PLáSTICA › LA MEGAMUESTRA “ARGENTINA PINTA BIEN” EN EL CENTRO RECOLETA

¿El lugar es el estilo?

El Centro Cultural Recoleta y una empresa privada proponen mapear el arte argentino del interior del país. En esta primera etapa: provincias patagónicas, Córdoba y Mendoza.

 Por Fabián Lebenglik

El programa “Argentina pinta bien” es un proyecto de largo aliento y enorme esfuerzo, organizado por el Centro Cultural Recoleta (CCR) y la empresa Repsol YPF, que busca trazar un mapa del estado del arte en el país. La curaduría general del programa es del arquitecto Alberto Petrina, quien trabajó con equipos del CCR, y de cada una de las instituciones provinciales.
La primera etapa del proyecto incluyó a las provincias patagónicas, más Córdoba y Mendoza, con exposiciones locales a lo largo de los últimos dos años. Entre 2003 y 2005 se llevaron a cabo seis exposiciones, en el Museo Caraffa de Córdoba, el Complejo Cultural de Río Gallegos (Santa Cruz), el Ceptur de Comodoro Rivadavia (Chubut); el Centro Cívico y el Hotel Design Suites de Bariloche (Río Negro); el Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza y la sede neuquina del Museo Nacional de Bellas Artes.
Ahora todo ese conjunto desembarca en Buenos Aires con la totalidad de la selección, que reúne a 224 artistas.
La muestra se despliega en 7000 metros cuadrados y ocupa completa la planta baja del Centro Cultural. El montaje está mejor planteado en términos de visualidad –lo específico de la artes visuales–, que en cuanto a la posible dilucidación de pertenencia territorial –lo específico del programa–. En este último sentido la muestra aparece un tanto confusa para quien quiera ver qué se hace en tal o cual provincia.
Como explica Petrina, en relación con los criterios curatoriales y el método de trabajo, la selección de artistas y de obras ha sido “incluyente, heterogénea, ecléctica, antes que excluyente, homogénea y purista. Visitamos cada provincia, cada museo, cada taller, tratando de subordinar los preconceptos personales –que poseemos como todos– al clima que imantaba la atmósfera de cada sitio. Es así que buscamos reflejar aun aquellos discursos que, a nuestro juicio, negaban toda posible conexión o pertenencia regional para situarse en una postura de neta extraterritorialidad cultural porque, evitando ceder a simpatías o rechazos, preferimos que las contradicciones y la inevitable contaminación de la realidad prevaleciesen sobre la insípida y estéril asepsia de la idealidad”.
A Petrina se le impone como criterio “natural” de selección el eje estilo/territorio y aquí el territorio pareciera ajustarse literalmente a la geografía–, pero al mismo tiempo, la corrección política le tironea el saco y lo lleva a intentar enmendar sus prejuicios y superar sus gustos. En un esfuerzo un tanto contradictorio incluye artistas consagrados, con trayectoria internacional y con “domicilios” varios, cuyas obras son vastamente conocidas y reconocidas, y que precisamente por eso, exceden su patria chica. Quienes ya han pintado su aldea y ahora pintan el mundo. También sucede que los artistas patagónicos muchas veces traen consigo experiencias migratorias y formaciones extramuros. Y aquí el territorio se vuelve una cuestión mental, metafórica, tal vez idealizada (y para nada aséptica), producto de aquellas experiencias “desterritorializadas”. Territorializar la experiencia, la práctica artística y las ideas estéticas resulta decimonónico. Del mismo modo que tolerar, por razones democráticas y estatutarias, la “extraterritorialidad cultural”.
Lo mismo sucede con algunos de los artistas seleccionados por Córdoba como Carlos Alonso, Miguel Ocampo y Antonio Seguí. En menor medida pasa lo mismo con Remo Bianchedi. Los cuatro son grandes artistas, ya consagrados, internacionalizados y completamente desterritorializados. Los tres primeros son pioneros en lo suyo y ya figuran indiscutiblemente en la historia del arte argentino contemporáneo, son ampliamente conocidos local e internacionalmente, hicieron muchísimas exposiciones en Buenos Aires y en ese punto, su desembarco porteño no aporta mucho a los propósitos del programa.
En cambio, en el caso de Mendoza hay otro maestro, como Luis Quesada, aún no suficientemente valorado y reconocido en el resto del país (en parte por su obstinado e intransigente recato y escaso deseo de figuración) que sí tiene sentido en la muestra. Más que una cuestión de postulados y corrección política, la selección debería pensarse minuciosamente, caso por caso.
Otro tanto debe decirse de la selección de las obras de artistas jóvenes o relativamente jóvenes, de quienes en muchos casos se han elegido trabajos realizados hace tres, cinco, siete o diez años. Cuando esto sucede, por mejor elegido que esté el artista, si su obra está tan lejos en el tiempo de realización le hace perder sentido a su inclusión. Para decirlo con la analogía elegida por los organizadores: todo mapa debe mostrar el estado actual de las rutas y caminos, de lo contrario su consulta llevará al viajero a perderse.
Es decir: por encima de todo lo positivo y enriquecedor del programa, y por encima también del apoyo y la difusión que se merece, resulta necesario apuntar estos detalles para apuntalar la selección futura y demandar que se afine la puntería por sobre el forzado ecumenismo. Porque de lo contrario, la sensación podría ser que el despliegue y la movilización de recursos excede a los resultados.
Otro detalle conceptual es que se sigue repitiendo un discurso anacrónico cuando se habla de la relación entre los artistas del interior y la ciudad de Buenos Aires, ignorando experiencias del pasado reciente –como los programas de análisis y producción de obra de la Fundación Antorchas–, entre otras experiencias exitosas e integradoras. Gracias a esos proyectos de interacción artística y teórica, las relaciones de los artistas de todas las provincias surgidos durante la última década, con el resto del país, es mucho más fluida y en muchos casos, han logrado muestras fuera de la Argentina y hacer carrera internacional. También es fundamental el lugar de la tecnología e Internet como dato sustancial para el contacto, actualización y la información. Sostener las mismas argumentaciones del “interior relegado”, sin matices, es trasladar de un modo directo y unívoco situaciones que no siempre se verifican en el campo artístico. En este traslado parecería pesar más el apriorismo ideológico y la voluntad política, que el rigor y la fundamentación teórica que debería sustentar un proyecto de tal envergadura y despliegue.
La experiencia pareciera indicar que la mejor inversión pública y privada de recursos para el arte –aunque tal vez de menor impacto publicitario– es aquella que implica compromisos a mediano y largo plazo –aportando a la formación especializada, intercambios, talleres, becas, viajes de formación, apoyo para realizar proyectos, etc.– y en menor medida una o varias exposiciones, donde las apuestas se traducen luego en una línea en el currículum de los artistas participantes.
“Argentina pinta bien” cuenta con excelentes catálogos que conforman una buena fuente de documentación.
El próximo paso, durante el segundo semestre del año, será dedicarse a los artistas de Corrientes y Salta. (En Junín 1930, hasta el 3 de julio.)

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El apriete (1997), obra del rionegrino Tam Muro.
 
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