CONTRATAPA

Los cuadraditos

 Por Eva Giberti

En Europa hubo épocas en las que algunas mujeres (pocas) eligieron vestirse como si fueran hombres para demostrar su protesta contra la opresión de los varones; también lo hicieron cuando pretendían ser escritoras/es. Para defenestrar la subordinación denominada femenina George Sand, que había nacido “como mujer”, ocupó un lugar en la historia no sólo por vestirse como varón sino por sus aportes y su relación amorosa con Federico Chopin. La historia es suficientemente conocida y George, no obstante su temperamente combativo, despertó la admiración de innumerables caballeros de su tiempo. Entre ellos Flaubert, quien en ocasión de su muerte escribió: “Había que conocerla como yo la conocía para saber todo lo que había de femenino en este gran hombre...” O sea la alternativa era insuperable: o era hombre o era mujer, tal vez los dos sexos en una misma persona, pero no solamente travestida, sino una mujer que pensaba como un hombre. Fenomenal confusión siempre oscilante entre los “dos únicos sexos”. Sin embargo una historiadora, Annelise Maugue, avanzó otra hipoótesis cuando escribió “Andrógina Sand, tal vez, pero puesto que tiene genio es esencialmente hombre”. Si bien en aquellos años se habían conocido “rarezas sexuales” solo se podía admitir que los sexos eran dos. Si existía algo más se evaluaba como aberración. No obstante, homosexuales varones y mujeres se hacían presentes en las diversas sociedades con mayor o menor aceptación por parte de aquella Europa del 1800 (la menor o mayor aceptación incluía la pena de muerte, por ejemplo en Inglaterra en el año 1836). De las personas homosexuales las comunidades se atrevían a opinar según las propias convicciones, pero quedaban pendientes “las rarezas”, la existencia de personas trans que no encajaban ni en los conocimientos habituales ni en la capacidad de convivencia entre los humanos. El binomio hombre/mujer así como la aplicación del concepto de mayoría estadística como garante y gerente de normalidad, y la desestimación de las minorías evaluadas como “prescindibles” por ser estadísticamente “menores” en cantidad, aún hoy constituyen ideas atascadas en las corrientes históricas cuando se trata de visibilizar a las personas trasgénero. Al mismo tiempo se enciende un interrogante mayor: ¿por qué pensar que quienes NOS inscribimos con mayúscula en el Libro de la Vida (que según el Apocalipsis contiene los nombres de las personas a las que Dios les regalará vida) sintetizamos y representamos el universo de lo posible? Las personas transgénero, ¿no están inscriptas en ese Libro? ¿O sus nombres han sido borrados? ¿Por qué inferimos que las disciplinas que pretenden abarcar la explicación y el trato recomendable para convivir con las personas transgénero pueden tomar posesión y clausurar la comprensión y el conocimiento de aquello que los transgéneros sean? En realidad, correspondería certificar nuestras ignorancias. Escribo este tema desde el año 1997 y dialogo con personas trans desde entonces; siempre escucho un mismo reclamo: cuando es preciso completar un cuestionario para buscar trabajo, para identificarse, para alquilar, para hacer un trámite bancario (exceptuando algún banco privado) hay que llenar el cuadradito Sexo: Hombre, Mujer según el binarismo tradicional. Es decir, nos mantenemos en el primer paso del análisis ético, la negación de la existencia de quien no está dispuestx a incluirse en una de esas geometrías. No se reconoce a las personas trans ni se les concede lugar topográfico en el diseño que regula el ordenamiento de la página. ¿Carece de importancia el detalle? Quizás no interese para quien lea y no sabe que mientras mantengamos esta negación no avanzamos hacia el segundo paso de la responsabilidad ética que es la afirmación de la existencia del Otro quien tiene su estilo de ser que no es el que estadísticamente representa una mayoría. Y si no avanzamos en la afirmación bloqueamos la posibilidad de instalarnos en la conciencia ética y crítica que nos obliga a hacernos cargo del dolor malestar, injusticia, humillación que producimos. Discriminamos. ¿Solo por inercia? ¿Por ahorro, para no imprimir nuevos cuestionarios? No hagamos trampas. Contamos con legislación de avanzada para asumir identidades, disponemos de información distribuida en los medios de comunicación y cursos en las universidades, ley de cupo laboral para personas trans, libros para niños y niñas que hablan de la diversidad y los movimientos Lgttbi no pierden oportunidad para estar presentes en distintas actividades. ¿Entonces? La trampa reside en recitar las legislaciones y al mismo tiempo trabar lo doméstico y cotidiano que excede la inclusión de otro cuadradito para añadir al circuito Hombre Mujer anunciando la posibilidad de Otro género y dar cabida a una dimensión que las personas trans discutirán. La presión necesaria es la que describió Amancay Sacayán cuando narró cómo un hombre desconocido la había golpeado en una confiteria por su condición de travesti, cuál fue el procedimiento de gendarmería y el policial al intentar hacer la denuncia, negándole todo apoyo y cómo finalmente el Inadi intervino (Página/12, 23 de agosto de 2013). Persiste el intento de borrarlas del Libro de la Vida mediante trampas que nieguen su existencia civil porque su género no tiene lugar entre los cuadraditos o matándolas. De este modo las personas trans dejaron al descubierto la dificultad que padece un pérfido universo de humanos cuando se trata de asumir la responsabilidad ética de convivir con el género. La ausencia de un cuadradito alcanza para desmoronar los discursos que se pretenden de vanguardia.

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Retrato de George Sand con ropa masculina, de Maurice Sand. Musée Carnavalet.
 
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