El campo científico, históricamente, se construyó como un escenario de poder dominado por los hombres. El principal obstáculo, en este sentido, se vislumbra en el consabido “techo de cristal”, que se traduce en la merma de posibilidades que tienen las mujeres para acceder a cargos directivos, ya sea al frente de laboratorios, centros o institutos, o bien como directoras en subsecretarías y secretarías de gobierno vinculadas con el área. En el marco del 8M, la doctora Dora Barrancos y la ministra de Ciencia de Santa Fe, Erica Hynes, aportan sus reflexiones para quebrar sentidos comunes y analizar los cruces entre ciencia y género.

–Ustedes, que ocupan cargos jerárquicos, pueden contarlo. ¿Cuáles son los obstáculos que afrontan las mujeres para acceder al poder?

E. H.: –Existe un “techo de cristal” que es palpable en todas las esferas de la vida. Las mujeres no acceden a los cargos de toma de decisiones porque se sostiene una distribución desigual en las tareas de cuidado familiar y las domésticas. De este modo, aquellas científicas que tienen la responsabilidad de realizar esas actividades, toman menos compromisos en el ámbito del trabajo porque ya cuentan con una enorme demanda en sus hogares. Hay tantos estereotipos subyacentes que la elección por la familia o por el trabajo deja de percibirse como una decisión personal, puesto que se corre el riesgo de pagar costos sociales muy altos. Se crea una especie de autocensura y culminan por desestimar posiciones de mayor poder. 

D. B.: –Argentina se ubica en los primeros lugares del mundo en materia de incorporación de las mujeres en la vida científica. El 53 por ciento de los científicos que forman parte del Conicet son investigadoras y la mayoría se concentra en áreas altamente feminizadas, como es el caso de la biología, una disciplina que en el mundo entero goza de una particular captación de vocaciones femeninas. Luego ocurre lo ya consabido: la ciencia no está exenta del techo de cristal y todas deben atravesar serias dificultades para obtener reconocimiento. Además, como señalaba Erica, las científicas son madres y eso las impulsa a no poder desentenderse del rol materno durante el primer tiempo de vida de sus hijos. Esto genera un atolladero en sus capacidades productivas. 

–Pero eso no se traduce en una merma de calidad en sus trabajos de investigación…

D. B.: –Por supuesto, no se resigna calidad sino más bien cantidad, un factor que todavía es muy considerado por el sistema de evaluaciones en el Conicet. De cualquier manera, tenemos evidencia suficiente de que las científicas consiguen, incluso en épocas de maternidad, publicar investigaciones de alto nivel. 

E. H.: –A veces pareciera como si los roles vinculados al hogar se extendieran hacia la propia esfera científica. Las mujeres terminan por ser amas de casa pero dentro de las instituciones; se les asignan tareas administrativas mientras que las políticas de presupuesto las definen los hombres.

–En el Conicet se crearon algunas propuestas para intentar paliar la inequidad. 

D. B.: –Es cierto, se otorgó más visibilidad y mayor consideración a pedidos particulares de becarias e investigadoras en relación con la extensión de plazos para entregas en situaciones de maternidad. Antes, una terminaba de parir e inmediatamente debía entregar los informes; en cambio, hoy existe la posibilidad de prolongar el lapso para las presentaciones. 

–¿Cuáles son los prejuicios cotidianos en el campo científico?

D. B.: –Existen preconceptos muy severos en la cofradía de varones. Afortunadamente, gracias al contexto que vivimos y al movimiento social de las mujeres, existe una percepción más ajustada de la violencia que se ejerce contra nosotras. Todavía nos debemos muchas investigaciones acerca de los acosos que sufren las becarias. No sólo me refiero a los de orden social sino también a injurias del tipo discursivo: “No servís para esto”; “Otra vez te equivocaste”. Los conflictos producen una baja en la autoestima de las investigadoras, a las que se les hace muy difícil resolver estas situaciones porque siempre se sienten en desventaja, ya que cualquier paso en falso puede costarles la carrera. Acusar a un director supone una dificultad enorme. 

E. H.: –Muchas mujeres se sienten subestimadas cuando, incluso teniendo la misma jerarquía profesional que los hombres, se las invita a realizar las tareas administrativas del grupo de investigación. A menudo, en carreras como ingeniería, mientras los varones desarrollan redes de contención a la hora de vivir sus primeras experiencias en el campo, las mujeres se sienten relegadas y no participan de lazos de camaradería equivalentes. Son situaciones de inequidad que a veces se estacionan en estos puntos y otras se transforman en acoso o violencia. 

-¿Cómo revertir los estereotipos que nacen en el jardín de infantes?

E. H.: –Los estereotipos condicionan nuestras elecciones individuales y nos quitan grados de libertad desde nuestra propia infancia. Basta con recorrer las góndolas de los supermercados: mientras que a las mujeres se les propone las actividades vinculadas al hogar y al cuidado de los bebes, a los varones se les presenta la aventura del mundo exterior relacionada con el conocimiento, la autonomía para trasladarse en vehículos de alta gama, el desafío de la guerra con juguetes bélicos y los deportes. Los métodos de crianza son desiguales. A las niñas también debemos inculcarles valores como la valentía y la exploración personal. 

D. B.: –Si las maestras se convencen de la obstrucción patriarcal, tendremos una revolución muy notable. En muchos espacios, todavía se sostiene que hay tareas, vocaciones y funciones que son específicas para niñas. El horizonte social sigue atascado en dividir perspectivas científicas para las mujeres y otras muy diferentes para los hombres. Más allá de los conflictos persistentes, soy optimista porque avanzamos mucho en el último tiempo, con generaciones mejor dispuestas. 

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