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 Por Juan Gelman

La batalla fue en Samarra, centro urbano del norte de Irak, y tuvo lugar el domingo último. Tanques, blindados y helicópteros estadounidenses que escoltaban un transporte de 3 billones de nuevos dinares (unos 150.000 dólares) para el Banco Rafidain de la ciudad repelieron con éxito una emboscada de la resistencia. En Bagdad, el general Mark Kimmit, subdirector de operaciones de las fuerzas ocupantes, dio cifras de las bajas infligidas al enemigo: 54 muertos, 22 heridos y uno capturado. Horas antes, el coronel Frederick Rudhesheim –jefe de la 3ª brigada de combate que participó en el choque– había dicho que los muertos iraquíes eran 46, los capturados 11 y no mencionó heridos. Extraño es que –54 o 46– no aparecieran los cuerpos en las calles de Samarra inmediatamente después del combate. Según el general Kimmit, se los habrían llevado los guerrilleros. Al hospital de la ciudad ingresaron, sí, ocho muertos –un niño de 10 años y un peregrino iraní de 71 entre ellos– y 22 heridos. Ninguno portaba las prendas negras típicas de los fedayines, la milicia de Hussein. No tenían por qué: eran civiles.
El teniente coronel Ryan Gonsalves, jefe del batallón blindado 166 que controla Samarra, declaró que el total de atacantes ascendía a 60, divididos en dos grupos (AFP, 1-12-03). Esto complica las cuentas. La de Kimmit suma 77 bajas enemigas, sobran 13. La de Rudesheim 57, faltan 3.
Los samarrenses describieron a varios medios occidentales su visión de lo ocurrido: los emboscados eran pocos y huyeron cuando el golpe fracasó; los tanques y blindados disparaban indiscriminadamente contra automóviles, casas y edificios civiles, acribillaron muros y espejos del santuario al-Hadi, un proyectil de 120 mm de algún tanque Abrams dejó un gran hoyo en el cementerio local. Hasta Ismail Mahmoud Mohammed, jefe de policía de Samarra designado por los norteamericanos, dijo que éstos habían ido “demasiado lejos” al “provocar” a la ciudad. “¿Eran felices los franceses bajo los nazis? Lo mismo pasa aquí”, se despachó (Financial Times, 1-1203).
El Pentágono insiste en que las cifras del general Kimmit no son ficticias y que la batalla de Samarra fue el choque más duro y más grande que se produjo entre ocupantes y resistentes desde que Bush hijo declaró el 1º de mayo que la guerra había terminado. Es decir, fue una sólida victoria sobre la guerrilla iraquí. El boletín electrónico de Soldiers for the Truth (Soldados por la Verdad), organismo no gubernamental con sede en Irvin, California, publicó el 2-12-03 el relato firmado “un jefe combatiente” que difiere bastante de las versiones oficiales. “La mayoría de las bajas fueron civiles (iraquíes) –dice el oficial o suboficial yanqui anónimo, uno de los actores del enfrentamiento bélico en Samarra–. Los tanques y blindados Humvee rociaron con metralla casas, edificios, coches”, agrega. Y explica: la lógica de las instrucciones recibidas en el marco de la operación Martillo de Hierro en curso consiste en “responder a los ataques utilizando nuestro poder de fuego superior para matar a los insurgentes. En muchos casos así se hace sabiendo que hay gente en esos edificios o en esos coches que pueden no estar conectados con los rebeldes... A muchos de nosotros esto nos parece un acto de desesperación más que una táctica bien concebida”.
El anónimo militar no se detiene ahí: el poder de fuego superior de los ocupantes –dice– “como táctica contrainsurgente, con la esperanza de que los iraquíes no apoyarán a la guerrilla y sí a las fuerzas de la coalición, sabiendo ellos que derribaremos sus casas si no lo hacen... nos odiarán (aunque no nos odiaran antes) y crearemos más reclutas para las guerrillas”. Con este concepto coincidieron expertos norteamericanos de regreso de un viaje a Irak que el 2-12-03 opinaron ante un selecto auditorio de la Brookings Institution de Washington. Kenneth Pollack, ex analista sobre Medio Oriente de la CIA y claro apoyador de la invasión a Irak, manifestó preocupación porque las tácticas militares empleadas para derrotar a la guerrilla están creando nuevos enemigos en el seno de la población civil. Charles Duelfer, otro especialista en Medio Oriente que también preconizó el derrocamiento de Saddam Hussein, subrayó que las políticas de las fuerzas ocupantes han modificado la percepción de buena parte de los iraquíes, que hoy las consideran hostiles y aun enemigas. Los allanamientos de domicilios particulares “son insultantes para muchos” y han creado en los iraquíes “el sentimiento de que EE.UU. no sabe lo que hace”.
Es que la situación no brilla. Las bajas norteamericanas sumaban 9675 al 30 de octubre, según cifras oficiales del Pentágono que abarcan a los muertos por fuego hostil o por accidentes en Irak, a heridos o enfermos evacuados, a 504 efectivos con problemas psíquicos y a 17 que se suicidaron (Veterans for Common Sense, 30-11-03). El número es claramente mayor a estas alturas –noviembre fue el mes más letal para los ocupantes– y además no incluye a los heridos tratados en Irak. Las deserciones rozan niveles alarmantes: serían 1700, según el periódico francés Le Canard Enchainé (3-12-03), porque luego de una breve licencia en sus hogares muchos soldados no se presentan a retomar su servicio. Las fuentes de esta información, obtenida de “un colega estadounidense”, son los servicios de inteligencia franceses. El Pentágono pretende que un 90 por ciento de la resistencia se concentra en el triángulo sunnita supuestamente henchido de seguidores de Saddam. Lawrence Korb, alto funcionario del Pentágono durante el gobierno Reagan, no afirmó lo mismo al regresar de Irak a principios de este mes: señaló que el 40 por ciento de los ataques de la resistencia se realizan fuera de ese triángulo, es decir, en territorios de la mayoría chiíta que Hussein oprimió sin miramientos. Entonces, Bush hijo visita Bagdad y sus militares obtienen una “resonante” victoria en Samarra. Hay que levantar la moral de esas tropas y confortar al cada vez más crítico pueblo estadounidense. Las elecciones presidenciales se acercan y Bush hijo está perdiendo votos.

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