CONTRATAPA

La campera roja y el chaleco sin mangas

 Por Sandra Russo

El jueves cesó el castigo a Milagro Sala en una celda de aislamiento. Dos días antes, ella había interrumpido después de cinco días la huelga de hambre que llevaba adelante, por consejo de sus abogados y su familia. Su salud se estaba deteriorando. La protesta la continuaron otros en su nombre. Así como Milagro está poniendo el cuerpo tras las rejas no por ser ella quien es, sino por representar lo que representa, otros pusieron el suyo para pedir el cesara el castigo. Entre los huelguistas que acampaban en la plaza de Mayo estaba el cura Paco Olveira, miembro del Grupo de Curas por la Opción por los pobres. “Defender a Milagro es un deber de conciencia”, había dicho. Cuando el jueves se conoció el fin del castigo, hacía unas horas que habían iniciado su ayuno otro centenar de curas y laicos en todo el país. Lo hacían, según comunicaron, en defensa de la libertad de Milagro y “en contra de la pérdida del Estado de Derecho en Jujuy”, porque es eso lo que permite la detención preventiva que ya lleva siete meses entre bizarras y evidentes irregularidades institucionales.

A propósito de esa frase corta y sencilla del Padre Paco, podría decirse que todos los movimientos, iniciativas, campañas y acciones del pueblo argentino en sus múltiples formas de organización y resistencia, hoy son cuestiones de profunda conciencia, y más: de deber de conciencia, porque hay demasiado en juego. La correlación de fuerzas es brutalmente adversa si no hay una rápida articulación de gente en sus cabales. Un gran aparato de ilegitimidad se ha montado sobre las instituciones. La usina del aparato de lenguaje PRO ya generó, en estos días, tips argumentativos que repiten sin parar funcionarios, periodistas y trolls: la crítica de cualquier kirchnerista es “destituyente” y en consecuencia hay que acallarla –como si en los últimos doce años alguien se hubiese tenido que callar–, en espejo con el otro tip de la semana: si no hay tarifazo “no habrá luz ni gas”, y se alientan conatos de violencia para que la crítica al gobierno se encauce contra los que accionaron para frenar colectivamente esos aumentos. En el aire se pudre una deshonestidad intelectual que espanta. Lo más sólido que se puede oponer a estas políticas vampiras es precisamente la conciencia, que nos indica un camino colectivo, preciso y contundente: la protesta pacífica y sin el menor rastro de violencia es lo único que preservará al pueblo de la violencia con la que se lo amenaza abiertamente. Ya ha habido casas particulares y oficinas de opositores violentadas, molotovs en unidades básicas, una granada en la cuadra donde vive una de las juezas que ordenó cautelares y represión contra manifestantes, incluso jubilados indefensos en el Puente Pueyrredón.

Milagro es la fundadora y conductora de una organización barrial de las más grandes de la región. Ese es el verdadero objeto de deseo del gobernador Morales: ansía su aplastamiento, su destrucción ominosa; ansía dejar constancia ejemplificadora de que esa experiencia de dos décadas debe ser eliminada; ansía ese trofeo de dictadorzuelo exótico. La decisión de preservarse de Milagro, en ese sentido, no es una cuestión personal, como no es personal su estado de salud: de ella, de su supervivencia, de su capacidad de discernimiento y liderazgo, depende el futuro de su organización, y de esa construcción depende no sólo el trabajo de miles de familias, sino su dignidad de personas, su derecho a ser como los otros. Fue por presuntos insultos a las guardiacárceles que se decidió aislar a Milagro en una celda de castigo, después de prohibirle antes el contacto con quien le daba asistencia psicológica. Ese castigo era inconstitucional, pero qué le importa la Constitución a Morales, o al gobierno que integra. Ni Morales actúa por su cuenta ni Jujuy es una isla: ya se ha afirmado en este espacio que si se quiere ver en qué dirección mira el macrismo, hay que mirar a Jujuy, su experimento loco, su probeta perfecta.

Esta semana, por otra parte, se produjo otra opereta que obliga a reflexionar sobre el tipo de resistencia que se puede oponer a decenas de avasallamientos, tantos, que no nos da ni el tiempo ni la cabeza para actuar en consecuencia. La opereta de la campera roja, que fue desmontada gracias a una noche de mucho activismo para “desconfundir” (¡Necesitamos neologismos!) a mucha gente, tuvo por objeto no sólo victimizar a Macri por una agresión a piedrazos que no ocurrió, sino también acusar a la ex Presidenta de instigar esa agresión inexistente. Primero los trolls y los medios de derecha, que tienen la misma línea editorial, presentaron a una mujer de campera roja marcada con un círculo en una foto. Al lado, otra foto: Cristina en la villa 31, y en un círculo marcado, otra mujer de campera roja, presuntamente la misma de Mar del Plata. La opereta significaba: Cristina manda a apedrear (Morales acusó de lo mismo a Milagro hace unos años, y es una de las causas que se le acumularon, aunque el día en el que le tiraron huevos a Morales, Milagro estaba a más de doscientos kilómetros de distancia).

