CONTRATAPA

¿Cuándo caerá Bush?

Immanuel Wallerstein *

Los días de George W. Bush están contados. El tejido de justificaciones para la invasión de Irak se deshilacha fragmento a fragmento. Tanto el presidente de Estados Unidos como Tony Blair han hecho el intento de retractarse de sus más egregias aseveraciones. Las famosas armas de destrucción masiva no se hallan por ningún lado. Las presuntas ligas entre Saddam Hussein y Al Qaida fueron siempre poco probables y no hay evidencia que las confirme. Bush culpa ahora a la Agencia Central de Inteligencia, mientras la bancada republicana del Comité de Inteligencia del Senado acusa a la CIA de filtrar materiales que ponen en dificultades al presidente. Los ladrones rompen filas.
Estados Unidos ya vivió antes circunstancias semejantes. Para el presidente Richard Nixon la cobertura de Watergate funcionó al principio, y sólo molestaban unos pocos francotiradores. Pero cuando intentó señalar chivos expiatorios, éstos comenzaron a revelar la verdad. Nixon consiguió la reelección, pero hasta ahí llegó. Al final tuvo que renunciar a su cargo cuando resultaba claro que sería procesado.
Por supuesto, ambas situaciones son muy diferentes en sus detalles. Pero también existen sorprendentes similitudes. Ambas ocurrieron en el contexto de una opinión pública estadounidense dividida en torno de la guerra e implican a presidentes que insistieron en usar todos los instrumentos a su alcance para intimidar a sus oponentes y sortear las políticas que los ha- brían frenado.
En la política –mundial, nacional, local–, uno puede lograr mucho respaldo si va ganando. Pero a veces ese apoyo se evapora tan pronto como empieza uno a perder. Bush prometió a Estados Unidos (y al mundo) la transformación de Irak, de hecho de todo Medio Oriente, con sólo derrocar a Saddam Hussein. En este momento, ¿cuál es la situación de Irak? Todos los días mueren soldados estadounidenses a manos de acciones guerrilleras. La policía iraquí, recientemente designada por las fuerzas de ocupación, amenazó con renunciar si los soldados estadounidenses no abandonaban las estaciones de policía, sabiendo que sus vidas corren peligro por una asociación tan cercana con el ejército invasor.
Las fuerzas de ocupación han sido incapaces de restaurar un suministro mínimo de energía eléctrica en los centros urbanos iraquíes. Uno pensaría que el gobierno estadounidense podría reunir el número necesario de ingenieros, transportar el equipo requerido y procurar la protección básica a los profesionales, de modo que la electricidad funcionara en el lapso de una o dos semanas. ¿Es acaso tan costoso? ¿Hay otras prioridades? ¿No lo considera importante Estados Unidos? Los iraquíes comunes la viven como la prioridad número uno y comienzan a enojarse. Muy pronto el país comenzará a añorar el régimen que Estados Unidos derrocó.
Entre tanto, en Gran Bretaña el heroico aliado de Estados Unidos, Tony Blair, está también sumido en serios problemas. Los conservadores han decidido que no hay beneficio alguno en respaldarlo. Los liberales nunca lo hicieron y crece el número de funcionarios laboristas paralizados.
En este preciso momento, Estados Unidos anuncia que juzgará en la bahía de Guantánamo a seis personas, dos de las cuales son ciudadanos británicos. Esto provocará otra tormenta entre los más respetables juristas ingleses que objetan lo que consideran procedimientos sospechosos, incluso ilegales. Están conminando a Blair para que reclame que Estados Unidos entregue a estos hombres ante la Justicia británica. Pero Blair no puede prometer a Estados Unidos que confesiones extraídas sin asesoría legal pasen la prueba de las Cortes británicas. No hay una salida fácil pues Estados Unidos no puede ayudar a Blair sin poner en riesgo toda la estructura de la pesadilla de Guantánamo. Al mismo tiempo, el gobierno estadounidense tiene dificultades para convencer a algunos de sus abogados para que funjan como defensores de estos hombres, pues los litigantes argumentan que las reglas están dispuestas ilegítimamente en su contra.
Se suponía que la victoria norteamericana en Irak tendría el efecto de hacer que sus antiguos aliados –Francia, Alemania, Rusia– revirtieran sus posiciones. No hay signos que lo demuestren. ¿Por qué habrían de hacerlo? En marzo, cuando la revista Time llevó a cabo una encuesta en Europa con la pregunta “¿Cuál de los tres países siguientes, Corea del Norte, Irak o Estados Unidos, constituye la mayor amenaza para la paz mundial?”, un contundente 86,9 por ciento contestó que Estados Unidos. Y los norteamericanos y Europa están en el sendero de la confrontación en torno de los mundanos asuntos del comercio. Y en esto, Estados Unidos muestra claramente una posición débil ya que la Organización Mundial de Comercio tiene dictámenes es su contra y muchos países pequeños rehúsan plegarse ante sus posiciones.
Por último, pero no por eso de menor importancia, la economía estadounidense no está muy bien que digamos. Además, hay conservadores que gritan que el régimen de Bush no es realmente conservador, porque aumenta, no disminuye, el papel del Estado. Howard Dean comienza a ser visto como el potencial candidato demócrata. Y aunque no obtuviera la nominación, algo que podría lograr, ya forzó a los otros candidatos a “moverse hacia la izquierda” para captar algo del apoyo que Dean parece estar convocando. ¿Podrá Bush darle la vuelta a todo esto? A corto plazo, tal vez. Si logra capturar a Saddam Hussein, eso lo ayudaría. De nuevo, resulta sorprendente que Estados Unidos no haya podido lograr tal captura. Pero no debería. Tampoco han capturado a Bin Laden, ni vivo ni muerto, después de casi dos años de persecución. El mullah Omar también anda suelto y parece que reorganiza a los talibanes.
Y en cuanto a los halcones que rodean a Bush, un día después de la caída de Bagdad arengaban en favor de invadir Siria. Pero todo eso se calmó después. Ni Irán ni Corea del Norte frenaron su impulso de adquirir armas nucleares. Muy por el contrario, están cerca de presumir de ello. Estados Unidos ha sido muy prudente. No parece siquiera tener tropas disponibles para lo urgente que es reforzar su posición en Irak. En esas condiciones no podría, seriamente, avanzar sobre Irán o Corea del Norte. Las iniciativas diplomáticas tampoco han logrado mucho, ni en Israel/Palestina, ni en el nordeste asiático ni en América latina.
Si yo fuera Bush estaría muy preocupado. Tal vez él no lo está. El orgullo va primero que la caída. Pero apuesto que sus brillantes asesores políticos se están mordiendo las uñas. Se sentían muy seguros pero el barco del Estado se topó con aguas revueltas. Puede no hundirse de inmediato. Pero, ¿llegará a puerto a salvo? Los pronósticos no son como para que sonrían con displicencia.

* Director del Centro Fernand de la Universidad de Binghamtom. Autor de El moderno sistema mundial, entre otras obras.

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