadoso) traducciones de TNT. “La sospecha general es que no son intérpretes. ¡Y encima hasta ponen sus nombres, como si estuvieran orgullosos!”, se ríe. “La traducción simultánea y en vivo es muy difícil, desde luego. Pero hay técnicas que tiene un intérprete, que acá no aparecen. Dejan las frases por la mitad, redondean las ideas con incoherencias, traducen los chistes literalmente… un desastre”, evalúa.

Más allá del tema del español neutro (“un español que es un poco de cada lugar e incomprensible en todos los lugares”, define Ortiz), la habilidad de los intérpretes de TNT, cuenta, desata anualmente una furia generalizada en Twitter y en los foros de traductores. “Las malas traducciones de House of cards o Game of thrones han merecido ponencias en congresos. Yo no soy purista, entiendo las decisiones técnicas, enchufan la misma traducción a toda Latinoamérica porque les sale más barato. Pero aún así, es un misterio cómo logran hacerlo siempre tan, tan mal”, concluye, y antes de terminar la entrevista pregunta por otros testimonios y pide: “Tratemos de que no nos pongan a todos en un mismo pabellón psiquiátrico”.

Manuel Horazzi, propietario del video club Séptimo Arte, apunta otro misterio: el de una agenda de estrenos que hace que muchas películas salgan editadas en DVD (y también se puedan bajar de internet) antes que en el cine. Eso hace que su local en Belgrano congregue a muchos fanáticos entre enero y febrero, cuando “se abre la panzada de los Oscar”. “Vienen a buscar las nominadas, no se fijan ni cómo se llaman”, cuenta. El también se ubica entre esos fanáticos, y admite que eso lo obliga a ver cosas muy feas (“pero no puedo cortar una vez que empecé a ver, es como que adquirí un compromiso y no puedo abandonar”, explica). Sobre el filo de los Oscar, hoy mismo está saliendo afuera la edición en DVD de El hilo fantasma, con seis nominaciones. En el video club ya hay lista de reservas urgentes.