Ni hubo piedras ni las mujeres de las fotos eran la misma. Quiso esta vez la suerte que la mujer de la villa 31 usara un chaleco inflable rojo, y apareció una foto en la que se veían las mangas de su pulóver negro. Fue el final de la opereta. Pero, ¿qué hubiese pasado si esa mujer hubiese llevado puesta una campera roja igual o similar que la de Mar del Plata? Desmontar la mentira hubiese sido mucho más difícil. Y yendo más allá, ¿qué hubiese pasado si en efecto algún descontrolado por la rabia hubiese arrojado alguna piedra? Imaginemos. Da escozor. Y hay que sacar lecciones del devenir cotidiano, porque es sobre la marcha y cascoteados que estamos eligiendo la siguiente baldosa.

La censura existe, la persecución ideológica existe, los grandes medios son cómplices. No se trata de torpeza periodística aunque la prensa argentina es la de peor calidad que se recuerde en democracia, quizá porque ésta es una democracia falaz que sin embargo mantiene su formato por la colaboración vergonzosa de buena parte del espectro político, incluido el senador Pichetto, que llegó a repudiar el hecho inexistente. Quieren proscribir, prohibir, callar, suprimir una identidad política que identifican como la real amenaza al gobierno de las corporaciones. Tienen los resortes del Estado, una parte del Poder Judicial, tienen a los medios concentrados y a un amplio sector de la política repitiendo el cliché de la corrupción, no porque no la haya habido sino porque es un cuento envenenado que el kirchnerismo fue “una asociación ilícita para robar”, como dice Stolbizer y repiten tantos más dentro y fuera del macrismo.

Ese Gran Tip ni siquiera tiene en su centro a Cristina: son sus ideas, son sus banderas y sobre todo sus logros lo que no quieren que vuelvan nunca más. Mientras tanto, frente a nuestras narices, aunque en la tele no lo pasen, se enajenan los recursos públicos y asistimos al festival de las conveniencias cruzadas entre funcionarios, periodistas, medios, jueces, fiscales y legisladores. Más de medio gabinete tiene cuentas en el exterior no declaradas, los negocios privados florecen en el corazón de las decisiones de Estado, son públicos los lobbies de Comodoro Py, los aprietes a los jueces disidentes, las prebendas a periodistas. Hay olor a descomposición.

Se puede hacer mucho, y se está haciendo, pero no cualquier cosa ni desorganizadamente. Acá no hay un pueblo manso, como algunos trolls intentan aguijonear en las redes haciéndose pasar por compañeros impacientes por pudrir todo. Generalmente son neutralizados por gente de buena fe que no se engancha. Pero hay que advertir que son ellos mismos los que generan mensajes como “Loco, no servimos para nada. Salgamos a incendiar todo”. Acá no hay mansedumbre, hay una cultura cívica que intenta resistir. Y lo que se necesita es conciencia, mucha conciencia, en un grado que será un desafío llevar al acto. Como dijo Paco, la conciencia hoy es un deber. De la lectura del cuadro general de situación se desprende la necesidad de un pacifismo casi fanático: tenemos que ser obstinados defensores de los medios de protesta pacíficos, porque pasar ese límite acarrearía terribles consecuencias colectivas.Ese es el único sentido en el que hay que tomar muy en serio al macrismo: en el de su impiedad y su enorme capacidad de destrucción.

Hoy tiene más vigencia incluso que cuando fue pronunciada, a mediados de enero, la idea que redondeó visionariamente Raúl Zaffaroni: “La consigna tiene que ser: ni la más mínima violencia como respuesta. Seguir protestando cuando corresponde, pero aguantar de pie. No cortar calles ni rutas, dejar pasar vehículos, cortar una parte nada más. No dar pretexto a la criminalización, pero estar, protestar con la presencia, con lo que sea, de pie y firmes. Sin violencia. Sin dar excusas a la represión. Si alguno lo intenta, o es un infiltrado o es alguien a quien se debe contener de inmediato. Cuidado que en eso va la vida”.

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