CIENCIA › GABRIEL RABINOVICH, NUEVO MIEMBRO DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS DE ESTADOS UNIDOS

Un argentino en la cima de la ciencia mundial

La entidad nuclea a los investigadores más importantes del planeta. Rabinovich se especializa en el desarrollo de terapias dirigidas para combatir el cáncer. Es el séptimo exponente local en alcanzar el mérito. Un diálogo con Página/12 a horas del nombramiento.

 Por Pablo Esteban

La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, probablemente, sea el principal espacio de reconocimiento que tiene la ciencia en la Tierra. En la actualidad, está compuesta por 465 miembros extranjeros y por 2 mil referentes estadounidenses de diversos campos disciplinares como la física, la química, la biología, la sociología y la psicología. La entidad fue creada por el presidente Abraham Lincoln en 1863 con el objetivo de aglutinar a los cerebros más importantes del globo, para asesorar de un modo técnico y resolver los inconvenientes que dificultaban el progreso de la sociedad moderna estadounidense.

Se trata, de un sitio que otorga prestigio a sus participantes y demanda excelentes calificaciones para cumplir con una extensa lista de estándares y evaluaciones muy estrictas. Un reconocimiento que Gabriel Rabinovich conquistó con tal sólo 47 años y que también alcanzaron otros investigadores argentinos como Armando Parodi (bioquímico del Instituto Leloir, 2000), el físico Francisco de la Cruz (Centro Atómico Bariloche, 2002), el biólogo Alberto Frasch (Universidad de San Martín, 2006), la especialista en Ciencias ambientales y ecología Sandra Díaz (Universidad Nacional de Córdoba, 2009), el geólogo Víctor Ramos (UBA, 2010) y el biólogo Alberto Kornblihtt (UBA, 2011).

Rabinovich es bioquímico recibido en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba, y realizó un doctorado en Inmunología en la misma institución. En la actualidad, da clases en la Universidad de Buenos Aires, se desempeña como investigador principal del Conicet y es el Jefe del Laboratorio de Inmunopatología del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME) de Buenos Aires.

–Ahora pertenece a un sitio de privilegio al que todos los científicos del mundo aspiran llegar. ¿Qué significa para usted el reconocimiento de la Academia de Ciencias de Estados Unidos?

–La realidad es que todavía no lo puedo creer. Es un honor enorme y obviamente me genera una gran responsabilidad. Desde hace algunos años, con el apoyo de Conicet y del Ministerio de Ciencia y Tecnología, tomé la decisión explícita de transferir los conocimientos obtenidos en el área de inmunología con el objetivo de obtener resultados palpables, es decir, que tuvieran algún tipo de incidencia en la vida de las personas. En efecto, especializarse en cáncer nos compromete a llevar nuestras conquistas a la clínica. En este sentido, invertí mucho esfuerzo en ello y quizás, relegué un poco las publicaciones y los papers. En este marco, pertenecer a la Academia de Ciencias representa mucho más de lo que pude soñar cuando comencé con la carrera, allá en Córdoba.

–Imagino que el reconocimiento debe celebrarse por partida doble porque usted realizó el ciento por ciento de su trayectoria como investigador en el país…

–Por supuesto. A diferencia de muchos colegas, no realicé ningún posdoctorado en el exterior. Opté por no continuar con las reglas que de modo habitual se siguen para ser premiado de esta manera: ni siquiera tuve un “padrino” o tutor extranjero. Todo lo que aprendí fue por mis maestros de aquí.

–Todo comenzó allá por 1993, con la identificación de la proteína Galectina-1, desde las instalaciones de la Universidad Nacional de Córdoba…

–Exacto, todo mi recorrido fue en instituciones públicas de Argentina. En la actualidad, trabajo en el IBYME desde 2009 y lidero un equipo de trabajo compuesto por treinta personas. El objetivo es localizar las funciones biológicas de estas proteínas que identifiqué cuando recién culminaba con mis estudios de grado en los noventa.

–Fue reconocido por sus avances en el desarrollo de terapias dirigidas contra el cáncer. Cuénteme, en concreto, ¿que ha descubierto junto a su equipo?

–Descubrimos dos fenómenos fundamentales. Por un lado, un mecanismo que los tumores utilizan para escaparse de nuestras defensas. Los seres humanos poseemos linfocitos que reaccionan, por ejemplo, cuando nos ataca un virus, una bacteria o bien cuando está creciendo un tumor. Sin embargo, lo que comúnmente ocurre es que los tumores crecen, hacen metástasis y superan las barreras inmunológicas que desarrollan las personas. En este sentido, detectamos que los tumores producen esta proteína llamada Galectina-1 con los fines de acabar con el linfocito antes de que éste acabe con el tumor.

–Es decir, un mecanismo molecular a través del cual el tumor se defiende del propio sistema inmunológico…

–Exacto. Por otra parte, pero en estrecha relación al primer punto, también observamos que los tumores generan vasos sanguíneos para acceder a mayores cuotas de oxígeno, que promueven su crecimiento y favorecen la metástasis. En este marco, nuestro equipo desarrolló un antagonista (un anticuerpo monoclonal) con el objetivo de bloquear esta proteína. Cuando se la administramos a ratones, es posible observar cómo el tumor comienza a dejar de crecer al tiempo que el sistema inmunológico se potencia. Sin embargo, esos mismos linfocitos que eliminan al tumor son los que se activan, por ejemplo, para acabar con un microorganismo. Por ello, en algún momento, deben dejar de ser activados porque de lo contrario son capaces de atacar tejidos propios y causar enfermedades autoinmunes como artritis, diabetes, esclerosis múltiple, etc.

–¿De modo que la Galectina-1 presenta ventajas y desventajas?

–Exacto. En síntesis, la Galectina funciona como una moneda de doble cara: es útil, por un lado, para evitar enfermedades autoinmunes y es perjudicial en la medida en que un tumor que aumenta la cantidad de esa proteína logra eliminar la defensa de los linfocitos que protegen el cuerpo. Un mecanismo de control de nuestras defensas que puede utilizarse para el bien o para el mal.

–En este marco, ¿qué distancia hay entre sus descubrimientos y el acceso de los pacientes a un tratamiento que pueda ayudar a combatir el cáncer?

–Hace dos años, gracias al esfuerzo del Conicet y del Ministerio, buscamos mecanismos que nos permitan transferir esta tecnología. Con el producto ya elaborado, el paso siguiente se vincula con la participación de aquellas instituciones encargadas de realizar los exámenes clínicos y las pruebas con pacientes. Queremos que el esfuerzo realizado en el país quede aquí y los beneficios puedan ser explotados por empresas locales.

–¿Cuáles son los próximos pasos desde el laboratorio?

–Continuamos con el trabajo sobre el mismo grupo de proteínas. Existen alrededor de quince Galectinas más y, nosotros, recién hemos examinado en profundidad sólo las funciones de una de ellas. Esto es muy complejo y recién comienza.

–Por último, ¿cómo es “hacer ciencia en Argentina”?

–No sé bien cómo es hacer ciencia en Argentina pero puedo decirte algunas cosas. Creo mucho en la universidad pública y gratuita, y que la única manera de salir adelante es potenciar la colaboración entre los diferentes grupos que componen el mosaico científico local. La creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología (en 2007) ha sido una noticia muy alentadora. Desde aquí, confío en que se proteja el área y se continúe por más. Es un miedo común a todos los investigadores y confío en que el ministro Lino Barañao no lo permita. La ciencia que hacemos acá es buena y el actual Gobierno debe entenderlo.

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Gabriel Rabinovich es bioquímico recibido en la Universidad Nacional de Córdoba.
 
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