CIENCIA › DANIEL ALONSO ES DIRECTOR DEL LABORATORIO DE ONCOLOGíA MOLECULAR DE LA UNQ

Una ventana a la inmunoterapia activa

Alonso acompañó con su equipo de la UNQ el desarrollo de la inmunoterapia activa, un tratamiento para el cáncer de pulmón. También investigó una hormona sintética, la desmopresina, que puede reducir en casos la metástasis.

 Por Pablo Esteban

El cáncer, lejos de ser una enfermedad “moderna”, es uno de los males más antiguos que ha padecido la humanidad. Así lo demuestran momias y restos fósiles hallados en distintas partes del planeta, desde el sudeste de Africa hasta el desierto de Atacama en Chile. En la literatura médica, la primera aparición de un concepto para designar al cáncer data de la época de Hipócrates (aproximadamente 400 años a.C.). Se lo llamaba karkinos(“cangrejo” en griego) porque el tumor junto al racimo de vasos sanguíneos inflamados a su alrededor era análogo a la figura de un cangrejo cuando se desparrama en la arena y extiende sus patas en círculos.

Bajo la denominación genérica de “cáncer” se agrupan más de 150 tipos distintos de tumores. Sin embargo, todos responden al mismo mecanismo: son provocados por células del propio cuerpo que, en determinado momento, sufren mutaciones genéticas que las hacen multiplicarse sin control; primero localmente y, luego, mediante el proceso conocido como “metástasis”, en tejidos distantes.

Daniel Alonso es médico graduado en la Universidad Nacional de Rosario y doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires. En 1996 se incorporó a la Universidad Nacional de Quilmes y creó –junto a Daniel Gómez– el Laboratorio de Oncología Molecular, que en la actualidad dirige. Es investigador Principal de Conicet y ha escrito numerosas piezas de divulgación científica. En esta oportunidad, describe qué es la oncología molecular y comparte los logros de su equipo de investigación tras 20 años de arduo trabajo. Porque cuando se trata de cáncer, los guardapolvos nunca se guardan.

–Daniel, usted es médico recibido en la Universidad Nacional de Rosario. ¿Por qué estudió medicina?

–Mi padre era el médico de Correa, pueblo en el que me crié –ubicado a unos 200 kilómetros de Santa Fe capital–. Crecí rodeado de su mundo e inmerso en todas sus actividades. A principios de los ochenta, ya me atrapaba la biología molecular y los desarrollos incipientes en genética. De modo que combiné ambas cosas: mi interés por ser médico gracias a la influencia paterna y la curiosidad por investigar un tema que me atrapaba desde hacía mucho tiempo.

–¿Por qué se especializó en cáncer y no en cualquier otra enfermedad?

–Escogí el cáncer muy pronto, incluso mientras realizaba mi carrera médica. Era una enfermedad que definía un campo muy extenso de problemáticas y desa- fíos. En aquel momento, se trataba de una patología compleja ya que no se podían describir con demasiada precisión los mecanismos que explicaban su formación en el cuerpo humano. Hoy en día el panorama es otro: en los últimos 20 o 30 años, muchos puntos oscuros se han aclarado y, en términos generales se sabe muy bien qué es el cáncer y de dónde viene. Desde hace algún tiempo se ha iniciado una revolución terapéutica cuyos frutos observaremos más adelante.

–En la Universidad Nacional de Quilmes, usted es el director científico del Laboratorio de Oncología Molecular. ¿De qué se ocupan?

–La oncología molecular es una forma de estudiar el cáncer a través de sus mecanismos, es decir, a partir de los genes y las moléculas que intervienen en sus actividades. Mientras “oncología” guarda relación con una especialización médica vinculada al tratamiento de tumores, “molecular” implica una asociación indefectible con la biología celular.

–Uno de los principales logros de su laboratorio fue racotumomab, una vacuna terapéutica contra el cáncer pulmonar. De qué se trata.

–De una vacuna aplicable al cáncer pulmonar en la que han trabajado aproximadamente 100 profesionales en 18 años de esfuerzo constante. La iniciativa fue del laboratorio ELEA en colaboración con el Centro de Inmunología Molecular de La Habana, Cuba. Desde la UNQ nos sumamos para poder aportar conocimiento vinculado a la investigación preclínica: todo lo referido a mecanismos y potencial acción antitumoral en modelos animales y células. Aunque popularmente se la conoce como vacuna, no me gusta demasiado esa nominalización.

–¿Por qué?

–La palabra vacuna enseguida nos remite a ideas de prevención y de resolución del problema en cuestión, porque casi de modo automático se asume que asegura la protección del paciente. La que nosotros hemos desarrollado puede ser conceptualizada como inmunoterapia-activa.

