Uno de los grandes arrepentimientos de Pedro Aznar es haber perdido el mensaje que el mismísimo Sandro había dejado en su grabadora telefónica hacia 1991. El bajista y Charly García lo habían invitado para que participara en Tango 4 con el cover de “Rompan Todo” de Los Shakers. En ese llamado, Roberto Sánchez aceptaba el convite impostando la voz de Elvis Presley. La anécdota pinta al hombre del conurbano con uno de los legados más ricos e inconfundibles del arte popular. Porque aunque no haya cinta testigo es posible imaginar el fraseo y el halo de la estrella Made in Lanús. Hoy, a las 22.30, Telefe estrena Sandro de América, evento televisivo que se propone desmontar su leyenda y presentar al sujeto de carne y hueso. La miniserie cuenta con 13 episodios que irán de lunes a jueves a lo largo de tres semanas.

Concebido y dirigido por Adrián Caetano, el proyecto lleva su impronta y fascinación por la iconografía popular aunque en este caso desde un lugar diferente. El realizador de Un Oso Rojo planteó que es la primera vez que aborda la historia de un hombre que persigue sus sueños y los hace realidad. Más que el relato de un triunfador están todos los condimentos propios de alguien que construyó su propio panteón. El ascenso a la fama, sus traspiés, los vicios, los amores públicos y privados, las transformaciones y los últimos días del ídolo. Muriel Santa Ana, Jorge Suárez, Luis Machín, Leticia Brédice y Calu Rivero, son algunos de los participantes de un elenco tan amplio y diverso como lo era su entorno, donde el showbizz local se mezclaba con los más íntimos del Gitano.

Agustín Sullivan interpreta al artista en su período “cuevero” con Los de Fuego, cuando acompañaba a su padre vendiendo vino y generaba los primeros suspiros femeninos. La segunda etapa, protagonizada por Marco Antonio Caponi, registra sus años más sombríos, recluido, desestabilizado emocionalmente y enfrentando algunos fracasos profesionales, con el peso de haberse transformado en algo incontrolable. El final le corresponde a su comeback en los ‘90, enmarcado por la seguidilla de shows en el Gran Rex, el reconocimiento de todo el espectro cultural y el ajetreo de su cuerpo que dijo basta en 2010. “Yo creo que estamos ante un acontecimiento por el nivel de producción, por la historia y por cómo está relatada. Es un homenaje a Sandro pero además contiene mucha verdad”, asegura Antonio Grimau entrevistado por PáginaI12.

–¿Cuál fue su primera reacción cuando lo convocaron para el proyecto?

–Pensé que me estaban bromeando. Si había algo que no había fantaseado nunca era hacer nada más y nada menos que de Sandro. Porque siento que comparto con él algunos puntos en común. El origen humilde, la zona sur, él de Valentín Alsina y yo de Lanús, los dos tuvimos mucho barrio,  y claro, la carrera artística, la suya obviamente mucho más grande que la mía.

–¿Cómo conoció a Sandro?

–Lo recuerdo plenamente. Fue durante un carnaval en la cancha de Nueva Chicago. Yo estaba vendiendo una gaseosa con un hermano mío. Estaba voceando la bebida y aparece un tipo cantando en el escenario con una llegada al público impresionante y un carisma sensacional. Yo tendría entonces 15 o 16 años, marcó profundamente mi adolescencia y seguí su carrera. Lo que nunca imaginé es que muchos años después me iba a tener que hacer cargo de interpretarlo. Es un regalo inmenso de la profesión y una responsabilidad enorme. Porque, desde el vamos, no se trata de un personaje simple, ¿cómo se encara a este personaje tan inalcanzable y multifacético?

–¿Y cómo lo encaró? ¿Qué pautas le dio Adrián Caetano?

–Me nutrí de todos los videos, que hay muchísimos por suerte, y de dos libros particularmente, el que escribió su viuda y el de Graciela Guiñazú. Caetano, por su parte, me dio mucha tranquilidad, porque lo primero que me dijo es que no importaba el parecido físico, ni quería una imitación y mucho menos una caricatura. “Lo que quiero es un actor que se meta en la esencia del personaje”, me explicó. Esa conversación me tranquilizó mucho. Los casi dos meses de trabajo los atravesé en una suerte de estado de gracia. Cada vez que me ponía la réplica de su anillo, su bata o cuando pisaba el escenario del Gran Rex donde él estuvo tantas veces, todas las situaciones me llevaban a una emoción muy profunda, y me ayudaron muchísimo porque el personaje está en una etapa ajetreada de su vida.

–¿Cómo fue el encuentro con Olga Garaventa?, ¿le dio algún consejo?

– En la miniserie la compone Muriel Santa Ana, una compañera excepcional que se hizo cargo de su última pareja. Olga vino una noche al Gran Rex y me confesó que cuando se enteró que yo lo iba a interpretar dijo que Sandro quedaba en buenas manos. No hubo más sugerencias porque ella es una persona muy discreta. Me dijo que había ido a ver las grabaciones porque la habían invitado. Ella es de un perfil muy bajo y eso no te da lugar a que uno indague de más. Más allá de ese visto bueno que significó un envión muy fuerte.

–¿Cómo cree que van a recibir el programa “las nenas”?

–Treinta nenas auténticas vinieron al teatro. Yo pensé “con estas chicas tan fanáticas algún bife me voy a comer”. La verdad es que sólo recibí mucho afecto y apoyo. Todo eso ayudó a que me fuera sintiendo un poquito Sandro.  

–¿Qué significó interpretarlo en su última etapa marcada por el renacimiento artístico y sus problemas de salud, la agonía y muerte?

–Eso fue lo más duro. Porque fueron situaciones nada felices para él. Él trataba de ponerle buena cara a su situación pero que le faltara el aire cuando cantaba o cuando se bañaba en la ducha le hizo saber de la gravedad del mal que lo aquejaba. Tuvimos una plena conciencia de eso.

–Habló de acercarse a la esencia del personaje. ¿Cómo dar con eso cuando un personaje como Sandro tuvo su vida pública, era tan celoso de su privacidad y a la vez era un leyenda viviente?

–No intentamos perseguir al mito sino al hombre. Y eso está dado por los momentos escogidos de su vida con la impronta que le dio Caetano. Me dio mucha libertad para modificar algunas cosas de la letra. Eso le dio mucha frescura y libertad al proyecto. Queremos acercarnos al hombre, a lo que le pasaba en sus conflictos, amores, olvidándonos del mito. Él tenía muy claro que Sandro y Roberto Sánchez eran dos cosas distintas. Cuando hacia preparar las maletas para un viaje, decía “acá va la ropa de Sandro, y en otra va lo mío”. Nos enfocamos en las actitudes, sentimientos y situaciones que atravesó y, como consecuencia de su refinamiento y cuidado de su vida privada, fue creciendo el mito. Yo desconocía a ese hombre o lo conocía superficialmente, sabía del cantante exitoso, pero en él además convivía el tipo humilde de barrio que se rodeaba del mismo tipo de gente y alguien de mucha profundidad espiritual, leía mucha filosofía y tenía un gran bagaje cultural. Era una persona de una enorme riqueza interior.  

–Si esta serie fuera una canción del repertorio de Sandro, ¿cuál sería?

(Sonríe) –“Penumbras”.