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Sobre la falta de jugadores

 Por Juan Sasturain

Siempre me ha gustado y divertido pensar sobre el origen y significado de ciertas expresiones corrientes, muy gráficas y efectivas, casi siempre metafóricas, cuyo sentido es evidente pero que resultan –a la hora de buscar una explicación coherente– bastante escurridizas. Será porque en origen todas las palabras (parábolas) tienen una base descriptiva original a menudo perdida –de “villano” (hoy “villero” sigue el mismo camino semántico) a la trajinada “boludo”; de “siniestro” a “patovica”– y la etimología es un ejercicio que prefiero a la halterofilia –ahí va un hueso para roer– o cualquier otra forma de calistenia. Por algo hay una manera espontánea, coloquial, de preguntar por el sentido de palabras y expresiones que no es “¿Eso qué significa?” sino “¿Eso qué quiere decir? El significado es sólo el resultado actual de una historia; la historia de lo que quiso y quiere decir cada vez una palabra”. En fin, así, por esta vía de razonamiento, nos vamos a ir al carajo o a la poesía, que es lo mismo. Por eso, mejor volvamos al encanto de las expresiones populares más gráficas y graciosas, que de eso quería escribir.

Vamos a algunos ejemplos. En primer lugar, entre las de aparente invención o divulgación individual –no generalizadas en el uso común, pero reconocibles– está el “cabeza de termo” acuñado por Diego, alguien tan singular que de algún modo ha ido construyendo, entre otras cosas, su propio idiolecto. Hasta ahora, “cabeza de termo” me gusta tanto como me supera. Doblemente: no sé exactamente en qué circunstancias precisas la usó/usa el Diez –a quién ha calificado así y por qué– y tampoco cuál es la explicación metafórica: la fragilidad, la calentura. Hay maradonólogos avezados que a esta altura ya estarán preparando el mail explicativo que agradeceré. Pero acaso cuando sepa de qué se trata –tenga la explicación– me pasará como a Borges con el verso “y su epitafio la sangrienta luna”, del soneto de Quevedo al Duque de Osuna, que lo deslumbraba más cuando no sabía que esa bellísima y enigmática “sangrienta luna” aludía también –casi torpemente– a la medialuna roja de la bandera del Imperio Otomano. Por eso sigo disfrutando del polisémico “cabeza de termo” mientras espero la definición puntual.

Pero de todas, acaso la expresión que más me gusta es una hoy políticamente incorrecta, la que se usa cuando se dice que a alguien “le faltan un par de jugadores”. Hay variantes, pero mínimas: me gusta ésa, sobre todo lo de “un par”, que es la forma actual de decir “varios” o “más de uno” sin ser necesariamente dos. En general creo que coincidimos en que se aplica cuando hay alguien que “no está bien de la cabeza”. No está loco del todo pero algo no anda bien. Y me parece que no se usa tanto para el pasado de vueltas sino para el lenteja, que funciona pero hasta ahí.

¿De dónde viene esto? ¿De qué (jugadores) estamos hablando? Les digo lo que yo siento, veo, al utilizar la frase o escuchársela a otro. La imagen es la de un juego infantil de fútbol usado y medio roto, que todavía funciona pero precariamente, un metegol casero pero no copia del modelo industrial sino alguna de sus variables berretas: muñequitos con resorte accionables a mano, algo así. El juego está, se puede usar pero está medio roto, le faltan algunos jugadores. No sé ustedes qué verán.

La idea metafórica de la máquina imperfecta o con fallas aplicada al comportamiento anormal de los humanos –rareza, desequilibrio mental: “viene fallado”– es vieja y muy registrada. Cuando yo era chico se usaba “le patina el embrague”, pero la más generalizada fue y es “tiene un tornillo flojo” –con el gesto en la sien que lo ajusta para corregir (¿referencia a Frankenstein, robots locos y la serie de humanoides sacados?)– que incluso fue llevada más lejos por Cadícamo en su alevosa remake del “Cambalache” discepoliano: Al mundo le falta un tornillo, que cantó tan bien Julio Sosa. Pero hoy al mundo le faltan mucho más que un par de jugadores, no se puede aplicar en ese sentido casi cariñoso o condescendiente.

Hoy es un verdadero loco de mierda.

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Imagen: Arnaldo Pampillon
 
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