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La Doble Nazareth

 Por Juan Sasturain

Hay un hermoso texto de Jarry, el padre de Ubú, que cuenta la subida al Calvario como si fuera –Tour (et passion) de France obliga– una carrera de bicicletas. La irreverencia no quita la excelencia. Ni mucho menos. El Unico pedaleante protagoniza, gana y pierde, en un ascenso con obstáculos y caídas (tres). Cross country, mountain bike, trekking, lo que quiera la moda de hoy. Maravilla total.

En esa línea, el viaje de los Magos que glosó T. S. Eliot bien puede contarse entonces como una prueba carretera de itinerario duplicado, ida y vuelta punto a punto, al viejo estilo –la Doble Bragado, digamos, para no ir muy lejos en el mapa– protagonizada por tres regios y opulentos competidores lanzados, puestos en camino no desde que les bajaron la bandera, sino desde que les subieron la Estrella.

Lo notable es que, como en ciertas competencias modernas de rally, partieron de diferentes puntos hasta confluir en un único camino con final de la primera etapa, con concentración, en Nazareth. No hay registro comparativo de los tiempos empleados de uno y otro, pero sabemos por la escueta crónica de los Evangelios que no daban –cabe reconocerlo– demasiado espacio a la información deportiva, que los tres únicos participantes, Melchor, Gaspar y Baltasar (siempre en ese orden) partieron de distintos puntos del Lejano Oriente hacia el Cercano y llegaron en pelotón. En los Evangelios Apócrifos –edición sin expurgar– se mencionan hasta una docena de participantes originales y las diferentes circunstancias de abandono, por extravío, falta de agua o de fe. Pero la leyenda se ha quedado con sólo tres.

Se supone que la ida la ganó Melchor, aunque es mera tradición, sustentada en el hecho de que siempre se lo menciona en primer término. Se impuso, según las imágenes tradicionales por media máquina, seguido ahí nomás por Gaspar –hocico– y Baltasar, a dos cuerpos. El tiempo de la ida fue de varios días –probablemente diez– con sus noches, y arribo justo para Navidad. Y aunque no se consigna en detalle no cabe duda de que hubo compensación por peso, ya que mientras Melchor portó sobrecarga de oro, Gaspar llevó su carga en incienso y el morocho Baltasar cargó la enigmática mirra, sustancia que sólo aparece mencionada en la sucinta crónica de esta competencia. Algunas versiones sostienen que fue descalificado por eso. Mero prejuicio.

Sobre la vuelta, las certezas son incluso menores, aunque podemos conjeturar que la fecha del 6 de enero que hace memoria y reconocimiento del acotado lote de competidores, corresponde a la de la terminación de la prueba. Los números cierran. Hay que calcular que tras el arribo a Nazareth, adonde los competidores llegaron –como es sabido– en la madrugada del 24 al 25, no se produce la habitual y triunfal acogida con agasajo a los héroes del desierto y la travesía, sino la inesperada, precaria y demorada concentración en las afueras de la ciudad, en el improvisado parque cerrado del Pesebre. Fue toda una sorpresa.

Así, la experiencia de la Revelación, con sus múltiples implicancias a futuro, retiene a los competidores durante todo el 25, en compañía de un público de pastores entusiasta y demostrativo, conmocionado por la presencia de semejantes Novedades en una tierra proclive a la monotonía y el tedio de la rutina pastoril. Nunca hubo en la zona una carrera semejante ni les cayó un Premio así.

Pero, como es sabido, la prueba no contaba con autorización oficial, y ante el intimidatorio requerimiento de los máximos poderes de la región, con el intolerante Herodes a la cabeza, los competidores decidieron –no sin largas discusiones entre sí y con los espontáneos organizadores– pegar la Vuelta sin realizar la protocolar visita oficial. Así, esta vez, ya sin Estrella que los guiara, en un día como hoy de hace 2012 años, los tres competidores –descargado el oro, quemado el incienso y decomisada la mirra– emprendieron la Vuelta a casa, cada uno a su manera. Los pastores, agradecidos por las novedades, los colmaron de regalos para el camino: un cabrito, pan recién horneado, odres de vino. Y así partieron, del Oriente más inmediato al otro, que parecía más Lejano que nunca.

Se dice que, a poco de andar y ya considerablemente separados sus caminos respectivos, el decidido Melchor malvendió sus ricos atavíos recamados de piedras preciosas para comprarse –transgrediendo el reglamento– un par de jóvenes cabalgaduras con las que tomó rápida y tramposa ventaja. No llegó muy lejos sin embargo: carente de la protección de la Estrella y habiendo perdido el rumbo y el sentido que lo había impulsado en la Ida, fue presa de una banda de salteadores del Tigris que, al no encontrar el oro que esperaban, lo redujeron y esclavizaron para sus galeras del Mar Rojo. Nunca más se supo.

En cuanto a Gaspar, arrancó con buen paso y mejores propósitos. Sin embargo, atacado de pronta melancolía y Mal del Desierto, al internarse en las planicies de más allá del Jordán hizo desaconsejable escala en el oasis de Hoj-alah, donde rápidas odaliscas satisficieron sus más inmediatos deseos durante todo el (breve) tiempo que duró el espejismo. Hallaron su cuerpo desnudo y calcinado a no más de veinte leguas de Nazareth.

Así, la leyenda quiere que el ganador de la Vuelta y –por lógica– de la Doble Nazareth haya sido el negro Baltasar, que no sólo volvió primero, sino que parece haber sido el único que entendió el Sentido de la competencia. Si bien algunos sostienen que fue fundamental el hecho de que hubiese conservado un puñadito de mirra para uso personal durante el camino de regreso, no cabe adherir a semejante hipótesis que pretende empañar su performance. La verdad es que Baltasar no apuró el paso. Intuyó que algo había sucedido en la Ida y sobre todo en la larga primera noche del parque cerrado en el Pesebre, y dedicó las largas horas del camino de vuelta a tratar de comprender –entre mordiscos al cabrito desecado y tragos de vino agrio– de qué se había tratado esa competencia. No se sabe si llegó a alguna conclusión, pero sí que cuando arribó al punto de partida, diez días después, era otro. Ni siquiera se enteró de que había ganado.

Dejó todo y se sentó a esperar la salida de la Estrella que lo hiciera volver a partir.

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