CONTRATAPA

El año de volver a empezar

Por M. A. Bastenier *

El geopolitólogo franco-argelino Zaik Laïdi publicaba a fin del siglo pasado un libro titulado Un mundo privado de sentido, con el que resumía el sentimiento de temor al vacío, indefinición y ausencia de paradigma con que tenía que pechar la comunidad académica tras la desaparición de la URSS y la incipiente exposición del planeta al arbitrio de una única superpotencia, Estados Unidos. Entre 1991, fecha de la autovoladura de Moscú, y 2002, comienzo de la segunda presidencia de un Bush, hemos vivido, bien es verdad que con numerosos signos anunciadores, sólo una época de transición entre el vacío estratégico provocado por la defunción del marxismo-leninismo y una u otra fórmula para que el mundo recobrara sentido.
El primer Bush amagó con la primera guerra del Golfo, pero a la postre prefirió restablecer un statu quo, vulnerado por la invasión iraquí de Kuwait, con la reconquista del emirato antes que tratar de sentar una clara doctrina sobre el futuro. Su sucesor, Bill Clinton, no se llegó a plantear el asunto, enfrascado como estuvo hasta el último segundo de su último mandato a finales del año 2000 con la solución del conflicto palestino-israelí, que, en sí mismo, habría podido ser el primer capítulo de una nueva historia. Pero fracasó sin que hiciera con ello más que prolongar la presidencia del primer Bush: EE.UU. como mayor poder del planeta, pero que no se decidía, sin embargo, a experimentar hasta dónde podía flexionar el músculo de su indiscutible hegemonía. Las cosas cambiaban, sin embargo, con el segundo presidente de la familia, que asumía el cargo en 2001.
La derrota del régimen talibán, al año siguiente, con la ocupación de Afganistán, podía parecer el comienzo de un tiempo distinto, pero le faltaba ese elemento de arbitrariedad que es tan importante para demostrar al mundo quién es el que manda. El gobierno de Kabul había incurrido en la afrentosa audacia de dar cobijo a una banda de asesinos de apellido Al Qaeda y de nombre, Osama bin Laden, y parece que lo que se imponía era una respuesta aplastantemente militar. Así había siempre reaccionado Gran Bretaña en tiempos de su paz imperial, cuando se le faltaba al respeto a un súbdito de la reina –y emperatriz– Victoria, en cualquier paraje ignorado y de color, del globo terráqueo. No, la verdadera ruptura se daría sólo con la ocupación de Irak en 2003.
Un amigo cuenta, apenas como chascarrillo, que cualquier administración republicana guarda, de oficio, un misterioso legajo en alguno de los cajones del despacho oval, pero que la presidencia del segundo Bush podía haber consumido sus días como un gobierno conservador, restrictivo del aborto, horrorizado por las parejas de hecho que quieran serlo de derecho, en absoluto interesado por el Tercer Mundo, pero poco más. El mundo ya ha hecho esa convalecencia. Pero lo que ocurrió es que el 11-S vino a desbaratar tan modesta derechización permitiendo que el legajo saliera a relucir. En su primera página decía algo así como: instrucciones para dominar el mundo. Y eso lo cambió todo. Desde ese punto de vista, la obra de Bush, con la invasión de Irak, sin armas de destrucción masiva que valgan; sin complicidades de Saddam Hussein con el terrorismo integrista; sin otra razón que la de aplastar a un enemigo de Israel y a una pretensión que fue hegemónica, es decir rebelde, en la zona, es la de volver a darle un sentido, un paradigma al mundo. EE.UU. no sólo es la potencia hegemónica, sino que pretende ejercer una permanente vigilancia planetaria, seguida de una terapia militar preventiva contra todo aquello que no se acomode a sus intereses mayores. Otra cosa será ver, en su día, si ese esfuerzo es autosostenible. A comienzos de los noventa, Francis Fukuyama publicó un artículo, El fin de la historia, en el que preconizaba que la liquidación de la pugna liberalismo-comunismo, con la victoria del primero, ponía un punto y aparte. La ventaja de la teoría era que no hacíafalta estar de acuerdo, sino sólo comprender que para discutirla era preciso reducir el campo de debate a donde el autor quería. Y con esa misma limitación, la de que un cierto mundo en transición termina, cabe decir que el 43º presidente norteamericano pretende que algo nuevo comience. La geopolítica que vuelve a empezar.

* Especial para El País y Página/12.

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