CIENCIA › PRIMER CONGRESO ARGENTINO DE CIENCIA, TECNOLOGIA Y SOCIEDAD

Estudiar la investigación desde las ciencias sociales

El desarrollo de las jornadas del Primer Congreso Argentino de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, desarrollado el pasado 5 y 6 de julio, reunió a más de doscientos investigadores de Argentina y América latina que presentaron más de 300 trabajos.

 Por Rocío Ballón y Leonardo Moledo

Políticas públicas, poder y conocimiento, nuevas tecnologías, avances en biomedicina, desarrollos en biotecnología, periodismo y comunicación, divulgación científica, tecnologías de la información, innovación y educación fueron apenas algunas de las distintas y variadas perspectivas que se discutieron durante el transcurso de las jornadas del Primer Congreso Argentino de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, desarrollado el pasado 5 y 6 de julio. Distribuidos en mesas de debate, más de doscientos investigadores de Argentina y América latina presentaron sus trabajos acerca del campo, y el encuentro se propuso posibilitar el intercambio entre diferentes disciplinas, enfoques y objetos de análisis vinculados con la problemática social de la ciencia y la tecnología y reflexionar acerca de la relevancia social de los temas de análisis predominantes en el campo. Asimismo, apuntó a promover la cooperación en investigación, docencia y extensión entre integrantes de distintas instituciones académicas y la formación de redes de investigadores e institutos.

El evento estuvo organizado por el Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología (IEC-Universidad Nacional de Quilmes) y el Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica José Babini (CEJB-Unsam),con el auspicio del Conicet, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, la Universidad Nacional de San Martín, el Centro de Investigaciones para la Transformación (Cenit), la Universidad de San Andrés (Udesa), la Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA) y el Departamento de Sociología (UNLP) y la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) que funcionó como primera sede.

La idea guía fue reunir a todos los investigadores del país que se encontraban abordando distintos aspectos sociales del conocimiento. Este tipo de estudios constituye un campo de análisis multidisciplinario que involucra a la economía, la sociología, la política, los estudios culturales y la antropología del conocimiento, entre otros.

Su desarrollo relativamente reciente busca reflexionar, desde las ciencias sociales, acerca de las nuevas y variadas formas de entender nuestra relación con la ciencia. Comenzar a desterrarla de una vez y para siempre del lugar en el que históricamente fue enclaustrada: cerrados laboratorios cubiertos de polvo (o limpios), lenguajes crípticos e inextricables fórmulas matemáticas y empezar a pensarla de manera indivorciable de la sociedad que la ha engendrado.

Pablo Kreimer es doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad, investigador del Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes y miembro del Comité organizador de este evento. Autor de los libros Producción y uso social de conocimientos y De probetas, computadoras y ratones. La construcción de una mirada sociológica sobre la ciencia, aporta una lectura crítica de la utilidad social, económica y política de los conocimientos localmente generados.

–La superposición de miradas multidisciplinarias y de distintas construcciones de objetos llevó a un grupo de científicos argentinos a impulsar el debate acerca de estos temas. Lo paradójico es que nos dimos cuenta de que solíamos tener relaciones más estrechas entre grupos latinoamericanos y europeos que vinculaciones formales con científicos del interior de la Argentina.

–¿Qué tradición tiene este tipo de estudios en la Argentina?

–Hace 15 años comenzamos a trabajar en distintas acciones tendientes a impulsar este campo. La primera fue generando una jornada latinoamericana, la segunda fue cuando creamos la revista de divulgación Redes, que ya lleva 13 años de existencia, y la tercera fue crear una maestría en ciencia, tecnología y sociedad, donde pudiéramos formar a aquellos estudiantes que desearan tomar la posta de esto que empezamos hace algunos años. Estas tres herramientas nos permitieron que este campo académico se consolide y se reproduzca. Nuestro objeto es, entre otras cosas, la producción de ciencia en los campos académicos y cómo hacemos que este conocimiento se reproduzca. Esto significa generar tradiciones ahí donde no las hay. En la Argentina la investigación biomédica tiene un siglo de tradición; en física existe también un siglo de tradición pero en este campo hay muy poquitos años, por lo que se trató de reunir a aquellos que de forma dispersa estábamos tratando estos temas.

Y, en verdad, el resultado desbordó lo esperado: se esperaban unos 80 trabajos, se presentaron más de trescientos, de los cuales sesenta (pese a que el Congreso era nacional) pertenecían al ámbito regional y acercaron a investigadores de países como Costa Rica, México, Brasil y Uruguay. Los temas más solicitados por los expositores fueron: políticas públicas como clave del desarrollo local, educación científica y tecnológica y sociología aplicada a la ciencia.