–¿Qué implica?

–Si desglosamos el concepto, “inmunoterapia” guarda relación con un tratamiento vinculado al sistema inmunológico; y “activa” significa que se encienden las defensas en el propio paciente, a diferencia de lo que sucede en la inmunoterapia pasiva que implica la inyección directa del anticuerpo que cuenta por sí solo con propiedades inmunológicas. Dicho de otro modo, buscamos inmunizar activamente para que la propia persona reconozca elementos de las células cancerosas y las ataque. En el caso del cáncer, es una inmunoterpia de mantenimiento que puede ser utilizada como complemento del tratamiento convencional. El mejor escenario para aplicar racotumomab sería luego de que el paciente con un cáncer pulmonar avanzado recibió quimio o radioterapia.

–¿De qué manera actúa en el cuerpo?

–Luego de estas terapias el tumor se reduce y sobre ese “resto” de enfermedad trabaja la vacuna. Lo que hace es “mantener a raya” ese residuo y promover que las células cancerosas no retomen vigor y causen una recaída en el paciente. En este marco, hay que ser realista y admitir que es difícil lograr que una persona con una patología tan compleja como el cáncer de pulmón consiga acabar por completo con el resto de la enfermedad.

–Implica pensar en el cáncer de pulmón como una enfermedad crónica…

–Pensarlo como una enfermedad crónica es el resultado de un debate que se ha desencadenado en los últimos años. En el pasado reciente las dos opciones eran intentar curarlo o fracasar. Hoy en día, mientras no se encuentra la cura efectiva preferimos concentrar esfuerzos en el desarrollo de terapias para poder controlarlo. Algo similar a lo que ocurre con la hipertensión o la diabetes.

–Por otra parte, ustedes de- sarrollaron el proyecto desmopresina: un pequeño compuesto peptídico que disminuye la posibilidad de metástasis…

–Uno de los caminos más comunes por los cuales el cáncer se disemina y causa metástasis es a través de la sangre. Por intermedio de los vasos sanguíneos, un cáncer que tiene su origen en la piel puede, con el tiempo, comprometer luego un órgano noble como el cerebro, el hígado o el pulmón. Así, hace un tiempo considerable me topé con las bondades de la desmopresina: un pequeño péptido –fragmento de proteína– que imita a la vasopresina, una hormona natural del cuerpo.

–¿Cómo opera la desmopresina?

–Se trata de una hormona sintética que, entre otras funciones, genera efecto antidiurético y regula el equilibro de los líquidos en los humanos. Hacia los ochenta se descubrió que la desmopresina facilitaba el proceso mediante el cual los vasos sanguíneos regulan la coagulación (hemostasia). De modo que se me ocurrió juntar todo, pues, si este producto era capaz de regular los vasos sanguíneos también podría servir para controlar aquellos mecanismos que están presentes en la diseminación del cáncer. Y en el primer experimento que hicimos se redujo la metástasis en un 70 por ciento. Con esos resultados, nos pareció que el momento más oportuno para utilizarlo era en el escenario peri-operatorio, porque el equilibrio sanguíneo del paciente se modifica por la pérdida de sangre y se pone en marcha el proceso cicatrizal.

–He leído que han utilizado el producto para tratar el cáncer en perros.

–Sí. Los resultados que obtuvimos en el ejemplo canino fueron tan sorprendentes que rápidamente una empresa farmacéutica (Biogénesis Bagó) tomó la posta y diseñamos en conjunto una fórmula para el uso en cirugía canina. Y, en una etapa muy reciente, ese medicamento lo comercializa Elanco (empresa multinacional, división veterinaria de uno de los laboratorios biotecnológicos más importantes del mundo: Eli Lilly).

–A dos décadas de la creación del laboratorio, ¿qué diferencias existen entre investigar en los noventa y hacerlo en la actualidad?

–El cáncer es una enfermedad que existió, existe y va a seguir existiendo. Sin embargo, cuando comenzamos a trabajar en 1996 con el doctor Daniel Gómez tan solo éramos un puñadito de personas. En la actualidad, conformamos un grupo de más de 25 miembros que incluyen investigadores de carrera, en formación y becarios doctorales. Hay proyectos que llegaron a la etapa clínica e incluso en proceso de registro de medicamentos. En efecto, con más cerebros que piensen cómo resolver un problema tan complejo, se incrementan las posibilidades de realizar investigaciones exitosas que puedan modificar la realidad de las personas. Después de todo, de eso se trata la medicina y la ciencia.

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Daniel Alonso lleva veinte años de trabajo con su equipo para avanzar en los tratamientos contra el cáncer.
Imagen: Foto: Por el país
 
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