–¿Para qué sirven los estudios sociales sobre la ciencia? ¿Para qué sirve la ciencia?

–Por empezar para qué sirve la ciencia en un país periférico. Esta fue la primera línea que investigamos, intentando mostrar que la utilidad del conocimiento no era algo que estaba fuera de los laboratorios, es decir, que los científicos adentro de sus laboratorios producían conocimiento y después por una serie de mecanismos, un poco mágicos, alguien los reutiliza productivamente para generar un remedio, una vacuna, para generar nuevos productos, para hacer mejoras ambientales o para preservar la biodiversidad; sino que el problema estaba metido adentro de los procesos de producción misma de ese conocimient y ver cuál era la forma en que se estaba construyendo la utilidad.

–¿La utilidad no es algo natural?

–La utilidad no es algo natural. Es algo que los sujetos sociales van armando para que después eso se pueda aprovechar. Dentro de este nivel observamos que en los países periféricos el conocimiento que se usa respecto del conocimiento que se produce es muy bajo, es muy poco, y nos preguntamos por qué. Y esa respuesta tiene que ver con distintos factores, como la dinámica de las instituciones, la dinámica del sector industrial que debería procesar esos conocimientos, entre otros.

–Todo investigador se pregunta ¿para qué sirve el conocimiento que produzco sobre la ciencia? ¿Qué puedo aportar yo investigando la ciencia y la tecnología?

–¿Hacer un cuestionamiento de la orientación de la investigación científica la debilita o la fortalece? Nuestro papel es hacer evidentes estas preguntas: qué se investiga, cómo se investiga, a quién le sirve lo que se descubre, qué otras cosas podrían hacerse, qué relación existe entre lo que se estudia en Argentina y lo que ocurre en un mundo globalizado. Además, de qué modo se puede describir lo que puede llamarse una “división internacional del trabajo científico”, donde los investigadores de países como la Argentina son cooptados por redes internacionales en donde ellos no tienen capacidad para imponer agenda. Por eso debemos saber qué papel jugamos nosotros para orientar esa agenda, para que pueda acercarse al abordaje (y no digo la solución) de los problemas locales.

–Me imagino que el gran desafío consiste en cómo hacer para que los científicos de excelencia que produce y forma la Argentina estén en condiciones de producir conocimiento del cual la sociedad pueda apropiarse.

–Los distintos actores sociales deben intervenir activamente en el conocimiento que se produce para atender las demandas sociales. Esto no quiere decir que todo el conocimiento deba estar producido de una forma direccional, porque uno nunca sabe qué conocimiento puede ser irrelevante hoy y no serlo en el futuro. La ciencia tiene certezas e incertidumbres y el hacer explícitas estas últimas se torna indispensable. Un decano me dijo hace 10 años que la ciencia en nuestros países era demasiado débil como para ponerla en cuestión. Y yo diría que si es cierto que la ciencia en nuestros países es demasiado débil, entonces es imprescindible ponerla en cuestión.Si hay algo que es débil en nuestra sociedad es el contrato entre la ciencia y la sociedad misma. En las sociedades latinoamericanas ese contrato es débil.

–¿Y cuáles son las estrategias para revertir este alejamiento de la ciencia respecto de la vida cotidiana?

–Son numerosas. En países como Alemania, Francia o Inglaterra se hacen jornadas de puertas abiertas. Aquí, la única institución que lo hace de modo sistemático es el Instituto Leloir.

–Además, hay una escasa existencia de museos de ciencia y un exiguo espacio que ocupa la divulgación en los medios de comunicación hegemónicos.

–Sí. Hay muy poco espacio para la divulgación científica.

–Bueno, aquí tiene una página entera.

–Sí, pero mire ese aviso.

–¿Y la educación científica?

–Desempeña un papel fundamental: todavía el modo en que se la enseña está gobernado en gran medida por aquella “actividad racional que depende de un método hipotético deductivo”. El problema es que hay poco juego, imaginación y fantasía. Ya en los albores del romanticismo, los filósofos Schelling Y Hölderlin destacaban, desde una mirada estética, la necesidad de devenir a la razón ilustrada en mitología, resignificarla y reconvertirla en relato como forma de vincularse con el pueblo, de hacerla llegar a la mayor cantidad de personas y luchar para evitar que sea guardada con recelo por un reducido grupo de entendidos. Acaso en Ciencia no se trate más que de eso: divulgarla, regarla generosamente por el mundo, redimirla. Recuperar lo que ella es desde sus más entrañables orígenes: cuento, ficción, relato, juego, en fin, cultura. La ciencia como cultura.

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Pablo Kreimer: se trata de lograr que este conocimiento crezca y generar tradiciones ahí donde no hay.
 
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